Ventiséis: cicatrices

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Ava se removió en su sitio, todo el cuerpo le dolía y a penas sentía que podía hacer un esfuerzo para abrir sus ojos aunque no quería. Podía escuchar un pitido junto a ella ¿Tal vez era Nikolay hablándole a través de la neblina de las drogas? Su cabeza dolía como el infierno y sentía náuseas horribles, tal vez ya era hora de su próxima dosis y solo era la abstinencia molestándola.

—¿Ava? —ella frunció el ceño porque era extraño escuchar su nombre, ningún ruso la llamaba más que zorra o perra huesuda y las mucamas no hablaban con ella, solo la vestían en silencio luciendo tan rotas como ella —Creo que está despierta, llama al doctor.

Ella escuchó otros murmullos y pasos, luego un olor a alcohol se le metió en la nariz haciendo que abriera los ojos y parpadeara varias veces por la cantidad de luz. Ava gimió y alzó la mano para protegerse pero descubrió que estaba enredada en un montón de cables ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba pasando? ¿Nik la estaba reteniendo para un nuevo juego retorcido?

Desesperada Ava comenzó a retorcerse y tratar de quitarse los cables pero una mano la detuvo. Ella se quedó quieta mirando la mano, era pequeña y regordeta con un simple anillo de matrimonio y las uñas bien recortadas, usaba una pulsera de oro que le había regalado hace dos navidades.

—¿Mamá? —susurró casi tan bajo que ni ella se pudo oír pero al levantar la cara y ver las lágrimas en los ojos azules de la mujer que la había traído al mundo supo que ella estaba atenta de cada respiración —¿Esto es real?

—Claro que si, hija mía —su madre la abrazó y Ava solo se quedó quieta completamente incrédula de que esto no fuera un sueño y también asustada de que si lo era se acabara muy pronto. Pero entonces sintió el perfume característico de su madre y tocó un poco de su suave cabello rubio y las lágrimas acudieron a sus ojos de inmediato.

—T-tú... —ella luchó pero las palabras no podían salir de su boca y al final lo único que pudo hacer fue abrazar a su madre y dejar que las lágrimas fluyeran por sus ojos —Es real.

—Claro que si, hija, estás bien —se escuchó un ruido y ambas se separaron un poco, Ava miró con miedo mientras dos personas entraban en la habitación, una mujer bajita con cara amable y bata blanca y su padre luciendo tan guapo como siempre.

—Papá —ella lloró aún más cuando el gran hombre de complexión delgada se acercó y la abrazó como si fuera de cristal, ella sollozó porque hace tanto tiempo que no los veía y no se había dado cuenta de cuánto los necesitaba y los extrañaba ¿Cuando había sido la última vez que los había abrazado?

—Hola Ava, soy la doctora Griffin ¿Sabes dónde estás? —su padre se alejó lo suficiente para que la doctora se acercara a revisarla pero no soltó su mano y podía jurar que estaba limpiando sus ojos.

—En un hospital —respondió, la garganta le dolía y a penas tenía voz —Me duele la garganta.

—Está bien, han sido días duros —ella puso una linterna en sus ojos y Ava parpadeó confundida.

—¿Días? ¿Cuánto llevó aquí? —la doctora sacó su estetoscopio para examinarla pero se detuvo ante su pregunta.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —Ava se llevó las manos a la cabeza sintiéndose mareada, su último recuerdo era medio borroso.

—Solo... darme un baño, las sirvientas me bañaban... Nikolay... todo es muy confuso —la doctora la tranquilizó tomando sus manos pero realmente Ava no quería que la tocara nadie así que se apartó como si su toque quemara.

—Está bien Ava, tenías muchas drogas en tu sistema y aún no han salido del todo, es normal estar confundida.

—¿Qué fecha es hoy? —su madre se acercó pero nadie parecía querer hablar, Ava se apartó y los miró acusadoramente.

Guardaespaldas: Programa De Protección A TestigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora