Liberación

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Habían pasado tiempo lejos de Harry, pero jamás había durado tanto su ausencia. Un mes era demasiado, incluso se había perdido el fiasco que fue el cumpleaños de Teddy al no presentarse. El enano se había pasado todo el día llorando por su padrino y nadie parecía saber dónde estaba, a excepción de la pelirroja que le esquivaba su visita a propósito.

El hecho de que Luna y sus hijos aún seguían en la cabaña de Lyall comenzaba a darle mala espina a Pansy, pues si de algo se jactaba Ronald, era de lo bien que cuidaba de esos tres. Y no había ido ni una sola vez a verlos en todo ese tiempo.

Un susto se dio cuando, durante el desayuno, toda la manada de pelirrojos y el ministro de magia salieron a los tropezones de la chimenea, sin previo aviso.

- Necesitamos que testifiques. – Exclamó Kingsley casi con desesperación, sin darle tiempo a que ninguno de los demás lo detuviera.

Pansy tardó varios minutos en adivinar que le estaba hablando a ella a pesar de tenerla enfrente, miró a los otros, pero todos miraban a Kingsley con furia. No entendía nada y lo peor de todo era que Harry no aparecía por esa maldita chimenea que no la dejaba ir a ningún lugar.

- ¡Harry me juró que no tendría que hacerlo! – Espetó Pansy muy asustada, hiperventilada por la anticipación al tener que enfrentarse de nuevo a sus captores, luego de dar por hecho que todo había acabado y que Harry se estaba encargando de eso.

- Lo hizo, así que no va a hacerlo, Kingsley. – Exclamó Ronald, poniéndose al frente de ella para protegerla.

- Entonces no veo otra solución que lo salve de Azkaban. – Suspiró Kingsley desafiándolo con la mirada al pelirrojo.

Que Ronald tuviese que estar salvándola y que el ministro mismo, alguien en quien Harry confiaba dentro de la corrupción de la que le hablaba, lo había dejado todo claro. Harry estaba en problemas.

- ¿Salvar a quién? – Preguntó Pansy solo para salir de la duda al ver como todos le esquivaban la mirada, salvo el ministro. – Harry. – Acotó con un suspiro.

- Él no quiere que lo hagas, Pansy. Sin importar qué. – Murmuró Ronald al voltear a verla, apenado por encontrarla con sus ojos nublados por las lágrimas contenidas.

- ¿¡Y pretende que me quede callada para salvar mi reputación mientras se vuelve loco en ese lugar!? ¿¡Qué tan idiota puede ser Harry Potter!? – Cuestionó Pansy fuera de sí, con un cúmulo de rabia y decepción, negando con su cabeza por las cosas que Harry podía llegar a hacer por ella. – ¡Quizás mucho más de lo que él cree, pues tampoco se imagina de lo que soy capaz, ese idiota! – Dijo mientras se limpiaba sus lágrimas con la manga de su camisa. – Lo haré, señor ministro. Hágame saber cuándo debo presentarme. – Afirmó a la vez que tomaba la mano de Teddy, quien estaba muy nervioso sin poder deducir lo que sucedía. – A cambio no le dirán nada a Potter. Se los advierto, porque quién las pagará será él, no ustedes. – Amenazó a todo el grupo de pelirrojos que la veían con arrepentimiento, mientras se llevaba a Teddy escaleras arriba.

Todos se fueron de inmediato, salvo por Ronald, quien ocupó el sofá para pasar la noche, solo por las dudas, acompañado de los gemelos Nott que se durmieron sobre su espalda al estar boca abajo.

Pansy no dejaba de dar vueltas por su habitación mientras Teddy fingía estar durmiendo. Se estaba volviendo loca. Había sido tan repentino todo que simplemente no pensó demasiado en lo que implicaba, pero no tenía muchas posibilidades. Una cosa era condenarlo a Harry a una vida junto a ella sin poder darle hijos, y otra muy diferente era ponerlo en ese lugar de mala muerte solo por querer verse bonita, respetable y orgullosa de sí misma en un futuro. Potter estaba loco si creía que iba a permitirlo.

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