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Su trabajo era sencillo tomar unas cuantas fotografías para el periódico más importante de la cuidad, la mayoría del tiempo trabajaba bajo las órdenes de Escorpio; el reportero más intrépido que allá conocido. Pero en ese momento se encontraba solo porque, ni siquiera lo sabía, el joven pelinegro había desaparecido desde el día anterior.
No entendía porque pero su situación lo enfadaba, una protesta gay no era sin duda el trabajo que deseaba realizar aunque sin opciones al intentar rechaza aquella absurda manifestantes tuvo que acceder.
La multitud se movía eufórica por cada lado, la calle estaba llena de manifestantes que llevaban carteles coloridos y expresiones radiantes como si fueran el mismo sol. La mayoría cantaban canciones, gritaban que era natural su homosexual y que tenían tanto derecho como todos los demás.
“Derechos” me lo repetía mentalmente cada vez, desde cuándo las abominaciónes tenían algo humano. Es que acaso no miraban lo que tenían en las piernas un hombre con otro era algo “normal”, no, era algo de gente demente era casi como el asesinato o eso creía.
—Mira sus ojos— murmura una joven junto a mi —que asco.
Lo entendía, eran horrible su sola presencia, sin duda habían arruinado mi día.
Intenté ignorar sus frases movitadoras, sus arcoiris y besitos al aire, cada acción me irritaba acaso no tenían algo mejor que hacer. Limpio el lente de su camara para tomar una fotografía pero el sólo observar a gente le daba cierta repugnancia.
—Solo toma la foto y lárgate— se murmuró a si mismo.
Y con el sonido del flash en varias ocasiones pudo terminar su trabajó. Se dio la vuelta para salir corriendo aunque el movimiento de alguien delante suyo lo hizo caer hacia atrás.
—Oh ¿guapo te encuentras bien?— un hombre con vestido y bigote le pregunto.
—Mira su carita, es una lindura.
—Es completamente mi tipo, esbelto.
Se soltó rápido empujando a su alrededor y entrando en la manifestación,notaba alrededor las miradas divertidas e inocentes de los hombres, de cierta forma se lanzaba de unos brazos masculinos a otros como si fuera una cadena humana; una muy fea. Hasta que la misma se acabo y cayó de cara al pavimento.
—¿Cosas lindas pueden caer en la calle?— una voz divertida le preguntó.
Alzó la mirada y notó un sedoso cabello verde amarrado en una coleta de caballo, junto a una camisa blanca, unos pantalones de cuadros de tela y una gran chamarra ligera pero nada se comparaba a sus lindos ojos violetas. Se cubrió el sonrojado rostro con las manos.
