XIV

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       Estuve angustiado, sin saber con quién hablar, ni qué hacer. Una tarde vi a mi madre enel jardín y me acerqué. Cortaba hierbas. 

—¿Te ayudo? —le dije. 

—Si, claro —contestó, alcanzándome unas tijeras—, corta el tomillo. 

Nos quedamos un rato en silencio, envueltos en el perfume de las hierbas. Hasta que lepregunté. 

—¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel? 

Apoyó las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme.Me miró. Bajó la mano. Luego la vista y dijo en un susurro. 

—Hay cosas de las que es mejor no hablar.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora