"¿Qué soy?, ¿Quién soy?" pt.3

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Mis amantes sin nombre veían en mí a un hombre de verdad y me preguntaban a veces qué hacía para mantenerme en forma, pero yo mentía como un villano y les decía que era remero, ciclista de fondo…, cualquier cosa excepto la verdad: que era el ayudante del entrenador en uno de los equipos de atletismo más prestigiosos de Tailandia. Me asustaba tanto que me reconocieran que nunca me quitaba las gafas de sol, ni siquiera en la cama.
Cuando iba a las competiciones con el equipo, me las arreglaba para que no me hicieran fotos, por miedo a que alguien que me hubiera chupado el pene en la escalera de un bloque de pisos leyera el Thai Rath.

Aquellos fines de semana resultaban peligrosos. Siempre me sentía como un espía que atraviesa el Telón de Acero para llevar a cabo una arriesgada misión. Un paso en falso y estaba muerto. Quienes me daban miedo no eran los gays, aunque una vez un chapero me robó la cartera; quienes me daban miedo eran los heteros homófobos cuyas presas eran los gays, esos heteros fascistas que a veces se paseaban por las calles del centro y se dedicaban a pegar a los gays por pura diversión.

En dos ocasiones, establecí una especie de nuevo récord mundial al huir por la puerta de atrás de un bar gay mientras la redada policial entraba por la de delante. En otra ocasión salté por la ventana del lavabo a un callejón, provoqué un verdadero estropicio de cristales rotos y me fui a la sala de urgencias de un hospital, cubierto de sangre, a que me dieran unos puntos.
Siempre había policías de paisano merodeando por los parques y los lavabos públicos. Y si te agarraban en el único acto de amor que tenía sentido para ti te mandaban a la cárcel.

No transcurrió mucho tiempo antes de que empezara a sentir esa perplejidad, esa rabia asfixiante que siente todo gay. Éramos animales perseguidos. Nos escondiamos en oscuros reductos underground, como los cristianos en las catacumbas, y tratábamos de proteger la débil llama de nuestra fe sexual . ¿Qué persona se atrevería a defender nuestros derechos y así permitirnos salir a la luz? ¿A quién habíamos perjudicado? Los asesinos y los ladrones hacían daño a otras personas, pero nosotros no perjudicábamos a nadie, excepto tal vez —en nuestra confusión y nuestros complejos de culpabilidad no superados— a nosotros mismos.
Sólo me relajaba cuando estaba en el autobús, camino a Lampang, y siempre llegaba a mi cómoda casa de las afueras, al lado del campus de Siam, con una sensación de irrealidad. Me sentaba frente al televisor con una Coca-Cola y mis dos hijos (el pequeño Prem había nacido dos años después de Boum). Los niños jugaban bulliciosamente a mi alrededor, sobre la alfombra de la salita, y a mí me acosaba el fantasma del cuerpo de un hombre desconocido. En la cocina, se oía el lavavajillas y yo aún temblaba de miedo tras haber escapado a una nueva redada policial.

— Papi, Boum me ha quitado el avión —se quejaba el pequeño Prem y se me acercaba llorando.
—Boum —decía yo, con un tono serio—, devuélvele el avión ahora mismo —y ante mis ojos, como si de una alucinación se tratase, aparecía un pene erecto que derramaba semen sobre la mano delgada y masculina que lo sujetaba.
—¿Te has divertido con tus colegas periodistas? —me preguntaba sarcásticamente mi mujer.
—Ah, nos lo hemos pasado muy bien —respondía yo—. Cena en Mamma Leone y espectáculo cómico en el centro.

—Eres repugnante —decía ella—.

Nunca sales conmigo.

—¿Y quién iba a querer salir con una amargada como tú? Si tantas ganas tienes de salir, búscate a alguien.
Paradójicamente, trataba de disimular y me preocupaba de que ella tuviera todas las comodidades del mundo. Mis dos hijos estaban creciendo y me daba cuenta de que, a medida que mi miedo a ser descubierto se hacía más fuerte, los quería cada vez más. Algún día lo descubrirían y sería un momento muy delicado.

Tras dos años en Siam, la universidad de Thammasat me ofreció el puesto de entrenador jefe de atletismo, pero lo rechacé porque entre los campos de maíz no había underground gay en que perderse. Un año más tarde, mi paciencia incansable se vio recompensada: Thongsook me ofreció un contrato como entrenador jefe de atletismo. Era una propuesta realmente seductora para un hombre de tan sólo 31 años y 940,000 baths anuales era más dinero del que yo había visto en toda mi vida.

El corredor de fondo (adaptación OhmFluke) -Libro 1-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora