Prólogo

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Mientras miró hacía la ventana qué da hacía nuestro jardín, pienso en lo que sucedió hace tantos años. Todas las decisiones que tome me llevaron a pasar por muchas dificultades, pero al mismo tiempo, me enseñaron muchas cosas. Me prometí a mi misma que el primer día que te viera, te daría esta carta para contarte todo lo que había sucedido y espero que me otorgues tu perdón hijita, ya que tu fuiste la más afectada. Así que, por favor, léelo con calma.

Comenzaré esta carta, diciéndote que aun recuerdo cuando conocí a tu padre. En mí mente aún está aquella escena tan hermosa que mire esa noche de invierno; me envolvía el suave sonido del mar danzante, la arena bajo mis pies y el agua azotando con delicadeza mi joven piel... eran las cosas que me recordaban que no estaba dormida, además, el reflejo de la luna sobre el agua del mar era de lo más hermoso que jamás había visto, era... Simplemente... Especial como si hubiera tomado ese color espectral y etéreo solo para mi.

Recuerdo que dejé unas flores blancas unos lirios en el agua y con las yemas de los dedos, les di un ligero empujón para que se acercaran al reflejo de la luna sobre el agua, para así poder llamar al Dios de la Luna, la poderosa deidad en la que confiaba mi pueblo.

Estaba demasiado deseosa de un milagro que tuve que acudir a los dioses. En esa época, mi pueblo había entrado a una gran guerra que causó muchas muertes, pero, pese a eso, logramos salir victoriosos.

Como hija del líder del pueblo, se me entregó en matrimonio al mejor guerrero como si fuera un trofeo de guerra. Repugnante ¿Cierto? Lamentablemente, así era la época en la que a mi me tocó vivir.

A diferencia de la época llena de libertad en la que tu naciste, las mujeres no teníamos ni voz ni voto en mi época y prácticamente podíamos ser la moneda de cambio de cualquier transacción. Además, de que no se nos permitía llorar ni quejarnos. En el fondo, sabía que mi padre quería lo mejor para mi, por eso quería a alguien fuerte para que me protegiera, fue por eso me entrego a ese hombre.

Pero, ese hombre a quien todos admiraban, era alguien violento y salvaje. Noche tras noche me golpeaba y me obligaba a tener relaciones sexuales con él. Este monstruo me exigía tener un hijo, sin embargo, jamás pudimos tener uno. Con el paso de los meses, los rumores sobre nuestros fracasos comenzaron a llegar y la gente nos criticaba por no lograr concebir. Él se estaba comenzando a desesperar y se había vuelto aún más hostil conmigo.

Por eso, llena de lágrimas y golpes, acudí a rezarle a nuestra más grande deidad, para que me otorgara la bendición de ser madre.

La luz de la luna cayó sobre las flores y estas se ilumaron con una preciosa luz plateada, formando un puente entre el cielo y la tierra. Estaba asombrada por la escena delante mis ojos y fue entonces que vi a tu padre descender desde el cielo hasta mí y en cuanto lo vi me enamore de él. Aunque era de cuerpo esbelto, se veía muy bien proporcionado y fuerte, era muy alto también, su rostro era delicado y refinado, su cabello largo, plateado y lacio, tenía unos ojos encantadores color gris... Pero además de tener un color de ojos tan precioso tenía una mirada tan tierna en ellos que hizo que mi corazón diera un vuelco, una piel tan fina como la porcelana, su voz tan masculina y su tacto cálido hizo que me derritiera por él.

Tu padre dice que cuando me vio desde el cielo, también sintió algo por mí, aunque fuera una simple mortal, fue por eso que decidió descender ante mí y presentarse.

Ninguno de los dos soporto la tentación y esa misma noche nos entregamos en cuerpo y alma. Así fue como quede bendecida y me embarace de ti.

Todas las noches, yo lo iba a ver. El me trataba con mucho amor y comprensión, todo lo contrario a como me trataba aquel hombre. Ambos teníamos miedo que alguien nos descubriera e intentarán separarnos, pero él tenía un plan que parecía ser perfecto.

La Hija de la Luna: Flor Naciente (Primer Libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora