Capítulo 3: Los "qué pasaría sí" y los "debería de haber" comerán tu cerebro

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El pasillo oscuro desde el ring hasta el vestuario, si es que podía llamarlo de esa forma, se le hizo interminable. Luego del veredicto de los jueces de la pelea, había huído del cuadrilátero. Algo que jamás hacía, no después de una competencia. Pero ese día estaba demasiado enojada, demasiado golpeada, y no precisamente por su oponente. Toda la furia era contra ella misma. Nadie más.


Aún con los guantes puestos, golpeó el espejo sobre el lavabo añadiendo nuevas grietas al ya destrozado cristal donde ahora veía su reflejo completamente distorsionado. De a pedazos, exactamente como se sentía por dentro. Absolutamente dividida. Y es que no podía sacarse de la cabeza a su hermano y en lo que le había pedido. Y su falta de concentración lo había arruinado todo, todo por lo que había estado preparándose por meses, años en realidad.


Dio un golpe más, esta vez contra la pared, terminando de partir algunos de los zócalos que todavía estaban intentando preservarse contra la humedad y la falta de atención que esa habitación claramente cargaba. La luz titilante sobre su cabeza no ayudaba a disminuir el dolor de los golpes que había recibido en el rostro.


Se quitó los guantes con desgano y tomó el botiquín de primeros auxilios que siempre llevaba en su bolsa y se dio a la tarea de tratar las heridas superficiales sobre sus cejas, mejillas y labio, que eran quienes más solían mostrar evidencia después de duros rounds como los que había acabado de atravesar.


Con el algodón remojado en alcohol repasó cada corte, haciendo pequeñas muecas cada vez que ardía, cada vez que alguna herida le recordaba cómo había llegado hasta ahí. No tanto por el dolor físico, sino por el psicológico, porque cada marca era un recordatorio de que la había cagado. Que había tenido al alcance de su mano la oportunidad más grande de su vida y la había dejado diluirse como agua entre sus dedos.


Se sintió un poco aliviada cuando abrió el grifo de la regadera, dándose cuenta que aunque el lugar era deplorable, había agua caliente. Dejó que su cuerpo descansara entre el vapor y el calor de los chorros cayendo sobre ella, mientras continuaba castigándose internamente por todo lo que había salido mal. Era como si pudiera reproducir una y otra vez cada tramo de la pelea y detectar con exactitud todo lo que había hecho erróneamente, y cómo debería haber sido. Y era la peor de las torturas, saber que podría haber sido diferente, pero no lo era.


Cuando el agua dejó de ser un paño reconfortante de calidez para pasar a convertirse en una insoportable cortina de latigazos helados, cerró la llave y salió pensando solamente en vestirse y marcharse, para encontrarse con su cama y dormir hasta que perdiera la noción del tiempo y el espacio. Pero una vez más, como le había sucedido en todas las noches que le siguieron a la última llamada con su hermano, se encontró a sí misma con los ojos fijos en el techo de su trailer, y la cabeza perdida en México.


El sol se hizo presente antes de lo que le hubiera gustado, y fue cuando la luz bañó por primera vez sus párpados de manera directa que tomó la decisión. No descansaría tranquila, no estaría en paz consigo misma ni con su pasado, que la había atormentado por años, hasta que regresara y enfrentara lo que había pensado que había quedado atrás. Se dio cuenta de que no había hecho más que quedarse estancada en un presente constante, pero sin futuro. Y necesitaba soltar el pasado para tenerlo.

Contra las Cuerdas - Juliantina AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora