Capítulo 3

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Si Giorgio no me dejó otra opción y yo aún no estaba completamente convencida de aceptar, Alicia consiguió aquello. Él me pidió que no le dijera a ella de nuestro secreto negocio, y no lo hice a pesar de ver las lágrimas en sus ojos mientras mi prima me confesaba cómo se sentía por haber perdido ese anillo. Ella se culpaba a sí misma, una y otra vez, y en ningún momento mencionó que se hubiera tratado de un robo además que me rogó no le dijera nada a Giorgio sobre la desaparición del anillo. Preferí callar y no meterme en aquello. Giorgio sabía, y de hecho sabía más, pero Alicia no quería decirle.

Llegué a París a primera hora luego de tomar un barco y un tren hasta la Gare. Maldije apenas estuve fuera y sentí el helado clima. ¿Cómo podía sentirse más frío París que Londres? O tal vez me había malacostumbrado al ardiente clima de Palermo. De un modo u otro, me arrepentí profundamente de no tener guantes y no haber preparado mi equipaje para el frío. Sería una rápida parada, lo sabía. Estaba tras el actor de un robo demasiado perfecto y tan solo conocía una persona capaz de efectuar algo similar.

Sacudí la cabeza mientras abría mi bolso y buscaba dentro. En un lugar el forro estaba descosido, era imposible saber que aquello era apropósito o que allí guardaba oculto un teléfono que no se suponía que tuviera y nadie sabía al respecto. Lo tomé, diciéndome que ella no podía haber sido a pesar de su afición por las joyas y su facilidad para el robo. Hice lo que me prometí que jamás haría y encendí el aparato antes de buscar en la agenda y detenerme en el contacto D. Me mantuve calmada al escuchar el tono de llamada.

—Diana —dije apenas contestó y escuché su felina risa del otro lado de la línea.

—Hola pequeña Emma, ha pasado tiempo desde la última vez —dijo ella—. ¿A qué se debe el honor de tu parte?

—Estoy en París —dije y ella negó con diversión.

—No. No se debe solo a eso. Lo sé —dijo Diana—. Y mis piernas están un poco ocupadas por lo que tendrás que esperar si quieres que nos reunamos.

—Estoy tras un robo, una valiosa pieza de joyería tomada de la familia Difaccio —dije y entonces cualquier diversión abandonó su tono.

—¿Qué es? —preguntó ella.

—Un anillo —respondí.

—De mujer, de tu prima. La pieza simplemente desapareció sin dejar rastro. Un trabajo muy limpio y bien planeado, y la pérdida física no es tanto como la sentimental implicada —dijo Diana.

—¿Sabes dónde está? —pregunté y ella suspiró.

—No. Pero reconozco ese estilo —dijo Diana—. Veinte minutos. Espérame en la entrada de la exposición de pintura francesa en el Louvre.

—Ahí estaré.

—Y Em, espero que estés lista para tratar con mi equivalente masculino.

Terminó la llamada sin darme oportunidad alguna de responder. Las palabras continuaron repitiéndose en mi cabeza mientras dejaba el equipaje en un lugar seguro y tomaba el metro hasta el Louvre. Conocía a Diana, de hecho la conocía bastante, y sabía que lo suyo no era solamente el robo y la falsificación. El Chat Noir iba más allá de eso. Ella se había acostado con el noventa por ciento de las personas que conocía, hombres y mujeres de cualquier edad y tipo, desde asesinos y criminales hasta personas con altos cargos políticos o espías, incluso con mi propio hermano aunque Ethan seguía insistiendo en que había estado drogado.

Tuve que hacer toda la larga fila para poder entrar al Louvre y por primera vez pensé en lo útil que sería pedirles un permiso especial a los hombres de traje que simplemente me diera un acceso directo a todo. Sabía que existía. No era la primera vez que hacía esta fila ni estaba en medio de una misión. Aunque la vez anterior al menos había tenido alguien con quien hablar. No, aquel no era un buen camino, era mejor no recordar. Tenía otra cosa más importante que hacer, como encontrar un anillo que, en lo que a mí me concernía, podía estar en cualquier parte del mundo. ¡Y necesitaba saber si había conseguido el papel de Antígona para comenzar a memorizar el libreto!

Nana (Pandora #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora