XXIX

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      En noviembre Ezequiel vino a buscarme por última vez. Ya terminaba el curso delinstituto, lo que significaba el fin de nuestras caminatas. 

Caminábamos hablando de libros y de autores, me sentía definitivamente importante,teniendo un tema en común con él. 

Clara, la librera, me había recomendado un par de libros para Ezequiel y logrésorprenderlo (una cosa más para incluir en mi lista de agradecimientos para ella). 

Ezequiel me recomendó que mirara Blade Runner, yo me ufanaba de haberle regaladolibros de autores que él no había leído, Sacha corría alrededor nuestro. De repente selevantó una tormenta. Era una con todas las de la ley, corrimos para guarecernos. Nopodíamos entrar a un bar a esperar que pasara, no nos dejarían con el perro, y nos costóbastante trabajo encontrar un techo que nos protegiera. 

Cuando lo encontramos estábamos empapados. 

—Me parece que ya no tiene sentido protegernos —dijo Ezequiel.Yo estaba asombrado por lo violento de la tormenta, lo rápido que se había desatado yporque en calles que antes estaban llenas de gente, en ese momento no se veía un alma.Las ventanas de las casas estaban cerradas. Se lo comenté. 

Él se quedó serio un rato y luego dijo: 

—El SIDA es como una tormenta, nadie quiere sacar la cabeza para ver qué hay afuera.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora