Capítulo 8: Las miradas dicen más que las palabras

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Juliana cerró la puerta detrás de ella con tanta fuerza que retumbó en la lúgubre quietud del gimnasio. Tenía la respiración agitada y el corazón le latía tan fuerte que podía oírlo martillar su interior, parecía que iba a salirse en cualquier momento.


Caminó sin sentido por unos minutos, intentando recuperar el aliento y contener los sollozos que amenazaban con escapar de su garganta, donde cargaba un nudo tan grande que apenas podía respirar. Las lágrimas acumuladas en sus ojos le impedían ver con claridad, y la presión con la que apretaba sus propios puños le dolía.


Se detuvo, dando uno, dos, tres golpes al saco que colgaba en medio del espacio, ese que amortiguaba sus puños cada día. El mismo que Valentina golpeó tantas veces. Su perfume aún estaba presente allí, como un fantasma acechando en cada esquina. Podía sentir su presencia, su imagen cobrando vida con cada recuerdo de los momentos que vivieron en ese preciso lugar.


Jamás en toda su vida se había sentido tan perdida. Ni siquiera después de que sus padres la dejaran completamente sola en el mundo. Ésta era un tipo de soledad completamente diferente. En aquella ocasión, la había empujado a sacar a relucir su fortaleza, su capacidad de sobrevivir. Ahora, sin embargo, se sentía ahogada. Sumergida por completo, tan profundo que no podía respirar.


Se dejó caer contra el saco, sintiendo como una lágrima se derramaba resbalando por la rasposa superficie. Ni siquiera era capaz de recordar la última vez que realmente había llorado. No era algo que hiciera seguido.


—Ey —alzó la cabeza, encontrándose con la mirada preocupada de su hermano observándola desde la puerta—, ¿puedo?


Juliana cerró los ojos antes de asentir, dejando que una última y solitaria lágrima rodara por su mejilla. Ella la limpió con fuerza, casi lastimando su piel, dejando una enrojecida marca sobre su rostro.


Javier dio unos pasos dentro, cerrando la puerta a sus espaldas. Miró alrededor de la habitación, estudiando cada rincón. Ni siquiera él entraba a ese lugar, mucho menos desde que ella había regresado. Sabía que era un sitio especial para ella, una conexión mucho más directa con su pasado y con su papá.


Sin embargo, ahora no sólo representaba eso. También su vínculo con Valentina. Esa habitación estaba llena de fantasmas y ella no podía librarse de ellos.


—Gastón se fue. Dijo que la prioridad de Montilla ahora sería obtener el testimonio de Valentina, lo que te daría más tiempo —Juliana alzó la cabeza al oír ese nombre—, pero regresará mañana para continuar.


La morena suspiró profundamente mientras caminaba hacia la pared, recostándose contra ella. Se dejó caer contra el piso, llevando sus piernas hacia su pecho, acurrucándose contra ella misma.


Sin decir una palabra, Javier la imitó, sentándose junto a ella.


Juliana se frotó la cara con fuerza, intentando erradicar un poco la frustración que sentía. Se sentía completamente inútil y, aunque no lo fuera admitir en voz alta, estaba asustada. No tenía idea de qué iba a suceder, ni con ella ni con Valentina.

Contra las Cuerdas - Juliantina AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora