Capítulo 1: Derecho a permanecer callada

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No era la primera vez, y estaba completamente segura de que no sería la última, que Juliana pasaba la noche en una estación de policía. Se había metido en más peleas de las que podía recordar, y casi todas habían acabado con ella descansando tras las rejas. Sin embargo, jamás había estado encerrada en un cuarto de interrogación. Toda su vida, seguramente a causa de las películas y las series, los había visto como lugares intimidantes especialmente diseñados para quebrar la mente de cualquiera y conseguir ese bien tan preciado que era la verdad. Y no era como si esa habitación no pareciera tener esas intenciones, todo lo contrario. Pero ahora que estaba allí, le parecía incluso un poco cómica de lo mucho que le recordaba al cuarto que había ocupado durante un tiempo en casa de su tía Milagros.


Deprimente, sombrío, sin ventanas, con techo y paredes que en algún momento habían sido de un blanco brillante, pero se habían desgastado hasta convertirse en un gris triste y desolador. Además, el cuarto era realmente diminuto, seguramente para generar una sensación de claustrofobia al punto del sofocamiento. Afortunadamente, Juliana estaba demasiado acostumbrada a los espacios pequeños.


En sus primeros años de vida, había vivido en un trailer con su mamá y su papá en San Antonio, no muy lejos de la casa de su tía. Pero casi no recordaba nada de esos tiempos. El primer sitio que realmente llamó hogar era un cuartito en el que habían vivido los 3 al llegar a Ciudad de México, sobre el gimnasio de boxeo que su papá había logrado construir con los pocos pesos que habían ahorrado luego de años y años.


El cambio de ciudad no les había sentado bien, y a los pocos meses sus padres habían decidido separarse. Un tiempo después, Juliana vivía con su mamá en un apartamento que no tardó en ser ocupado también por su nuevo esposo, Panchito, y de vez en cuando por sus hijos, con quienes Juliana debía compartir hasta la cama. Con su papá las cosas no habían sido diferentes. Al principio, el Chino se había quedado a vivir en aquel cuartito en el gimnasio, hasta que conoció a Alicia. Luego de casarse con ella por haberla dejado embarazada, se mudaron a una pequeña casita donde Juliana disfrutó de su propia habitación hasta que nació Javier.


Nunca le había molestado compartir ni con los hijos de Panchito ni con su hermanastro. Tampoco se había visto afectada por la separación de Lupe y el Chino. De alguna forma, eso había mejorado su situación familiar. Ella se llevaba bien con ambos, tanto como con Alicia y Pancho, y no tenía que escuchar a sus papás discutiendo a diario. Podía no tener mucho lugar para ella misma, pero tenía dos hermosas familias.


Pero todo eso había cambiado en cuanto había puesto un pie en la casa de Milagros. Juliana sabía, incluso desde antes de llegar, que no era verdaderamente bienvenida en aquel sitio. Que su padre le había pedido como "favor", por no decir castigo, a su hermana que le diera asilo mientras terminaba la prepa lejos de él, de todo lo que significaba algo para ella. En ese nuevo hogar, no tenía que compartir el cuarto, ni la cama, ni nada con nadie. Sin embargo, todo se sentía mucho más pequeño. En primer lugar, porque realmente lo era. La habitación que ella ocupaba había sido, originalmente, una despensa y no tenía lugar más que para su cama y un diminuto escritorio donde se limitaba a hacer sus tareas bajo la luz de la única lámpara que le habían dado, a falta de ventanas.


En segundo lugar, porque la soledad era asfixiante. Podría haber sido llevada a la mansión más impresionante, con la habitación más grande que hubiera visto en su vida, y aún así la hubiera sentido minúscula. Juliana estaba acostumbrada a estar rodeada de su familia. Eso le gustaba. Entonces, hallarse sola, en un sitio en el que no quería estar, con no más compañía que la de sus pensamientos, era tan desconocido como desolador.


Contra las Cuerdas - Juliantina AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora