Carla

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A las doce y media, después de haber pasado toda la mañana remoloneando en la cama, por fin bajamos a la playa. Marta prefiere perderse el primer contacto con el mar del verano y se acerca a la tienda de comestibles que hay al lado de nuestro piso para comprar lo necesario para estas primeras semanas de vacaciones. Lleva una lista kilométrica con todas nuestras peticiones, aunque sé de buena tinta que no vamos a encontrar en la nevera todas las botellas y latas que ha apuntado Ana, ni las bolsas de patatas que me apetecían a mí.

Las tres atravesamos el muro y pisamos por primera vez la arena. El sol lleva toda la mañana calentándola y los pocos granos que se cuelan entre nuestras chanclas nos abrasan los pies. Ana se ríe tanto de Ale por los saltitos que da que a punto está de chocarse con las duchas que hay situadas a la entrada. Yo, por mi parte, estoy más callada de lo normal. No se lo he dicho a las chicas, pero estoy segura de que saben que esta mañana he salido a correr. Cuando he vuelto tenía los ojos llorosos. Alejandra me ha descubierto sentada en las sillas de la terraza con las piernas encogidas y mirando hacia el mar cuando se ha despertado. Se ha sentado a mi lado como si fuera un animal herido, con cuidado de no asustarme, y las dos hemos pasado un largo rato mirando al horizonte en silencio. Su compañía silenciosa me ha ayudado más que cualquier palabra que pudiera haber dicho. Y se lo he querido demostrar; cuando me he levantado para ir a desayunar, le he abrazado desde atrás y he posado los labios en su mejilla con un beso cariñoso. Sé que les duele no saber qué me pasa, pero es mejor así. No pienso permitir que carguen conmigo, que me tengan lástimas. No lo soportaría.

Cuando al fin encontramos un hueco entre la marea de sombrillas y toallas que hay cerca de la orilla, Ale no tarda ni dos segundos en plantar su sillita de playa. Yo me quito el pareo amarillo con el que he bajado desde el apartamento y dejo a la vista mi bonito biquini azul oscuro con motivos marinos dibujados que va a juego con la cinta añil que llevo atada a la muñeca izquierda. Ana me mira y suelta un silbido con el que consigue atraer las miradas de nuestros vecinos de esterilla. Yo le lanzo un mirada con la que pretendo quemarla viva y ella me responde con otro silbido, está vez más alto, y con una carcajada que amenaza con partirla en dos.

—Ale, ¿te quedas tú vigilando las cosas? —le pregunto, cuando ha terminado de colocar nuestra sombrilla blanca.

Ella no contesta de inmediato. Yo aprovecho para acercarme a Ana y darle una palmada en la frente para que deje de reír. Ella se queja pero su sonrisa no le abandona el rostro.

—Claro. Id a bañaros tranquilas. Estaré en buena compañía —nos señala uno de los muchos libros que se ha traído.

Le devolvemos una sonrisa de agradecimiento y cojo a Ana del brazo para llevarla hasta la orilla. Nos introducimos en el mar rápidamente, como si el agua no estuviera tan fría como realmente está. Necesitaba tanto esto que me ahora mismo me da igual romper la parte de arriba de mi biquini por culpa de la dureza de mis pezones. Me hundo del todo y permanezco unos segundos bajo el agua con los ojos cerrados. Ese silencio es maravilloso. La sensación de las olas meciendo mi cuerpo no tiene comparación. Ahí abajo no existen pesadillas ni malos recuerdos. El agua es sanadora a muchos niveles.

Permanezco así durante tanto tiempo que ni lo sé; puede que hayan sido solo unos segundos eternos o varios minutos. Boca arriba, el sol calienta mi cara y el contraste con el agua fría en el resto de mi cuerpo es de lo más agradable.

Cuando el estado de semiinconsciencia en el que estaba amenaza con sumarse a las horas sin descanso que llevo en el cuerpo y tengo ganas de dormir, levanto la cabeza para buscar a Ana y decirle que prefiero salir y descansar en las toallas, donde no hay peligro de ahogamiento por imbecilidad, pero no la veo. De pronto oigo su inconfundible risa y me giro para ver que se ha unido a un grupo de chicas que juega a las palas cerca de la orilla. ¡Qué facilidad tiene esta mujer para adaptarse a cualquier situación!

#ProyectoPlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora