Ryan.Había días donde mis ánimos se desplomaban, como una casa de naipes o las hojas del otoño, cayendo como pájaros paralizados del miedo al toparse con un gato.
Mi hermano mayor me decía que cuando alguien se paralizaba, sucedían los milagros: las aves caían del cielo y los gatos los devoraban en la tierra. Era de sorprender, los instintos de caza.
Siempre tuve una relación familiar complicada, desde que tengo memoria. Padre que no me dio su apellido, viviendo en el mismo pueblo que mi madre. Ver a su otra familia de cerca ya me era bastante difícil. Lo único que me conectaba a todo era mi hermano mayor, no de sangre, pero quien me alentó a estudiar abogacía como él quería.
Vi mis notas colgadas en la pared, dentro del sobre, por correo, en los salones: todas apuntaban mi poca capacidad para entender lo que significaban las leyes en el mundo y las altas probabilidades de no sobrevivir al siguiente semestre, sobre todo las prácticas profesionales que apuntaban a mi debilidad.
Sentí que estaba fracasando; a pesar de tener la carrera pagada; el hecho de repetir año universitario me impediría mostrar la cara frente a mi familia. Seguro retirarían el dinero, o solo recibiría una mirada de poco interés.
Quería impresionar a personas que no tenían interés en mí. El más allá después de mi madre terminaba.
Me había construido una barrera de miseria para ocultarle a los cielos mis dudas. Quise protegerme de nuevo hoy, salir a tomar con Kennie o invitar a alguna chica a comer mientras la escuchaba hablar sobre su vida o lo sueños locos que había tenido. Me entretenían esas cosas: escuchar y ver sonreír a alguien cuando se sentía escuchado.
—¿Sabe? Mi prometida me terminó. —Alguien en la barra no se callaba, su voz era interrumpida por la música de fondo que me servía para ahogar mis penas en alcohol.
Tosí, produciendo un corto hipo que me hizo saltar. Tuve los brazos sobre la mesa, haciéndome un pequeño nido de pajaritos porque en ese momento me sentía como una madre pájaro muy gorda que se iba a tragar sus huevos. No, eso tiene menos sentido.
Me quedé allí varios minutos más. Mi lado inocente solo pensó que la cerveza se me bajaría y podría manejar de vuelta al campus, pero eso no sería posible, de igual forma si caminaba terminaría tirado en alguna calle con la ropa manchada de vomito.
Me daba náuseas, observar la luz reflejada en la pared barnizada, mis prendas rozando mis mejillas coloradas y los sonidos de pocos clientes borrachos debido a que no era fin de semana.
Quiero que nada sea real.
—Hace frío afueraaaaa. —El cabrón de la barra continuó sin callarse. Le iba a clavar una pajilla.
—Cállate, puto. —Le grité. Sentí escalofríos por la puerta principal abierta, la corriente de aire helado se coló hasta hacerme temblar.
—Cállame, pendejo. —Carraspeó. Rebobiné en su voz: era Skinner.
Hermano, no jodas, estás hasta en la sopa que como.
Fue como si me electrocutaran. Levanté la cabeza de golpe hasta chocar contra el foco decorativo sobre mí. Alec y yo nos encontramos con la mirada, aunque apenas podía distinguirlo. Borroso, lejano, con el traje de asqueroso color y la corbata de puntos casi por el suelo. Entreabrió la boca, masticó aire y me sonrió.
Formé una mueca de desagrado que puso tiesa mi rostro. No quería topármelo en esta condición, se notaba quién tenía clara ventaja y no era yo.
—¿Qué haces aquí? —Clamó.
Tambaleó fuera del banco, se sostuvo de la barra mientras reía levemente. Pintaba que era un borracho de esos tranquilos que solo hacen chistes y no se toman nada personal, relajados, me caería bien si no fuera un idiota sabelotodo comúnmente.
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Casanova a tu servicio.
General FictionAlec Skinner proviene de un antiguo pueblo de ricachones, en donde se comprometió a la edad de 16 años con Chloe. Ahora en sus 20, se ha mudado a la ciudad. Ryan Hammer es la definición de casanova en el sitio, estudiando su primer año en la faculta...