Alec.A menudo me encontraba mintiendo sobre las cosas que me gustaban, lo que quería hacer y lo que no. Mis dilemas eran pequeñas elecciones en mi diario vivir, pero cada una de ellas pesaba como si intentara arrastrar un poste de luz.
Debía tensar mis metas, saboteadas, fingiendo que mi elección no era tan importante. Pero supongo era lo contrario, quería sentirme un poco valioso para alguien.
—¡Hey, oye, Ryan! —El aire se me escapaba para captar su atención, iba corriendo detrás de él hasta que se percató de mis gritos y pudo detenerse.
Se despidió de un amigo suyo y volvió a mí.
—¡Skinner, el profesor bigotudo dijo que yo estaba tomando fuerza en su clase! —Tras peinar sus mechones negros detrás, se aproximó con largos pasos entre el pasillo lleno de gente. Él también parecía estarlo haciendo bien—. Ah, sí, ¿qué pasa? No corras, te vas a sentir mal.
—¡Silencio! —Tomé una bocanada de aire, reincorporándome con la mano en la corbata—. Chloe aceptó ir al café conmigo.
Hammer portó un semblante orgulloso. La semana había sido bastante atareada, pero incluso el estudio o los desconocidos alrededor no se interpusieron en la buena tarde y noticia. Rebobiné de igual forma en sus palabras anteriores.
—Espera, ¿querías decir que al profesor bigotudo le gustó tu ensayo? —Eso me sorprendió mucho, acomodé mis pies en fila para centrarme.
—Sí, quiere ver qué presentaré de ahora en adelante. No habría imaginado que algo saldría bien con usar mi nombre como sistema de apropiación —sus dientes al formar una sonrisa hacían que destacara su gran mandíbula, pegando una mordida imaginaria a cualquier obstáculo—. Usé como base el nombre rayado en mi vehículo.
"Donde hay nombre, nada es libre", fue lo que le enseñé. En Calis, mi tutor me había enseñado que todas las cosas se reducen a palabras que no debemos usar a la ligera. Cosas como "mi prometida", "mi chaqueta" o expresiones tales como "no veo tu nombre escrito aquí" y "está marcado con mi nombre" eran conceptos de propiedad al igual que una privación de libertad.
Mi nombre era Alec Skinner, hijo único de mis padres, un apellido importante. Eso era yo, y buscaba lo que ellos deseaban que persiguiera, así fuera en una universidad donde los estudiantes cruzaban el pasillo desesperados por no tener puertas cerradas.
—Bien hecho, hombre —le arrojé un golpe al brazo, después le di un leve empujón—. Te voy a comprar una novela rosa por cada buena nota que tengas.
—Lo prometido es deuda. —Él se vio mucho más feliz y satisfecho, pero volvió a fijarse en la situación—, Dios, vamos a almorzar y hablar sobre Chloe.
Fuimos juntos al comedor. Hammer pidió su torta de huevo y yo una hamburguesa de pollo. Chloe me había enviado una respuesta breve, nos reuniríamos el fin de semana para hablar sobre estos últimos días y quizás esperaba que yo por fin me diera por vencido con el casamiento.
Pero estoy más decidido que nunca.
—¿Por qué de huevo? —Cuestioné su gusto por las tortas de huevo.
Antes de clavarle la gran mordida, alejó su boca del huevo que apenas comenzaba a escaparse. Dudó sobre mi pregunta, miró a los costados donde habían pocos alumnos y se acercó con cautela a mi rostro, posando sus brazos sobre la mesa.
—Fue un secreto, ¿recuerdas que iba cada tarde los viernes a la catedral de Amparo, en el centro? —Tomó una servilleta para limpiar sus dedos y peinar su cabello. Asentí, resoplé en su cara por el misterio que le ponía al pasado—. Iba a reunirme con mi papá, pero casi siempre me dejaba plantado. Cuando iba y le reclamaba me daba unas monedas, y me decía que me había dejado una torta en la cooperativa de la escuela. Me consolaba con tortas de huevo, hasta que dejó de ir y solo había tortas.
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Casanova a tu servicio.
General FictionAlec Skinner proviene de un antiguo pueblo de ricachones, en donde se comprometió a la edad de 16 años con Chloe. Ahora en sus 20, se ha mudado a la ciudad. Ryan Hammer es la definición de casanova en el sitio, estudiando su primer año en la faculta...