Carla

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Se me escapa un gemido que poco tiene de placentero. Me llevo las manos a la cara y me aprieto los ojos buscando algo de alivio. No lo consigo. Esta vez el gemido que suelto se parece más a un gruñido animal.

La cabeza me va a estallar. Ya debería estar acostumbrada a las consecuencias que tiene el llanto descontrolado; llevo años sufriéndolo. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no rememoraba el pasado, y mucho menos contaba ciertos episodios en voz alta.

Me incorporo en la cama y me paso las manos por el pelo, aplastado por culpa de la almohada a la vez que suelto un suspiro. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué me abrí de esa manera con él? ¿Por qué me vacié como nunca he hecho con nadie. No encuentro respuesta. Solo sé que, mientras lo hacía, me sentí bien. Iván me escuchó en silencio y sé que en ningún momento me juzgó. Me arrepiento de haberle hablado mal, pero es que a su lado me siento vulnerable. Con esos ojos marrón claro es capaz de hacerme perder el control que tanto me gusta tener sobre mí misma. Y esa es una mierda de sensación.

Cojo mi móvil para ver la hora y me sorprendo al descubrir que pasan de las cinco de la tarde. Llevo durmiendo todo el día. Aunque ahora que lo pienso tampoco es tan raro; anoche llegué muy tarde, cuando todas estaban dormidas. Entre eso y mi inesperada charla con Iván, tuve un día movidito. Además, la pastilla que me tomé para controlar el ataque de ansiedad me da sueño.

Y hablando de pastillas... Me levanto y camino hasta el baño. Rebusco el mi neceser y saco el bote de cristal que tengo escondido a buen recaudo en un bolsillo interior, junto con las compresas.

Después de hacer pis y lavarme la cara salgo para hablar con Ana e intentar explicarle lo de anoche. Aunque no tengo ni idea de por dónde empezar. Pero mi mejor amiga lo merece. Es entonces cuando me doy cuenta de lo silencioso que está el apartamento. No se oye ningún ruido. El piso tampoco es muy grande, así que no tardo en descubrir que estoy sola. No termino de comprender las sensaciones de alivio y ansiedad que me embargan. Y eso me agobia más.

Vuelvo a la habitación a por mi móvil para mandarle un mensaje a Ana, pero su última conexión es de hace horas, así que no me molesto. Pruebo con Marta y con Ale. Más de lo mismo. ¿Y estas dónde se han metido?

De pronto un pensamiento se cuela en mi cabeza y, como una autómata, casi sin darme cuenta de lo que hago, me pongo un vestido de seda verde oscuro muy fresquito, me planto mis sandalias negras favoritas y me arreglo un poco el pelo. Cuando soy consciente de lo que estoy haciendo me encuentro justo delante del escalón que separa el Agua Marina de la arena de la playa.

Abro mucho los ojos sin terminar de creerme que haya decidido venir aquí. Por voluntad propia.

Me giro y estoy a punto de emprender el camino de vuelta al apartamento cuando una voz me frena en seco. Su voz.

— ¿Carla? ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?

Me vuelvo a tiempo para ver cómo sale de detrás de la barra con el ceño fruncido.

Si me encontrara en otra situación hasta me haría gracia su cara de sorpresa. Ni él sabe qué estoy haciendo en puerta de su bar sin atreverme a dar el paso que hace falta para entrar. Bienvenido al club, surfista mediterráneo.

—Hola, Iván.

Me sorprende lo clara que sale mi voz. Sin titubeos.

— ¿Qué haces aquí? —repite.

—Si te molesto me voy —digo seria, pero con un brillo divertido en los ojos.

Me vuelvo a girar, pero antes de que pueda dar un paso él me agarra de la muñeca. Doy un respingo al notar el calor que emana de su mano en mi piel. Ayer también lo hizo cuando nos encontramos en el mar. No me siento cómoda cuando me tocan desconocidos, aunque con él la sensación no es del todo desagradable. Me apunto mentalmente valorar esto en algún momento.

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