Capítulo 27

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—¿Otra humana? —fue lo primero que soltó Mario, clavando la vista en mi mejor amiga

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—¿Otra humana? —fue lo primero que soltó Mario, clavando la vista en mi mejor amiga.

Zigor miró a su hermano con una expresión entre sorprendida y molesta por el tono que había empleado. No debió de costarle suponer lo que había ocurrido, pues al alternar la mirada entre sus dos hermanos y yo, su expresión pasó a la comprensión.

—Sí, otra humana —dijo, seco—. ¿Tienes acaso algún problema, Mario?

El aludido bajó un poco la mirada, tal vez por el tono autoritario empleado por el mayor de los hermanos.

—No.

—Perfecto. Si no quieres soportar la presencia de humanos, te recuerdo que esta es mi casa y que puedes marcharte en cualquier momento. Pero no voy a consentir que mires con ese desprecio a mi alma gemela, y tampoco a su mejor amiga.

Antes de que Mario pudiese decir nada, se volvió hacia el mayordomo y le ordenó que preparase una habitación para Ariadna y la llevase allí. Mi amiga y yo solamente pudimos intercambiar una mirada antes de que ella tuviese que marcharse, siguiendo al mayordomo, hacia la que sería su habitación mientras estuviese en aquella casa.

No comprendía por qué Zigor la había llevado allí de pronto, pero debía preguntárselo, pues no comprendía nada. Las preguntas se acumulaban en mi cabeza.

—¿Ella es tu alma gemela? —preguntó finalmente Mario, señalándome con la cabeza.

—Sí —respondió Zigor, acercándose a mí—. Creo que le debes una disculpa, dado que será no solamente tu cuñada, sino también tu reina.

—Lo siento —dijo entonces su hermano, bajando un poco la cabeza en mi dirección.

Todos esperaban a mi reacción. Podía no perdonarlo, o guardarle rencor, pero no deseaba hacerlo. Era, al fin y al cabo, uno de los hermanos de Zigor, por lo que éramos algo así como familia. No quería estropear las relaciones tan pronto.

—Está olvidado —aseguré.

Todos parecieron contentos de escuchar aquella respuesta. Debían de haber temido que reaccionase de otra manera y comenzase así una discusión.

—Perfecto —dijo entonces Zigor, y después se volvió hacia mí—. Supongo que habrás visto tu habitación, Liher...

—Sí, Milo me la ha enseñado, y me encanta.

Él sonrió ampliamente antes de tomarme de la mano y llevarme hacia el tercer piso de nuevo, sin preguntarme siquiera si deseaba ir. Pero lo vi tan entusiasmado que no me importó que no me hubiese pedido mi opinión.

Cuando llegamos hasta el piso en el que se encontraban nuestras habitaciones, él me llevó directamente hacia la suya, que aún no había visto.

—Le he pedido a Milo que no te enseñase esta habitación —me explicó—. Quería enseñártela yo porque, si continuamos juntos, podría convertirse en nuestra habitación. Si te gusta, por supuesto.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora