Capítulo 16

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—De ninguna manera vas a ir —soltó Ariadna—

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—De ninguna manera vas a ir —soltó Ariadna—. No voy a dejar que lo hagas, Liher.

Era viernes, y le había contado a mi amiga lo que había descubierto, dado que mi jefe no lo sabía y que no me había obligado a guardar silencio. Ariadna se había negado a permitir que yo continuase con aquello. Insistía era que, una vez descubierto aquello, lo mejor era regresar a la academia y pensar en los pasos que daríamos a continuación. Pero yo tenía orden de no dejar el trabajo, y no podía hacerlo.

—No insistas, Ari, por favor —pedí.

Aquel día solamente había ido a trabajar unas pocas horas por la mañana y, después, mi jefe me había dado el resto del día libre. Había recibido el vestido en el apartamento el día anterior, y ya lo tenía puesto. Mi amiga, además, a pesar de que no apoyaba la idea de que fuese asistiese al evento, me había ayudado a recogerme el cabello, dado que las marcas de mi cuello ya no eran visibles

—Si tienes algún problema, llámame, ¿de acuerdo? Todavía no comprendo cómo Luken puede estar de acuerdo con todo esto.

—Luken dudaba, pero yo insistí en que debía hacer esto.

—Aún no entiendo cómo puedes continuar. Tu vida está en peligro, Liher. ¿Qué ocurrirá si te descubre? ¿Si de pronto comprende que eres una cazadora?

Tal vez ya lo sabía. Tal vez supiese todo. Pero tenía la esperanza de que no fuese así, y la única esperanza que me quedaba era la de poder continuar como hasta el momento. Había advertido a Luken, y teníamos un pequeño plan. Porque acabar con Zigor Garay era nuestra última esperanza.

—Tendremos que esperar que no lo haga —dije simplemente.

No quedó convencida, pero no había nada que pudiese hacer para impedirme salir. Yo ya había tomado mi decisión.

—Ten cuidado —me pidió.

—Lo tendré.

Salí del apartamento, no sin antes haberme despedido de mi amiga, y bajé a la calle. Mi jefe había dicho que no tendría que caminar, porque pasarían a buscarme, pero aún faltaban unos minutos para las ocho y media, hora a la que había acordado salir, y pensaba que tendría que esperar.

Me equivocaba.

Delante de mi portal, de pie y apoyado contra su coche, se encontraba mi jefe. Siempre vestía con camisa, pero aquel día, con el traje oscuro que llevaba, estaba increíblemente atractivo. Sus ojos azules se clavaron en mí en cuanto me vio salir del portal, y abrió la puerta del copiloto antes de que yo pudiese adelantarme.

—Estás muy hermosa —halagó mientras pasaba por su lado para entrar en el vehículo.

—Tú tampoco estás nada mal.

Rodeó el coche para sentarse en el asiento del conductor, pero no arrancó.

—Abre la guantera —ordenó.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora