Epílogo

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Alec.

Era incapaz de odiar a mis padres por aquellas cosas que me hicieron normalizar, pero en su lugar me odiaba a mí mismo por soportar ese dolor.

Yo jamás sería el hijo que esperaban. Prefería morir a seguir enterrado en esa agonía.

Tardé en darme cuenta de que solo era miedo, un sentimiento que externé con tanta hipocresía.

Buscaba cualquier tipo de protección, calor humano que me protegiera de lo que eran mis sentimientos y el terror de la soledad. Como un deseo animal, algo en la sangre que no podíamos negar; nos obligaba a depender de los nuestros para no morir de dolor.

No sabría decir el origen de esa dependencia, el deseo de ser guiado; por mis padres, por Dios, por Chloe, por Chris e incluso por Ryan. Ocultarme detrás de ellos para que no se me viera encogerme de hombros cuando me hacían la pregunta:

¿Quién eres, Alec?

No lograba disfrutar de fiestas, charlas entre amigos de la misma edad ni algo tan simple como recostarse en el césped del campus a hablar de películas y escuchar música en algún walkman. Me parecían actos sin sentido, vulgares, cualquier excusa para no revelar la envidia que sentía por no lograr calzarme en aquellos ambientes.

El yo que observaba a otros, el que nació en un pueblo, una familia de buena posición socioeconómica, religioso, competidor y pedante. Realmente era como decían, tu vida era el dónde naciste y cómo creciste.

Ryan, en su Malibú, con su rostro siendo golpeado por el aire frío y húmedo de la playa a media noche, es un recuerdo que quema mi piel como el sol de mediodía, causándome escalofríos cada vez que lo recuerdo. Fue el momento en que comencé a desear más, como si el sonido del motor golpeara contra mi cabeza.

—¡Es solo un auto, pero me hace sentir como si yo fuera mi propiedad y no quisiera compartirme con nadie más! —Y sonreía.

Algunos despertaban de su vida y reflexionaban cuando el silencio llegaba, cuando la música de sus emociones se detenía. Mi caso fue distinto, me di cuenta de dónde estaba y quién era en el completo entre sus gritos, carcajadas y palabras.

—DÍMELO, LO SABES MEJOR QUE NADIE, YO LO SÉ.

—El mayor error que he cometido ante los ojos de mi padre, fue crecer... —Fue mi cruda respuesta, sonó de esa forma cuando salió de mi boca, tan doloroso aunque estuvo en mi mente por años.

Yo era Alec, esa persona llamada Alec, no solo el hijo de Dios ni de mis padres.

Si quería ser religioso, respetar y honrar mis creencias, primero debía desear serlo. Y si quería respetar y apoyar los deseos de mis padres, no debía honrarlos solo por temor. No tengo excusa para haber vivido de esta forma tantos años, pero no tenía el valor ni la fuerza suficiente para soportarlo.

Actué como un desconocido. Estallé en momentos que no eran apropiados, herí personas que me querían, escapé una y otra vez. Me resigné, acepté la humillación hacia la persona que amaba. No di la cara y me oculté.

De todas formas, esa fue la vida que me tocó vivir, la crianza que me formó. Siempre habría una pequeña espina que quizás ni con toda la existencia que tenía por delante ésta me abandonaría. Solo debía aprender a vivir con ello.

El temor, la duda, el cuestionamiento, ¿está bien ser gay? ¿O me he equivocado, una de tantas veces, siempre en error?

—¿Eres el nuevo empleado de la joyería? Me dijeron que te estabas mudando porque te recomendaron el lugar.

Giré con una mano cerca del rostro para cubrir parte del sol matutino. Entrecerré los ojos hasta visualizar al hombre que llevaba una caja de refacciones para relojes de un tamaño  considerablemente grande. Su rostro y cabello eran pulcros, recién bañado, su rostro mostraba apenas un año mayor que yo.

Casanova a tu servicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora