Toda esa semana, la anterior a mi cumpleaños, estuve ocupado con los preparativos dela fiesta. Mariano me ayudó. Chequeó los invitados, nos acompañó a mi madre y a mí ahacer las compras, se ofreció para ayudarnos a acomodar cuando se fueran todos, etc.
Su compañía en todo momento me alivió mucho, estaba con él en el colegio, en el club,y en mi casa en mis ratos libres. Durante esa semana, entre la ansiedad del cumpleañosy Mariano, logré sacarme de la cabeza a Ezequiel.
Llegó el sábado y con él la fiesta. Todo en orden.
—Hay comida como para un regimiento —dijo mi abuela al entrar en casa antes delmediodía.
Ella siempre llegaba temprano a mis cumpleaños, se quedaba a dormir y se volvía alcampo temprano, la mañana siguiente.
La comida consistía en sandwiches de miga, salchichitas, empanadas, calentitos, chips,dips; todo hecho por mi madre al igual que una enorme torta de chocolate, rellena condulce de leche, crema y merengue, decorada con frutillas.
El regimiento, que no era tal sino mis cuarenta invitados de todos los años, entrecompañeros del colegio y del club, además de los parientes de rigor, arrasó con todo.
Antes de la fiesta mi madre, al igual que en todas las reuniones anteriores que yo habíahecho, se deshizo en pedidos de cuidados fundamentalmente por sus plantas. Ella queríaque uno a uno, cuando llegaran les pidiera que tuvieran especial atención en no pisarninguna planta ni romperle las ramas al rosal, "se pueden lastimar con las espinas",trataba de convencerme y de convencerse por su repentino interés por la salud de misamigos.
Obviamente que no hice ninguna indicación a nadie, el noventa por ciento de losinvitados vivían en casas con jardines y tenían madres. Sabían que un pétalo caído essinónimo de desmayo maternal.
La fiesta transcurrió sin ningún inconveniente, el parque resultó ileso, salvo que algordo Fernando, un compañero de rugby, se le cayó un vaso de coca-cola sobre elparquet, lo que es sólo sinónimo de suspiro profundo.
Cuando se estaban yendo los primeros invitados llegó Ezequiel, que nunca había venidoa ninguno de mis cumpleaños anteriores, y caminó despacio entre las miradas de asombro de los parientes y las de curiosidad de mis amigos. Sólo la abuela lo mirabadivertida.
—Te... te perdiste la torta —le dije
—No importa. Feliz cumpleaños —me dijo—. Toma, es para vos.
Y me dio un paquete, lo abrí. Era un compact disc. De Dire Straits, "Brothers in arms".
—¿Hermanos en armas? —pregunté.
Me miró de arriba abajo y sonrió.
—No, Hermanos abrazados.
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Los ojos del perro siberiano
Teen FictionNos quedamos un rato en silencio, envuelto en el perfume de las hierbas. Hasta que le pregunté. -¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel? Apoyo las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme. Me miró. Bajó la vista y dijo en...