Capítulo 30

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La pregunta de Paulo sobre cuándo tendríamos un hijo aún rondaba mi mente cuando me levanté a la mañana siguiente

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La pregunta de Paulo sobre cuándo tendríamos un hijo aún rondaba mi mente cuando me levanté a la mañana siguiente. Zigor había respondido que había tiempo de sobra, que aún era muy pronto, y nadie había insistido. Yo no había dicho nada. No esperaba ser madre tan joven.

No tardé en acostumbrarme a aquella casa y a su rutina. Pasaron un par de días en los que Ariadna y yo no salimos de la finca, pero pudimos entretenernos con los hermanos Garay, que no dudaban en estar a nuestra disposición para hablar o distraernos, y que nos contaban historias sobre su familia o sobre lo que habían vivido en sus más de cien años de vida. Así supe que Zigor, el mayor, tenía casi ciento cincuenta años. Por las noches, Zigor me llevaba a su habitación, y no nos separábamos hasta que él iba a trabajar a la mañana siguiente. Apenas utilizaba mi habitación.

Aquel día, Zigor se había marchado pronto a trabajar, porque tenía una reunión. Se había despedido de mí con un beso sin molestarme más de lo necesario, y después se había marchado, dejándome continuar durmiendo.

Bajé a desayunar más tarde de lo que había planeado. Solamente se encontraba Ariadna en el comedor cuando llegué, pero aún había comida preparada para desayunar.

—¿Y Paulo y Milo? —preguntó.

—Creo que Milo aún sigue durmiendo —respondió ella—. No lo he visto esta mañana. Y Paulo ha salido a correr.

Me fijé en que tenía unas ojeras disimuladas con maquillaje.

—Los vampiros duermen poco —comenté—. ¿No es extraño que Milo siga durmiendo?

Sujetó con ambas manos su taza de café y la acercó a sus labios. Dio un largo trago para espabilarse antes de responder a mi pregunta.

—Anoche pasaban las cinco de la mañana cuando se fue de mi habitación —me dijo—. Nos acostamos y después pasamos un rato hablando.

—Pensaba que habríais dormido juntos.

—No. Prefiero dormir sola, al menos por el momento.

Tomé una tostada y le unté mantequilla. Era un desayuno simple, pero también uno de mis preferidos. En aquel lugar, podía disponer de lo que desease para desayunar, comer y cenar, sin tener que cocinar. No estaba acostumbrada a aquello, pero debería hacerlo si Zigor era rey.

—Creo que ha ocurrido algo —comentó entonces mi amiga—. Anoche oí hablar a Milo y a Paulo... Luken y Adrián deben de haberse puesto nerviosos y exigen saber dónde estamos y cómo nos encontramos.

—Espero que no cometan ninguna estupidez. No quiero que pongan nerviosos a los niños, ni que les hagan daño.

—¿Crees que nos están contando todo?

Quería creer que sí. Zigor había dicho que podría estar al tanto de todo, y esperaba que, si sucedía algo, me lo hiciese saber lo antes posible. Pero no me había dicho nada acerca de Adrián y Luken, y no cabía duda de que sabía todo lo que sucedía en la academia.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora