21. ELLOS

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Cuando abrí los ojos todavía estaba de noche, la ventana de mi cuarto estaba abierta y corría un poco de brisa, por eso estaba tapado de cintura para abajo con la sábana, cosa que recordaba que no había echo. Me removí al no notar el peso del cuerpo de Tyler sobre el mío y entonces me di cuenta de que tampoco estaba en la cama.

Me levanté de la cama, me puse la ropa interior y luego salí en su busca por mi casa. La puerta del cuarto estaba entreabierta y eso me hizo cerciorarme que había salido recientemente.

Mi casa no era grande, así que no tuve que deambular demasiado para dar con él. Estaba sentado en un taburete, con los codos sobre la encimera, en una mano llevaba un bocata y en la otra una cerveza. No me vio acercarme, tenía la mirada perdida en la puerta, como si de un momento a otro fuera a entrar alguien por ella.

—Ey—murmuré flojito por si Emma había vuelto a casa. Miré el reloj y marcaban las tres de la madrugada.

—Hola—él habló normal—. Seguimos estando solos—informó—. Siento haberte despertado.

—No, da igual—me pasé una mano por el pelo y caminé hasta el otro lado. Entonces él no tenía más remedio que mirarme a los ojos y yo a él.

—Tenía hambre—no hizo falta que señalara lo que se estaba comiendo, era evidente—. He saqueado tú nevera—se burló.

—Mientras no te hayas zampado el tofu de Emma, está bien—le devolví la sonrisa serenamente.

Durante un momento él comió y yo le miré. Bajó la mirada al plato y yo suspiré, el silencio se apoderó del momento y no estuvo nada mal. Era algo natural, discernido y agradable.

—Ya es luego—murmuró él y elevó la mirada sin levantar la cabeza—. Quiero saber en que has estado pensando durante estos días, y quiero saber si eso va ha afectarnos.

—No quiero una relación de sumisión contigo—solté a bocajarro—. Podemos jugar, en el sexo o en esa sala del ático de tu casa...—suspiré para coger fuerzas—. No quiero que pienses que voy a irme de nuevo a cada momento—le puse un dedo bajo la barbilla y él me miró a los ojos y dejó de comer—. Eso no va ha pasar, debes confiar en mí y confiar en que te amo. Y estoy aquí. No quiero que la inseguridad apremie nuestra relación convirtiéndola en una relación en la que yo ordene y tú obedezcas por miedo a que te vaya a dejar. Yo no soy así, no quiero ese tipo de obediencia y por supuesto que no quiero convertirte en una persona desgraciada y sin voluntad como... —dudé un momento—. Como Sabrina.

—Vale—asintió—. Entonces no dejaré que te marches nunca.

—No dejes que me marche nunca—asentí de acuerdo.

—Has dicho lo que no quieres—siguió—. ¿Qué es lo que quieres?

—Que me quieras con locura—le pedí—. Y que hablemos. Quiero discutir cualquier cosa en la que no estemos de acuerdo, hablar las cosas, que nos contemos todo, ponernos de acuerdo... ¿sí?

—Sí—asintió él—. Y que conste que yo ya te amo con locura.

Reí durante otro momento más y luego le dejé que él terminara de comer y caminé hasta el sofá a paso lento. Cuando terminó, se acercó a mí y me acunó frente el televisor apagado. Me acarició el pelo y me dio un beso casto en la cabeza.

—Tuve miedo ¿sabes?—declaró con una voz tenue y suave—. Nunca había pasado tanto miedo que cuando te vi allí parado y la vi a ella apuntándote. Estaba tan asustado...

El recuerdo me invadió de nuevo y tragué saliva intentando contener las lágrimas que amenazaban con volver a derramarse por mi cara.

—Cuando pasaron los minutos y vimos que no regresabas me puse tenso y entonces supe que algo pasaba. Corrí hasta la casa con todas mis fuerzas y cuando vi la puerta abierta, la luz apagada... Cuando te llamé y no contestaste y encendí esa luz y vi esa escena... Creí que sentí que me moría.

Luna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora