Caricias Lacerantes

1.4K 79 8
                                    

- Como siempre, te ves preciosa. Serás la envidia de todas. – Sonrió se madre a través de su reflejo, parada detrás de Pansy, quien se arreglaba los aretes.

- Aún así no me agrada nada este asunto. – Exclamó Pansy con desgano y claro fastidio, observando también su reflejo, era tan diferente a su madre.

Amira Parkinson era una mujer bajita, delgada al extremo, cabello negro como el carbón y ojos marrones, nada fuera de lo ordinario. Una mujer que por esas mismas cualidades, a pesar de fracasar al intentar ocultárselo, dejaba en claro a su hija que le tenía envidia. no la culpaba, su padre se encargaba de generar ese odio entre madre e hija, pues sin duda prefería a la que llamaba la luz de sus ojos también verdes.

- No sé cómo hacerles entender que aún no quiero un esposo. Acabo de salir de Hogwarts. No me han dejado entrar a una academia este año por querer cuidarme, pero ya es tiempo que me dejen ir.

Pansy ya estaba agobiada, casi se sentía prisionera en su propia mansión. Si no fuese por Draco, no hubiese podido conocer la luz del sol después de la guerra de la que fueron absueltos. Si no había hecho mayor escándalo fue gracias al platinado, quien le advertía que era lo mejor, pues el ambiente seguía algo turbio para ser hijos de mortífagos.

Draco le había prometido llevarla lo más lejos de su madre que le fuese posible, también la odiaba tanto como ella, y su padre lo odiaba por ser un Malfoy. Un Malfoy que la había rechazado para el matrimonio, pero que estaba dispuesto a ayudar a las deudas de su familia que se habían ocasionado por la guerra. Y esa era la razón por la que la estaban obligando a asistir a una fiesta de presentación en sociedad, algo muy pomposo y hermoso si no tuviesen intensiones nada ocultas para ella.

- Tendrás dinero suficiente para no tener que trabajar y un esposo que te dará más si lo necesitas, o simplemente si lo deseas. A ese tipo de reuniones van los mejores muchachos. Siempre he creído que los franceses son aún más guapos. – Comentó su madre en una clara insinuación.

- Ni aunque fuese chino, madre. – Acotó escuetamente, Pansy. Casi al borde de su paciencia. – Además, ¿qué se supone que haga por el resto de mi vida? Amo comprar, pero aburre luego de que ya tienes todo. Tampoco pretendo tener hijos aún...

- La belleza no te durará por mucho tiempo querida. – Interrumpió Amira, sin ánimos de adentrarse a ese debate. Estaba de tan buen humor que Pansy también podía notarlo, sospechosamente. – Los mejores partidos buscan lo mejor de lo mejor. Luego te desechan como si fueses basura.

- Pues no me regalaré a nadie. – Respondió Pansy de inmediato, a propósito, dándole más le dolía a su madre, pues era lo que ella había hecho para estar y ser quien era ahora. – Creí que eso es lo que me han estado enseñando toda mi vida. Que valgo mucho más que cualquiera. – Agregó rápidamente, desviando el tema.

- Por eso mismo, querida. La juventud de una mujer se devalúa mucho más pronto de lo que muchas quieren creer. – Dijo la mujer, dejándole un beso en la mejilla, seguido de una cálida sonrisa tras acomodar su cabello por sobre sus hombros.

Día tras día era vivir esa pesadilla. No parecería una para otros, pero para Pansy era el recuerdo de cómo había comenzado todo.

El infierno continuó con un asalto a ese salón de fiestas, el cuál uno pensaría que tendría protecciones mágicas, y las tenía, por eso no había dudas de que todo había sido una trampa. Lo peor de todo es que ella sabía que sus padres lo habían propiciado de esa forma. Solo por eso, Pansy peleaba para no complacerlos.

Cada mañana era ser despertada con agua fría, alimentada con agua saborizada con alguna cosa que ella nunca encontró, drogada con pócimas de las que a veces no podía escapar. Los pocos momentos de lucidez, se los pasaba, irónicamente, dentro de la oscuridad de una celda en los diferentes calabozos en las que mantenían a todas las que se resistían. Ella era la que más tiempo permanecía dentro, llena de rasguños, cortadas, moretones y psicológicamente inestable.

Al ResguardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora