XXVII

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       Los paseos al salir del instituto se hacían cada día más largos, aunque yo me demoraracada vez más, en casa a nadie parecía importarle. 

Después de mi viaje de fin de curso, algunas de nuestras caminatas terminaban en sucasa. Yo no visitaba su departamento desde que fui a pedirle explicaciones, y esa vez notuve demasiado tiempo para prestar atención a nada. 

La primera vez que llegué allí acompañado por él, descubrí su biblioteca. Tenía librosde diseño gráfico, fotografía y de literatura. Le gustaba especialmente la ciencia ficcióny el fantasy. Me prestó El señor de los anillos y puso a mi disposición cualquiera de suslibros. 

Me contó, al preguntarle por la cantidad de libros de fotografía que tenía, que le gustabamucho sacar fotos.

 Siguiendo con mi inspección al lado de su cama encontré un chelo. 

—¿Desde cuándo tocas el chelo? —le pregunté sin salir de mi asombro. 

—Lo compré hace cuatro años. Estudié un año y dejé. El año pasado volví a estudiar. 

¿El año pasado? Me parecía extraño, el año anterior se había enterado que tenía SIDA, yse había puesto a estudiar chelo... 

Me miró y sonrió. 

—Mira, lo único cierto que sabemos todos de la vida es que nos vamos a morir. Y loúnico incierto es el momento. Digamos que al enterarme que lo incierto avanza sobre locierto, me propuse no morirme hasta no poder tocar la Suite No. 1 en Sol mayor deBach. 

Y se rió.

***

     Guardé El señor de los anillos en mi mochila, le pedí que hiciera ruido, para que en micasa creyeran que hablaba desde un teléfono público, y llamé para decir que me habíademorado en la casa de un compañero, para ponerme al día con lo que habían vistomientras estaba de viaje de fin de curso. Ezequiel se rió mucho ruando corté y apostó aque no me iban a creer, y que aunque me creyeran mis excusas no servirían de nada. 

Tuvo razón.En la parada del colectivo le comenté que estaba sorprendido de que sacara fotos ytocara el chelo y yo no lo supiera. 

—Uno nunca termina de conocer del todo a las personas —me dijo—, ni aún a las máscercanas, padre, madre, hermanos, hermanas, marido, mujer. Siempre hay una zona decada uno que permanece a oscuras, alejada por completo de los demás. Una zona depensamientos, de sentimientos, de actividades, de cualquier cosa. Pero siempre hay unlugar de nosotros en el que no dejamos que entre nadie más. Yo creo que eso es lo quehace a las relaciones con los demás tan interesantes, esa certeza que, aunque nos lopropongamos, nunca los vamos a conocer del todo.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora