Capítulo Uno

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Harry ya sabía que la vida de los hijos de sangre pura no era tan fácil por tenerlo todo servido para su futuro, exactamente ese era el problema de estos. Sus padres les arreglaban su vida sin considerar los gustos o las preferencias de ninguno de esos muchachos. Todo lo que les importaba era mantener el prestigio del apellido familiar, casi recordándole las visitas a las memorias de Riddle sobre los Gaunt. Pero ser capaces de vender a sus propios hijos con tal de salvarse, para Harry no tenía ningún razonamiento lógico.

- ¡Espera! ¡Soy auror! – Gritó Harry a esa muchacha desgarbada que se escabullía por entre los árboles.

Se le había escapado a uno de sus compañeros luego de golpearlo en la cara cuando la puerta de su celda se había abierto tan descuidadamente. Era difícil saber cuánto tiempo llevaba esperando esa oportunidad, pero era un alivio verla con vida, luchando para seguir de esa forma a pesar de las condiciones en la que la tenían.

- ¡Soy Potter! – Exclamó creyendo que con eso ganaría algo de su confianza, pero siendo quien era ella, lo más probable era que correría más rápido. Quizás fue algo sorprendente pues cayó al piso al perder la concentración con la que daba cada paso en ese terreno tan inestable. – Soy Potter. Harry Potter. – Repitió con esperanza al ver que ella volteaba a verlo a la vez que intentaba arrastrarse inútilmente al querer alejarse de él, aun no confiando en lo que oía.

Ella no dijo nada, solo agachó la cabeza en cuanto sus miradas se cruzaron en cuánto estuvieron a unos escasos centímetros de distancia, cuando Harry llegó a ella. Estaba temblorosa, cubierta de heridas, unas más viejas que otras, con sangre seca en sus rasgadas prendas, y con la poca higiene que había visto en otras víctimas.

Harry ya había encontrado a muchas otras muchachas en el mismo estado, pero muy pocas habían mostrado esa fuerza y anhelo que las ayudaría a superar aquello. Todas ya se habían rendido, todas temían a los Aurores, ahí estaba el problema con el que llevaba tiempo peleando.

- Por favor. Ya no más. – Suplicó en un susurro. Incluso a Harry le había dolido escuchar esa voz rasposa, no le iba a sorprender saber cuánto daño realmente tendría internamente ese cuerpo.

- Tranquila. – Susurró también para no asustarla más de lo que estaba, cauteloso y con delicadeza intentaba levantarla, pasando sus brazos por debajo de ella, uno por su espalda y el otro por detrás de sus rodillas. – Draco estará feliz por haberte encontrado al fin. – Agregó Harry con la clara intención de hacerla sentir segura en sus brazos, pareció funcionar pues ella lloró con el mismo alivio que sintió él al reconocerla minutos atrás cuando pretendía mantener la distancia para no querer asustarla con su presencia.

Ahora mismo era sorprendente sentirla aferrada a su cuello, derramando sus lágrimas sobre su chaleco del uniforme de auror. No había tiempo para preocuparse con esas cosas. Harry podía sentir lo mal de su estado con el poco peso que cargaba, los huesos estaban casi a la vista por bajo esa ropa sucia.

- Ya están todas bajo resguardo jefe. ¿Lo ayudo con ella? – Habló uno de sus hombres, el mismo del que ella había escapado, y su instinto fue cubrirla con su capa por completo en cuánto el temblor del cuerpo amenazaba con hacerla caer de su brazos, algo que lo llevó a sujetarla con más fuerza.

- No. – Respondió Harry amenazadoramente en cuanto vio las intenciones del hombre castaño. – Necesito que ayudes con el rastrillaje del lugar, quiero cada detalle que puedan encontrar que nos pueda llevar a la siguiente locación. Me encargaré de llevarlas. Hay un nuevo protocolo luego de la última vez.

No se detuvo por más tiempo, no iba a dar más explicaciones. Caminó para encontrarse a su fiel amigo y compañero, Ronald Weasley, quien trataba de consolar a otras muchachas rescatadas también, cada una casi en las mismas condiciones que la que tenía en brazos aún. Sin decir más y luego de un asentimiento condescendiente entre amigos, sabían que era hora de irse de allí.

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