Ese domingo mi padre me llevó en auto hasta Palermo, donde nos encontramos conEzequiel.
No dijo ni una palabra en todo el viaje, pero se deshizo en advertencias cuando llegamosy ofreció darle plata a Ezequiel para pagarme la entrada.
Una vez que logramos despegarnos de mi padre, que me miraba como si estuviera apunto de cruzar el océano en bote a remos y sin salvavidas, nos tomamos un colectivo,el 93, hasta Avellaneda.
Yo no sabía de qué podría hablar con mi hermano, nunca desde que tuve memoria habíaestado tanto tiempo a solas con él. La conversación fluyó naturalmente, hablamos delcolegio, de San Isidro y, fundamentalmente, de la abuela y del campo. Ezequiel sabíacómo manejar la conversación encaminándola naturalmente hacia los temas en los queyo me sentía cómodo y evitar los que a mí me molestaba tratar.
Cuando nos bajamos del colectivo y empezamos a caminar al estadio, me temblaban lasrodillas de la emoción. Cantidad de personas con banderas, gorros y camisetas, iban ennuestra misma dirección.
Una vez adentro, superado el impacto de encontrarme de frente con esa mole decemento, me impresionó la salida de los equipos con todo lo que trae consigo; loscolores de las camisetas, las medias y los pantalones sobre el verde del césped; lospapeles por el aire; los petardos; y fundamentalmente, el canto de miles y miles depersonas, increíblemente afinado.
En un momento cerré los ojos para poder sentirlo todo sólo con el cuerpo, sin la miradaque siempre influye en las sensaciones. Los gritos y el cemento vibrando bajo mis pies.
No sé cuánto tiempo estuve así. Cuando los abrí los tenía llenos de lágrimas. Mire aEzequiel y le dije:
—Gracias. Es fantástico.
Y él me abrazó. Qué bien se sentía. Era la primera vez, que yo recuerde, que nosabrazábamos.
Empezó el partido, que era por lo que en definitiva estábamos ahí.
Fue lamentable.
Parecía que la pelota quemaba, cada jugador al que se le acercaba la pateaba lo máslejos posible, nadie nunca la puso contra el piso y levantó la cabeza buscando a uncompañero. Todo el tiempo la pelota lejos y arriba. Un espanto.
Terminó 0 a 0.
Nos alejamos del estadio caminando despacio por calles angostas. El sol se ocultaba.
Yo estaba feliz. A pesar del partido, la tarde había sido maravillosa. Íbamos afónicos ysudorosos.
—Si Racing sigue jugando así, me voy a morir sin verlo salir campeón —dijo Ezequiel.
La muerte. Otra vez el ave de rapiña volando en círculos. La tarde se deshizo enpedazos. Me pareció que los papelitos que habían saludado la salida de los equipos erannegros. Y que los gritos de las hinchadas habían sido cantos fúnebres.
La muerte.
Ezequiel me revolvió el pelo con su mano. Debe haber visto mi expresión y se rió acarcajadas.
—No tenés que ser tan literal. Si Racing sigue jugando así, vos también te vas a morirsin verlo salir campeón.
Entonces nos reímos juntos.
***
Ezequiel me acompañó hasta la puerta de casa y no quiso pasar, argumentó que teníaque levantarse temprano al día siguiente. En ese momento, me di cuenta de que yo nosabía nada de su vida, qué hacía, de qué vivía, si trabajaba o no. Mentalmente me loagendé para la próxima vez.
Quería que me contara de él.
Cuando entré me recibieron como si efectivamente hubiese cruzado el océano en bote aremos. Mi madre me preguntó si me había pasado algo, si estaba bien y si tenía hambre.
No, si y no fueron mis respuestas respectivas. Mi padre no me preguntó nada. Esperóque me bañara y luego me invitó a "dialogar".
No podría transcribir aquí ese "diálogo", que no fue tal, sino un monólogo largo, que yosólo interrumpí con suplicas y sollozos.
Lo que dijo mi padre ese domingo, que hasta ese momento para mí había sido mágicofue más o menos lo siguiente. Primero: No dejaba de sorprenderlo mi repentino interéspor el fútbol, eso demostraba que él me había descuidado, cosa que no volvería a pasar.Pero bueno, él me había inculcado el amor por los deportes y no se opondría a mipasión, desde ese momento iríamos juntos a la cancha cada vez que yo quisiera,obviamente a platea, que es donde va la gente decente y no a la tribuna popular, comohabíamos ido Ezequiel y yo, que es a dónde van los vándalos.
Segundo: Mi relación con Ezequiel. Dado que yo nunca había manifestado interés enrelacionarme con mi hermano, mi padre sostuvo que era mejor continuar así. Comoregalo de cumpleaños era bastante simpático "un compact-disc de música moderna y unviaje en colectivo hasta Avellaneda para ver fútbol", pero que nuestra relaciónterminaba allí. Que no era "sano" para un niño de 11 años andar por ahí con un adultode 24, por más que éste fuera su hermano.
Tercero: Él entendía que yo estaba por ingresar a la pubertad, que mi cuerpo estabaempezando a cambiar, y tal vez tenía alguna duda o pregunta que hacer. Si era por eso,tenía que confiar en él, después de todo era mi padre, me había dado la vida, me habíaeducado.
Yo tenía que confiar en él.
Y cuarto: En cuanto a Ezequiel, me prohibía volver a verlo fuera del ámbito familiar.Todo esto por supuesto "era por mi propio bien" y "más adelante se lo agradecería".
Mi padre como siempre dio por terminada nuestra conversación levantándose yyéndose.
Yo me quedé sentado en su despacho llorando en silencio un largo rato.
Cuando salí, todos se habían acostado. Eran miles las cosas que no podía entender, loúnico que sentía era que había algo que no encajaba con el mundo.
Y que ese algo era yo.
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Los ojos del perro siberiano
Teen FictionNos quedamos un rato en silencio, envuelto en el perfume de las hierbas. Hasta que le pregunté. -¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel? Apoyo las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme. Me miró. Bajó la vista y dijo en...