23

248 18 77
                                    



— ¡MALDICIÓN!

Su cuerpo pega un brinquito en su lugar, quedándose totalmente tensa. Su respiración se cortó por un instante en el momento en el que el vaso de cristal se estrelló contra la pared del pasillo, a un costado de su cabeza. Sus ojos se aguaron quedando las lágrimas acumuladas en la coronilla, se mordió los labios hacia dentro intentando verse fuerte. La mejilla que no estaba irritada se vio golpeada por la palma abierta con el anillo dorado en el dedo anular. Aprieta los puños saboreando el peculiar sabor a hierro de la sangre de sus encías.

Sus cabellos cortitos hasta sus orejas son jalados con fuerza hacia arriba. — ¡¿Con qué motivo hiciste esto?! ¡¿Ahora te crees niño?! ¡Responde de una vez por todas! ¡¿Qué dirán los demás de mí cuando te vean así?! — La castaña arruga el ceño ante la mirada seria de esos enormes ojos, viéndole como si ella fuese la que está mal. ¡Ella no está mal! ¡Es su estúpida hija que siempre hace este tipo de cosas! — ¡No me mires con esos ojos! ¡No eres un chico! ¡Eres una chica! ¡Deja de comportarte como lo haces! ¡Eres un fastidio! ¡Saliste defectuosa! ¡Arréglate de una buena vez!

Su cabeza se balancea de un lado a otro cada vez que otro golpe es otorgado, sus ojos se enfocan en el suelo mientras aprieta los puños. Finalmente alza la cabeza de golpe, recibiendo la palma directamente en el rostro, cayéndose de costado por la fuerza con la que fue dirigido el golpe y su poca preparación para recibirlo. Su cuerpo hace eco por el silencio en el que se sumergió la casa. Solo se puede escuchar la respiración agitada de la mayor de la habitación. El hilo de sangre cayó al suelo de madera, manchándolo por completo en gotitas que jamás se borrarán.

Volteó la cara, observando con sus ojos enormes llenos de determinación. Lentamente se levanta del suelo, viéndole desde abajo con una expresión escalofriante la mayor tiembla de pies a cabeza, pensando en que jamás había visto ese tipo de expresión en nadie. La expresión de alguien que alberga todo el odio que puede haber. — Jódete.

Porque nunca habrá otra persona que tenga los ojos como Levy, no se trata de tamaño o el color de su iris, es ese tipo de sentimiento que logra transmitir con un simple vistazo. Fue así desde niña, adolescente y ahora adulta.

— Hola, hija. ­

Levy hace una mueca ante aquel apelativo. Gajeel, Lisanna, Mamá Zhang y Asuka abren sus ojos con sorpresa, mientras que Lily gruñe con desagrado, como un perro. Los ajenos están sorprendidos porque nunca habían visto a la mamá de Levy, tampoco hay alguna prueba o evidencia en la residencia Kuroda de que esa mujer existe. Mamá Zhang observa a la mujer por unos instantes, obviándola como si no fuese nada notando los puños apretados de los poseedores del apellido Kuroda. Junta sus labios nerviosa, se acerca a Papá Kuroda tocando su hombro.

— Kuroda-san, debemos movernos. — Papá Kuroda suelta el aire que ni sabía que estaba reteniendo viendo de reojo a Mamá Zhang, agradeciéndole con la mirada el gesto de salvación. O al menos así lo vio él. Meiko se quedó viendo a la alta mujer con ojos fríos, Levy arrugó el ceño ante la despectiva mirada que su madre biológica le estaba dando a Mamá Zhang.

— Nos vamos, ahora. — Les dice Levy con voz seca y fría a sus amigos, ellos asienten con la cabeza sin decir nada, lo cual Levy agradece.

Meiko los observa, los juzga y analiza a cada uno de ellos, haciendo una mueca de inconformidad al verles pasar por su lado y ninguno dirigirle una mirada. — Se nota que son como tú. — Levy se detiene apretando los puños con fuerza, Papá Kuroda arruga el entrecejo, viéndose escalofriante ante el tono asqueado de Meiko. Lo que ninguno sabe, es que solo los de apellido Kuroda conocen. Levy y Papá Kuroda saben que se refiere a la manera de vestir irregular de Asuka y Lisanna el día de hoy. También a la apariencia extravagante de Gajeel y Lily.

Sweet Chaos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora