3. La mujer de mi hermano

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Beatriz ultimaba todo de manera ilusionada, ella misma colocaba los platos y la cubertería sobre la mesa para aquella tan ansiada cena en la que, por fin, después de tantos años, los hombres de su vida se sentarían para compartir recuerdos y experiencia de sus vidas, vio a su marido entrar en la sala mientras ella admiraba orgullosa el resultado de su trabajo, José Antonio frunció el ceño al contar los platos.

José Antonio: ¿tenemos invitados?

Beatriz: dos para ser exactos-correteó hacia su marido y le estampó un beso en los labios-no sabes lo contenta que estoy.

José Antonio: vaya, sí que deben ser agradables esas visitas-cogió uno de los tenedores que había sobre la mesa-solo usas esta cubertería en ocasiones extremadamente especiales.

A su espalda Flavio y Samuel bajaban por las escaleras de la casa, tras ponerse algo más cómodos se reunían con sus padres, ambos se miraron viendo la espalda fornida de su padre mientras se imaginaban las diversas reacciones que podría tener su padre al verlos. Ambos vieron como su madre los vio por encima del hombro y se acercó a ellos, José Antonio se giró para ver a donde iba su mujer y entonces se encontró con sus dos hijos menores.

Beatriz: ¡Los niños han vuelto! ¿¡No te parece maravilloso!?

José Antonio: vaya... hasta que los cosmopolitas se dignan a venir a ver a sus padres-tanto Samuel como Flavio menearon la cabeza con media sonrisa.

Beatriz: ¡Antonio!-lo reprendió de forma familiar-Flavio lleva años sin venir a casa y Samuel desde hace meses, ¡recíbelos de mejor manera!

José Antonio: ¿y qué quieres que haga mujer? Este-señaló a Flavio-podría estar construyendo las casas de todo este pueblo y aquel-señaló a Samuel-podría estar siendo el médico del pueblo, pero no, decidieron irse a la gran ciudad y abandonar a sus padres.

Samuel: eso no es cierto papá, hemos estado cerca en la medida de lo posible.

José Antonio: en la medida de lo posible me dice-meneó la cabeza con una risa irónica-tienes a tu madre recortando en los periódicos todas tus hazañas en las salas de operaciones y no eres capaz de llamarla para contárselo-él agachó la cabeza-y este desertor se marchó hace 10 años por un lio de faldas y no volvió-Flavio endureció el rostro a la vez que apretaba los puños.

Beatriz: por favor Antonio, ya está bien...

Flavio: sigues siendo el mismo de siempre-meneó la cabeza.

Arturo: ¿Quién es el mismo de siempre?

Arturo entró por la puerta y al escuchar su voz Samuel se tensó enormemente mientras que Flavio pudo sentir como algo en su interior se removía haciendo que los recuerdos se agolpasen en su cabeza, el fornido cuerpo del mayor de los Gallardos se colocó delante de ellos, su pinta no había cambiado en absoluto, siempre en vaqueros, camisas sin mangas y su característico sombrero que siempre le acompañaba, Samuel dirigió una pequeña mirada hacia su hermano Flavio quien sin poder evitarlo tenía una tensión en el cuerpo que estaba a punto de estallar.

Arturo: ninguno me va saludar-miró a sus hermanos de forma alterna mientras que a estos les acompañaba la incertidumbre sobre qué hacer.

Samuel: claro hermano-se estrechó entre sus brazos con un gesto extraño-cuanto tiempo.

Arturo: lo mismo digo-se separó de Samuel-contigo sobre todo.

La tensión se hizo latente en aquella sala mientras Arturo y Flavio se miraban con cierto rencor escrito en el rostro, en otra época el carácter y la intensidad de su hermano mayor podría haberle hecho bajar la mirada y doblegar el pequeño odio que sentía hacía él, pero no en aquel momento, no cuando los años ya habían pasado por ambos, no cuando el dolor y el tiempo lo habían hecho un hombre valiente, no con aquel dolor que todavía sigue latente en su interior, un dolor que era incapaz de olvidar.

QUÉDATE CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora