Iván

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Suelto un grito de euforia en el momento en que la ola llega hasta a mí y me eleva por los aires. Comienzo a patalear con fuerza para impulsarme e ir aún más rápido. Llevo toda mi vida haciendo esto, pero jamás dejaré de sentir la adrenalina en mi cuerpo cuando, con la tripa sobre mi tabla favorita, vuelo hasta la orilla. Hoy el mar está especialmente revuelto y a lo largo de toda la tarde he podido disfrutar de olas buenísimas, pero esta última ha sido la mejor, sin duda. Durante los metros que me separan de la orilla, agarro bien fuerte la tabla y lucho contra la corriente, que amenaza con tirarme. Cuando finalmente la arena mojada de la playa me frena, me pongo en pie de un salto y me giro, triunfal. ¡Qué bien empieza julio!

-Cállate -dice Sergio saliendo del agua, con cara de pocos amigos, antes de que pueda abrir la boca siquiera.

-Pero si todavía no me he regodeado en mi victoria.

-No hace falta.

- ¡Claro que hace falta! -contesto sonriente-. No todos los días se ganan veinte pavos contra tu mejor amigo.

- ¡Eh! -un balón hinchable me rebota en la cabeza.

-Uno de mis mejores amigos -corrijo.

Me giro hacia Alain y le estrecho la mano. Sé que, si hubiéramos apostado los tres, él lo habría hecho en mi contra. Hace un rato Sergio me ha retado a una carrera: el mejor nadador de Verlán contra mi tabla y yo. No pienso reconocerlo en voz alta, pero en un primer momento he pensado en negarme. Sergio ganó, durante tres años consecutivos, el campeonato de natación en mar abierto que organizaba anteriormente el pueblo. Luego, se retiró. Y a los pocos años el ayuntamiento decidió cancelarlo.

-Tiene razón, tío -dice Alain encogiéndose de hombros.

-Ya sé que tiene razón -contesta malhumorado.

Se acerca hasta su mochila, tirada en la arena a unos pocos metros, junto a la mía, y saca un billete de veinte de la cartera. Refunfuñando algo que no distingo, abre la cremallera de mi bolsa de deporte y lo suelta dentro de mala manera. Yo me vuelvo hacia el mar para que no vea la sonrisa que tengo en la cara. Este chico solo tiene mal perder conmigo.

-Anda, no te pongas así. Ya te invitaré a algo en el Agua Marina para que se te olvide la derrota.

Me alejo riendo antes de que me aseste un puñetazo en el estomago.

-Hablando de eso -interrumpe Alain, supongo que para cambiar de tema y evitar males mayores-, ¿esta noche te toca turno en el bar?

Yo asiento con la cabeza. Mi familia es dueña del bar más conocido de Verlán. O para los que somos de aquí, lo es, al menos. Después de la muerte de mi madre, mi padre nos pasó el testigo a mi hermano mayor y a mí, y desde entonces somos los dueños. Entre nosotros nos organizamos cada semana para encargarnos de él. Pero lejos de lo que pueda parecer, a mí me encanta ese sitio; es mi refugio, el lugar donde más a gusto me siento del mundo. Me encanta innovar con nuevas recetas de cócteles, aunque muy pocos pasan mi exigente corte antes de incluirlos en la carta. Además, ese lugar por mucho que haya cambiado en estos diez años, sigue teniendo la esencia de mi madre.

-Sí. Chris y Natalia se han estado encargando de él durante el fin de semana. Esta noche curro yo.

-Pasé por allí el otro día y los saludé. A ella se la ve muy integrada. Van en serio, ¿verdad? -pregunta Sergio, a quién ya se le ha pasado el enfado por la carrera. Es así de sencillo mi amigo.

-Conociendo a mi hermano, no me sorprendería que cualquier día de estos le plante un anillo en el dedo.

Sin darme casi ni cuenta, una estúpida sonrisa se me instala en los labios. Hacen muy buena pareja. Estos últimos cinco años he visto a Chris más feliz que nunca. Ella consigue que se relaje y que no esté siempre dando órdenes y pegando gritos, sobre todo a mí. Natalia sería la mejor cuñada que podría tener.

#ProyectoPlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora