Capítulo 2: La suerte no existe.

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Ryan

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Ryan.

Me gustaba el romance: era como un pasatiempo, una forma de hacer lindos recuerdos, olvidarte de algunos problemas cuando alguien decía quererte. Me hacía creer que quizás era verdad.

Aunque lo disfrazaba con la palabra "perseguir la carne", porque al parecer lo primero no me hacía lucir tan macho. Aunque es cierto que me faltaban los huevos para decirlo.

—Dicen que dormir es como morirse de a ratos, por eso la mayoría tiene gran gusto por dormir; no es el caso de los activos, ellos ven el sueño como algo innecesario. Quizás piensan que se les acababa el tiempo y quieren hacerlo todo antes de morir, porque somos humanos, igual que cualquier cosa en este mundo, aparecemos y desaparecemos. —Siguió hablando, haciendo ruido con sus bolsas llenas de comida barata que compró afuera del campus, contando las pisadas de sus pies—. Seguro tú eres un muerto viviente.

—Cierra el hocico. —Pronuncié, volviendo a la vida fuera de la cama.

Kennie se rió con orgullo por lograr despertarme. Había olvidado que me fui a la cama anoche sin cenar y despertaría con hambre, así que antes de separarnos en la gasolinera le pedí que me llevara un desayuno y yo le invitaría unas cervezas más tarde.

Peinaba todo su cabello al frente como si fuera caballo, o algún nadador rubio de piel roja que vivía debajo del sol en una playa, y amaba los chalecos que lo hacían ver relleno. Nos peleábamos constantemente por moda, mi veredicto final era que los calcetines altos eran geniales y él prefería usar los zapatos sin ello. Elevaba las cejas, contraía su boca en forma de u y me contrariaba con un: "Están caros los calcetines bonitos."

—¿Quién te dijo toda esa mierda? —Mascullé, tratando de mirar la pared vacía al frente que pensé me recobraría la noción. Mis cabellos seguro estaban hechos un desastre.

—Ni idea. Lo escuché por ahí. —Explicó. Me hizo sentir incertidumbre.

Se pegó a la litera, elevando sus ojos a la cama que se hallaba en lo alto, donde yo dormía con una camiseta blanca que apestaba a colonia. Elevó sus manos para dejar el sándwich de huevo —mi favorito—, junto a fruta picada sobre mis sábanas.

—Quiero mi cerveza. —Susurró, posando sus raros ojos en el filo que me asustaban con la imagen mental de un topo en el arcade—, y ver Star Wars.

Se encogió, desapareciendo así de mi vista. Aparté la sábana de encima para poder estirarme con comodidad. No tardé mucho en bajar del nido, lento por las escaleras con temor a caerme; aún así, me gustaba ser el de arriba, por ello había llegado un día antes al dormitorio a fin de poder escoger sin problema.

El lugar comenzaba a tomar forma con algunas viejas fotografías en los marcos, mis sobrecamas azules, los libros en mi escritorio y mis cambios en el ropero junto a la cama, que daban a la puerta principal. Miré en dirección a la ventana, allí reposaba una planta morada que servía para sostener un recordatorio de la universidad y mis horarios.

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