Carla

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Un golpe en el esternón. Siento que me falta el aire. Las mejillas húmedas, la mandíbula tensa. Me tiemblan los labios.
Abro los ojos de golpe. Me cuesta situarme. Todo se ve más oscuro a través de las gafas de sol.
Me incorporo un poco sintiendo un fuerte dolor en el cuello por haber pasado tantas horas apoyada en la ventanilla del coche. Me atuso el pelo porque intuyo que no debe tener muy buena pinta, recoloco las pulseras en mi muñeca izquierda, y me apresuro a secar alguna lágrima que todavía rueda por mi cara.
Otra vez esa puta pesadilla.
—Buenos días, princesa —Ana me dirige una mueca divertida. Yo contesto con un gruñido —. Esa es mi chica.
Decido ignorarla porque ahora no tengo cuerpo para su buen humor habitual. En cambio, miro por la ventana en la que he estado apoyada prácticamente desde que salimos de la ciudad.
Bajo el cristal e inspiro hondo. La humedad amenaza con ahogarme, pero no me importa porque debajo de esa asfixiante sensación percibo el característico olor del mar. La brisa revuelve mi corta melena negra y cierro los ojos.
A pocas horas de nuestra ciudad se encuentra la última playa en España que ha sido galardonada con la Bandera Azul, que premia, entre muchas otras cosas, la calidad del agua del mar y la información y educación del medio ambiente. Por eso, cuando Ana nos reunió a todas y vimos que era el momento perfecto para organizar ese viaje juntas que llevábamos soñando desde pequeñas, el primer sitio en el que pensamos fue en este: Un pequeño pueblo costero que en los últimos cuatro años, gracias a la Bandera Azul, ha crecido hasta convertirse en uno de los lugares turísticos más respetados del país.
Abro los ojos y miro de nuevo por la ventanilla. A la derecha del paseo marítimo todo está lleno de bares, restaurantes y hoteles. Observo una larga cola de turistas enfrente de un local con nombre italiano, seguramente esperando una mesa libre para comer, mientras que algunos más regresan de su baño matutino, aún cubiertos de arena. Intento imaginar cómo sería este lugar antes, sin tantos establecimientos ni gente revoloteando por todos lados, pero las voces de un grupo de chicos en bañador con un donut hinchable gigante hacen que me sea imposible.
— Carla, estás muy callada —Marta interrumpe mis pensamientos—. ¿No estarás fichando a los tíos? —pregunta burlona.
— ¡Eso lo hace Ana, no yo! —me defiendo de mal humor.
—Culpable —dice la aludida —.Nunca está de más hacer un estudio de mercado —añade guiñándome un ojo y dando un sorbo a su cantimplora que, apuesto mi mano derecha, contiene cualquier líquido menos agua.
Yo pongo los míos en blanco y giro de nuevo la cabeza hacia la ventana. _________ suena en la playlist que llevamos semanas preparando para la ocasión.
Estamos cerca del apartamento que hemos alquilado para estos próximos dos meses y, sorprendida (y aliviada), compruebo que esta zona es mucho más tranquila que por la que hemos pasado hace unos minutos. Apenas se ve gente paseando y los enormes restaurantes han sido reemplazados por pequeñas heladerías. Me gusta.
—Oye, chicas —Alejandra parece despertar de un sueño casi más profundo que el mío, aunque lleva todo el rato con los ojos abiertos—, esta calle está muy vacía, ¿no?
—Tranquila, Ale, que los tíos buenos están en la playa, donde nos vamos a pasar las veinticuatro horas del día a remojo y alegrándonos la vista.
—No lo decía por eso, Ana —refunfuña.
—Claro que no —Marta sale en su defensa—. A Ale no le interesa ir de flor en flor, como a ti. Ella busca al príncipe azul.
De reojo veo cómo Alejandra pone morritos y aprieta los puños sobre su vestido rosa pastel. Está tan mona cuando se enfada.
—Una noche —prosigue Marta—, entrará en una discoteca, las luces bajarán, sonará la canción de Titanic y allí estará él, sentado en un sofá y dispuesto a pintarte como a una de sus chicas francesas.
Ana suelta una carcajada, casi ahogándose con el último trago que ha dado a su cantimplora, y Marta le hace los coros. Yo sonrío, imaginando a la dulce Ale en esa situación. Le pega.
La pequeña del grupo suelta un sonoro suspiro por la nariz y da una patada al asiento delantero, casi como un espasmo, y yo siento lo que va a ocurrir antes de que abra la boca siquiera.
—Por que M haya resultado ser un hijo de puta que te ha tratado como una mierda los últimos seis años de tu vida, no quiere decir que no haya chicos majos por ahí que valgan la pena.
Mierda.
Veo cómo ahoga un gemido antes de esconder la cara tras las manos, como si así pudiera huir de la bomba que acaba de soltar. Todas sabemos que el tema novios es especialmente sensible para Alejandra, pero jamás hubiera esperado que reaccionase así.
Un denso silencio se apodera del coche. Raffaela Carrá nos aconseja ir al sur a través de los altavoces, pero ninguna mueve un solo músculo. Creo que ni siquiera respiramos.
Esa idea se borra rápidamente de mi cabeza al mirar al frente, a Marta. Inspira profundamente y luego expira con lentitud. Sé que es su manera de mantener la calma. No porque vaya a empezar a escupir fuego por la boca, sino para evitar que se le derramen las lágrimas que ya emborronan su mirada y tengamos un accidente.
—Joder… Marta, lo siento. Me he pasado. No quería… Es que… Pff… Lo siento mucho.
—No pasa nada. Tienes razón. M era una rana disfrazada de príncipe azul que me engañó durante demasiado tiempo. Que yo no haya conseguido tener mi historia de amor perfecta no quiere decir que tú no puedas soñar con un amor de verano maravilloso, de esos que aparecen en las novelas que tanto te gustan. Estas van a ser tus primeras vacaciones lejos de tus padres y tu hermana, es normal que estés ilusionada.
—Lo siento muchísimo, de verdad. Perdóname —suplica, al borde de las lágrimas ella también.
—Tranquila.
Unos largos minutos de silencio se instalan de nuevo en el vehículo. Echo un vistazo rápido a mis amigas: Marta conduce mirando al frente fijamente y respirando hondo de vez en cuando para mantener las lágrimas a raya. No es ningún esfuerzo para ella; lleva años practicando eso mismo, ahogándose poco a poco. Ale ha bajado la vista para observar sus cuñas como si fueran la cosa más interesante del mundo. No puedo verle la cara porque su larga melena castaña le cae a ambos lados del rostro y oculta su expresión, pero estoy segura de que se está mordiendo el labio inferior.
Yo intento recostarme de nuevo contra la puerta del coche. Necesito hacerme un ovillo y desparecer; durante unos minutos, al menos.
— ¡No me jodáis! —suelta Ana de pronto. —Llevamos planeando este viaje desde que éramos unas adolescentes sin un duro en el bolsillo, y ahora que lo hemos conseguido, yo pienso pasármelo de puta madre. Vamos a dejar a M en el agujero del que nunca debió salir; la mala hostia a un lado —eso va por mí, y así me lo hace saber lanzándome una mirada de advertencia. Yo chasqueo la lengua —; y a los príncipes azules en los cuentos. ¿Está claro? Aquí nos vamos a hartar a beber, a bailar y, si se tercia, a follar.
Todas sonreímos ante su último comentario.
—Y ahora abrid la boca y meteos un buen trago de esto.
Pongo los ojos en blanco y me vuelvo hacia la ventana, pero su mano me sujeta por la barbilla y me obliga a girar la cara.
—Tú también.

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