Capítulo 21: El loco.

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Ryan.

Eso que sucedía cuando dos personas rozaban sus manos, elevaban la mirada, y sonreían; había algo en esas pequeñas acciones que me volvían tonto.

Detalles tan efímeros de cuando veía a mi padre y a mi madre encontrarse en casa, cuando yo apenas podía hablar. No recordaba mucho, hasta que el odio fue más grande que su cariño, y mi padre no rompió con su primera esposa.

Yo tenía 21 años, edad para tener preocupaciones propias, pero no podía avanzar por los problemas de la familia.

Sostuve el clip en mi muñeca, el hilo que Alec ató a mí con fuerza. Lo miré en el reflejo del cristal del tren, mientras los árboles pasaban con velocidad a los costados.

Me lo había quitado los días anteriores, era incómodo verlo, pero ahora que no había nadie en el pueblo que supiera del regalo me sentía mejor al usarlo.

—Es de un amigo. —Me repetí, dejando reposar mi mano sobre mi abrigo, mientras cerraba los ojos para pensar.

Acabo de mandar al carajo unos exámenes y la oferta de la campaña de modelaje, por mi familia. Yo en serio era un imbécil.

—Pensé que eras alguien responsable, pero me citas aquí para decirme que más tarde viajas a tu pueblo. —No fue una pregunta pero el tono interrogatorio seguía allí, el recuerdo de aquellas palabras en Meriem me llenaron de incomodidad.

—Mira, en serio quisiera estar en la reunión de tu equipo, pero no creo poder estar aquí en dos semanas. Mis asuntos tomarán más tiempo y... —observé el alcohol en mi vaso lleno, ya no bebía tanto desde que Alec me dio tutorías. Me sentí asfixiado al ver mi reflejo en ello—, aún tengo que pensar en lo que haré con la universidad.

—Yo le ayudaría a Alec con Chloe, tú me ayudarías a mí, ¿por qué todos los hombres son de poca fe? —Ladró, abriendo su pequeño bolso rojo debajo de la mesa para buscar su dinero. Hice gestos de frustración.

NO SÉ, NO ES COMO SI FUÉRAMOS MONOS.

—Agh, no sé cuantas veces me tengo que disculpar...

—Shh, solo no lo hagas ya, imbécil. —Con su dedo índice en alto para callarme, y un dólar aplastado sobre la mesa, Meriem me hizo jurarle que no le llamaría con la cola entre las patas. Miré a esa mujer de cabeza cuadrada y con problemas hacia el alcohol abandonar el bar sin despedirse.

Meriem fue la última conocida a quien vi antes de dejar la ciudad esa noche. Kennie seguro ni me tenía en mente con eso de tener novia y estar en facultades distintas, mis compañeros de cuarto ya ni me atormentaban y ahora solo debía centrarme en el camino delante.

En el lugar, que aunque avanzara en tren, se sentía como retroceder. Cuando pensaba en mi padre, los Miller, en la familia, era como volver a ser el niño de rostro sucio y manos desnudas que observaba a otros ser cuidados con cariño y no ser echados de donde vivían. Era recordar el jardín de infantes, donde hacía llorar a Alec por accidente, hasta que comenzó a volverse incidental sólo para no sentirme mal conmigo mismo.

Mi madre me matará si me ve bajar de este tren.

Los nervios nunca me abandonaron, me acabé dos botellas de agua para calmar mi hiperactividad e incluso leí la mitad de una novela corta que traía conmigo. Vi el camino oscurecerse, supe que llegaría a media noche así que eso me tranquilizó, quizás me recogería algún vecino por amabilidad.

Me engañé a mí mismo, pero soñar no cuesta nada.

—Pones un pie fuera de la estación, y te entierro con flores, cariño. —Mi madre señaló mis botas sobre la plataforma, no podía ver sus ojos detrás de los lentes oscuros, pero imaginé sus patas de gallo elevarse en las esquinas de sus ojos.

Casanova a tu servicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora