Hamilton ✨

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Saquen la caja de pañuelos raza, porque a estas horas sale el it's quiet uptown

Hagámosle que es siglo XVIII, aunque sí me equivoco en algo díganme¿

Y serán apariencias del musical porque no se como era la Angélica en la vida real¿

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—-Un, Deux, Trois, Quatre, Cinq, Six, Sept, Huit, Neuf.— contaba en francés la peli-negra, sujetando con todas sus fuerzas la mano llena de sangre de su hijo e intentando tener un último precioso recuerdo de su niño.

—Sept, Huit, Neuf...— dijo debilitado el mismo, tragaba con dificultad y cada vez era más difícil mantener sus ojos abiertos, pero lo intentaba, intentaba mantenerse con vida.

—Bien.— calificó la del negro vestido, con una sonrisa que intentaba mantenerse pero que era claramente apagada por la situación general. —Un, Deux, Trois, Quatre, Cinq, Six, Sept, Huit, Neuf.— volvió a contar, esto siempre ayudaba a calmar al pecoso y lo que más necesitaba en ese momento —además de atención médica— era mantenerse calmado.

La boca de Philip se abrió con intenciones de hablar, de seguir contando al igual que su madre, pero rápidamente esta se cerró y pudo sentir como si cayese al igual que un peso muerto, esto no hizo más que hacer que la mujer ahí apretará en agarre de sus manos y su expresión medianamente tranquilizadora cambiará a una de horror puro.

—Sept, Huit, Neuf.— repitió con un tono más desesperado, apretando todavía más la mano de su hijo.

Este mismo sabía que le quedaba poco, miro a su madre una última vez y como pudo miro hacia arriba para ver a su padre una última vez también, devolvió la mirada a su mamá, sonrió un poco y cerró los ojos, quería un poco de paz antes de desaparecer físicamente.

—Sept, Huit, Neuf...— volvió a decir, acercándose un poco más a la camilla donde el chico estaba acostado.

—Sept, Huit…

La peli-negra pegó su oreja al pecho del pecoso, escucho unos lentos latidos que poco a poco se iban desvaneciendo hasta que no quedará nada.

Silencio y nada más.

Lo siguiente que se escuchó en la habitación fue un desgarrador grito, seguido de muchos sollozos y una madre que se aferraba al cuerpo ahora sin vida de su hijo.

Alexander Hamilton, el padre del fallecido muchacho, no había articulado palabra desde que su esposa, Eliza Hamilton, la que ahora lloraba desconsoladamente había entrado en aquel cuarto, este mismo intento acercarse a la mujer pero esta reaccionó rápido, quitando con agresividad y rapidez la mano que el otro poso sobre su hombro.

—¡No me toques!.— exclamó con un odio tangible, podían haber pasado segundos desde que se dio por muerto al pecoso, pero ella ya tenía todo su maquillaje corrido y su pelo ya estaba en patético estado. —Sólo aléjate...¡Aléjate de mí!.— logró articular antes de volver la mirada al cuerpo de su hijo y seguir llorando sobre este.

El caribeño obedeció y retrocedió varios pasos, ya llegaría su hora de rememorar la muerte de su hijo pero por ahora debía darle tiempo a su esposa.

Era lo único que ahora podía darle, tiempo.

El suave sonido de un piano resonaba por toda la sala de la gran casa, trayendo tanto buenos y malos recuerdos consigo, la causante del sonido era ni más ni menos que Catharine Church, hija de Angélica Church Schuyler, quien se había mudado junto a su madre a América después de los acontecimientos del panfleto Reynolds.

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