EPÍLOGO

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—Entonces, las pulseras se convertirán en chips a partir de la próxima semana, y se les dará el "antídoto" a las mujeres que demuestren buen comportamiento

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—Entonces, las pulseras se convertirán en chips a partir de la próxima semana, y se les dará el "antídoto" a las mujeres que demuestren buen comportamiento.

Nos encontrábamos en la sala de reuniones. Habíamos recibido la noticia de que dos cazadoras habían sufrido abusos, y había propuesto que les diésemos el "antídoto" para que pudiesen defenderse en caso de necesitarlo. Seguirían controlados, pero la manera de hacerlo sería a través de los chips en lugar de las pulseras. Por mi parte, me había deshecho de la pulsera antes de dar a luz.

—No olvides el tema de los laboratorios —me recordó Luken.

—Sí. Zigor y yo iremos a visitarlo en unos días para comprobar que todo esté en orden.

El Consejo estaba reunido. Los tres hermanos de Zigor estaban presentes, así como Marla. Luken, al ser considerado como un hermano tras la muerte de nuestro padre, había entrado también a formar parte del Consejo, y ambos velábamos por el bienestar de los cazadores sin perjudicar a los vampiros. Buscábamos un equilibrio.

—Las condiciones en las que viven son buenas —aseguró Paulo—. Ariadna se encarga de ello.

—Aun así, lo veremos nosotros mismos —respondió Zigor.

Ariadna era la directora del laboratorio. Los vampiros se habían negado a abandonar los experimentos, pero los cazadores que allí se enviaban eran quienes eran castigados por malos comportamientos, y vivían mejor que antes. Mi mejor amiga ya no estaba con Milo; lo habían dejado al darse cuenta de que la relación no funcionaba como debería.

—¿Algún asunto pendiente? —preguntó Milo—. Si no lo hay, podemos pasar a lo importante. Tenemos que analizar si haremos pública nuestra existencia.

Se había planteado la posibilidad de hacer pública la existencia de los vampiros para los humanos, pero aún no sabíamos si debíamos hacerlo o no. Antes, analizaríamos bien las consecuencias y, si nos convencían, haríamos un referéndum. Aunque Zigor y yo fuésemos los reyes, considerábamos que aquella era una decisión importante y que todos debían participar.

—¿Eso es un perro? —pregunté yo de pronto.

Mi oído, agudizado desde que me había convertido en vampira, había oído un ladrido.

—Me temo que sí —respondió Milo, divertido.

La puerta de la sala de reuniones no tardó en abrirse. La primera en entrar fue mi hija Elaia, llevando entre sus brazos un cachorro negro al que abrazaba contra sí. La seguían su hermano gemelo, Leo, y el mayor de mis tres hijos, Roi.

Mi primogénito había cumplido los diez años, mientras que los mellizos cumplirían los ocho en unos meses. Roi había heredado los ojos azules de su padre y, de hecho, parecía una copia de él en niño. Los gemelos, por su parte, tenían mis ojos verdes. De los dos, era Elaia quien más se parecía a mí, según todos decían.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora