Blair es una cantante con el corazón roto y su compañero de piso está dispuesto a repararlo.
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Blair Allen es sinónimo de mala suerte. No pega ni una bien en la vida, en especial en el amor.
Blake Wealler vive siguiendo las normas y es un fiel cr...
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Deberían llamarme Blake Malas Decisiones Wealler.
La agradable extraña que me ofreció hospedaje, me resulta más extraña y menos agradable cada vez. A parte de su perro cara de demonio, no tiene habitación de huéspedes. O bueno la tiene, pero la ocupa como bodega. Está lleno de cajas, artículos de limpieza y más cajas sin desempacar.
Es una desorganizada.
¿En dónde queda el psiquiátrico? Porque me urge uno.
Y eso no es lo peor, deberé dormir en la sala, ¡en la sala! ¡Como si fuera un perro! Estoy seguro que ni esa pulga lo hace.
Respiro profundo, calmando mis nervios. No quiero parecer un malagradecido. Blair se ofreció a dejarme vivir con ella sin siquiera conocerme. No cualquiera hace eso. Además, si me corre dormiré en la calle y ahora sí pareceré un perro vagabundo. Todo porque mi exnovia, a quien no pienso nombrar, decidió que era hora de terminar. Dijo que mi carrera como músico no estaba funcionando y que ella merecía a alguien con futuro, no a mí.
Me dolió, lo admito. Habíamos sido novios desde la secundaria, luego nos mudamos a Los Ángeles al apartamento que su padre le compró. Ella estudiaría en la universidad, mientras que yo trabajaba y me enfocaba en mi carrera. Éramos una pareja feliz, nos amábamos, pero el amor no siempre es suficiente.
Suspiro, alejando mis pensamientos melancólicos de lado para acercarme a Blair.
—Hay que poner reglas —digo—. Si viviremos juntos durante un tiempo, necesitamos establecer límites.
Deja de acariciar a la pulga para verme.
—Un segundo, ¿estás dándome órdenes en mi propia casa? —cuestiona, juntando las cejas.
—Nada de eso. Sé que solo estaré aquí por un momento, pero si no te molesta, me gustaría establecer un par de acuerdos. Ya sabes, para evitar inconvenientes. Ambos somos desconocidos, por lo que creo que hacer reglas nos permitirá mantener una relación agradable sin incomodar al otro.
—Bueno, si lo pones así no puedo negarme.
Asiento con la cabeza, satisfecho. Camino hacia el refrigerador, borro lo que está escrito en la pizarra pegada a este y tomo la tiza blanca.
—Hey, acabas de borrar mi lista del supermercado.
La miro enarcando una ceja. Si esa es su lista de compras, no quiero ni imaginar las porquerías que mete a su cuerpo.
—No creo que la necesitas. —Sonrío amable.
Suelta un bufido, pero no dice nada. Escribo la palabra REGLAS en la parte de arriba.
—Número uno: Mantén a tu perro alejado de mí. —Lo escribo.
—Debes estar bromeando. —Me arrebata la tiza—. Ni en un millón de años te dejaría acercarte a Boggo.