epílogo

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Estar nuevamente en el cementerio me causa una sensación extraña. Es una sensación entre comodidad, por haber pasado tantos días entre los árboles, las lápidas, el pasto y los recuerdos que le dejan los seres queridos a las personas que ya no están entre nosotros; y una sensación de incomodidad, por no haber venido hace años.

Me sorprendí al ver que mis pies se movían por si solos. No tenía que ni siquiera esforzarme para recordar el camino. 

Con cada paso que daba, una sensación de felicidad y amargura me llenaban al mismo tiempo y era extraño. Es extraño sentir dos cosas completamente opuestas al mismo tiempo.

Las ráfagas del viento hacia que las flores, el pasto, las hojas de los árboles se movieran junto a ellos. Hasta mi abrigo se movía. Mi gorro amenazaba con salir corriendo junto al viento. 

A unos metros, cuando ya estaba llegando, pude ver una persona sentada frente a las lápidas. 

Desde lejos supe quien era. ¿Cómo no iba a poder reconocerla?

Me senté a su lado, sin siquiera saludar. 

Saqué la cajetilla de cigarrillos de mi abrigo junto al encendedor. Quedé un poco confundido al ver el mensaje de lo siento en cada la colilla.

Sydney se rio. —A ti también te lo puso. 

—¿Fue Luke? —pregunté, observando fijamente el cigarrillo. Sentía que si parpadeaba, el mensaje iba a desaparecer.

No contestó. Supuse que debió de haber asentido.

Vertí la caja en el pasto, a unos metros de la lápida. Los diecinueve cigarrillos restantes cayeron y cada uno de ellos tenía escrito el mensaje.

—¿Cuando... —no me atreví a terminar la frase. Mis ojos se movían entre los cigarrillos, intentando encontrar alguno con un mensaje distinto. Pero todos decian lo mismo. Lo siento.

—Lo hizo cuando estabamos en la playa, o por lo menos lo hizo con los míos —suspiró. —En la noche me dan ganas de fumar así que, en la segunda noche saqué uno y me di cuenta de que tenían escrito un lo siento.

Reí con tristeza mientras negaba. —Siempre encontraba una manera original de hacer sus cosas —comenté mientras colocaba los cigarrillos en la cajetilla.

Le ofrecí uno a Sidney. Acerqué el encendedor al extremo de su cigarro, cubriendo la llama del aire para que el viento no la apagara. Hice lo mismo al prender el mío. 

Tomé una larga bocanada, sintiendo el amargo y placentero sabor que no sentía hace meses.

Mi humo nos cubría, su humo también nos cubría. Nuestros humos se funcionaban en uno solo para luego desaparecer en el aire. 

No deberíamos estar fumando en un cementerio y lo sabíamos, pero no nos importaba. 

Mis ojos estaban enfocados en las lápidas frente a nosotros y sin evitarlo, una lágrima cayó por mi mejilla. La limpié rápidamente, no quería que me viera llorando. 

Vi de reojo como Sidney lanzaba su pelo rubio hacia atrás. Lo tenía corto, mucho más corto desde la última vez que la vi. 

Aunque la última vez que la vi fue en nuestra graduación y los meses pasan y la gente quiere cambios constantemente. La gente se aburre de los mismos estilos, los mismo peinados. Es por eso que la moda cambia cada cierto tiempo. La gente quiere cosas nuevas, frescas. 

—No estuviste en su funeral —dijo sin rodeos luego de varios minutos de silencio. 

Suspiré, botando el humo. —No tenía ánimos para ir. 

the fault in our starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora