Iván

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Cenamos en el pueblo, en una marisquería a la que ya iban a comer mis abuelos en sus tiempos. Es el típico negocio familiar que pasa de padres a hijos y que, hasta ahora, todos han querido seguir con la tradición.

Alain decide dejar el barco atracado en el puerto de aquí y que sea su compañero el que lo devuelva mañana a la zona turística, ya que es a él a quién le toca el primer turno. Así que cogemos el autobús para que nos deje en la primera parada del nuevo Verlán, como me gusta llamarlo.

Bajamos al lado del Agua Marina. Me acerco a saludar a mi hermano, que está trabajando ahora, y cuando salgo llevo un tablón cuadrado de madera en la mano y una botella de licor vacía en la otra.

—Se me ha ocurrido que podíamos jugar a un juego para conocernos mejor —digo cuando llego hasta los demás.

Alejandra da un traspié cuando ve la botella de cristal, y Ana tiene que sujetarla para que no se caiga.

—Chicas... Yo me voy a casa, ¿vale? —oigo que susurra a sus amigas.

Sergio se adelanta antes de que pueda salir corriendo en dirección contraria y le sujeta suavemente de la muñeca.

—Tranquila, no es lo que crees.

Ella da un respingo cuando siente su contacto y él aparta rápidamente la mano. Me la quedo mirado un segundo. Parece tan fuera de lugar en este momento, con la cabeza apoyada en el hombro de Ana y una expresión asustada en su rostro con los ojos muy abiertos, que una fuerte ternura se me instala en el pecho.

—Sí, dos de nosotros ya tuvieron suficiente fiesta anoche.

Echo la cabeza hacia atrás ante el comentario de Alain y suelto una fuerte carcajada de la que mis amigos también se contagian. Veo como Ana me lanza un beso y se ríe por lo bajo. No sé porqué me da que la tontería que nos traemos no terminó en el baño del hotel.

—Se trata de un juego de preguntas y respuestas —explico—. Uno gira la botella y tiene que hacer una pregunta personal a quien señale.

Las cuatro chicas se miran entre ellas, dudando si aceptar o no. Alejandra parece haberse recompuesto un poco, ya erguida y sin esa mirada de desconfianza en sus ojos color arena. Sí, yo mismo me he sorprendido esta mañana al poder distinguir el tono de la arena bajo mis pies en su iris. Creo que son los más bonitos que he visto jamás. Sin contar con el verde oscuro de los de Carla. Joder, ¿por qué no pueda dejar de pensar en ella? Me tiene muy descolocado desde esta mañana. Esa forma de salir huyendo, esos titubeos empapados de miedo...

Finalmente es Ana la que habla, haciendo de portavoz y sacándome de mis pensamientos:

—De acuerdo —acepta. Echa un rápido vistazo a sus amigas—. Pero sin preguntas incómodas.

Acepto el trato y todos saltamos a la arena de la playa. Buscamos un sitio en el que no haya nadie y que esté lo suficientemente alejado del grupo más próximo como para poder oírnos sin gritar.

Cuando lo encontramos nos sentamos formando un círculo. Me dejo caer ente mis dos amigos, con las chicas en el extremo opuesto.

Sergio coloca el trozo cuadrado de madera en el centro y deja la botella encima con cuidado.

— ¿Qué pasa si unas de nosotras gira la botella y señala a otra? —pregunta Marta.

—Tendréis dos opciones: o le hacéis una pregunta, cosa que veo absurda porque supongo que lo sabréis todo las unas de las otras, o elegís a quién de nosotros queréis preguntar.

Explicamos las reglas básicas del juego y contesto unas pocas preguntas más sobre la mecánica. Cuando está todo claro yo mismo hago girar la botella. La primera ronda apunta a Marta.

#ProyectoPlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora