52. Se acerca una tormenta

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Con la ayuda de Francisco, Andrea e Irina salían de la habitación, esta vez Francisco era quien llevaba a Andrea en la silla de ruedas e Irina se mantenía atrás observando todo a su alrededor, definitivamente ese lugar le daba escalofríos, observó a unos cuantos metros, por donde ellos pasaban, como una mujer acariciaba con ternura una muñeca, esta mantenía su rostro agachado como si le susurrara algo, aquella imagen llamó la atención de Irina que se detuvo observándola, de pronto sintió un nudo enorme en su garganta y observó cómo otra de las internas se acercaba corriendo a ella, la mujer levantó su rostro.

-¡Nooo! ¡Mi hija!-la mujer se levantó alterada, de pronto parecía como si buscara algo desesperada y Francisco también se detuvo al escucharla, la mujer corrió hacía donde ellos estaban.

Francisco: vamos Irina, no podemos detenernos.

La rubia parecía estar estática, la mujer corría hacía ella y el rostro de Irina cambió completamente, sintió como el aire le faltaba, no podía hablar, no podía moverse, sus ojos se llenaban de lágrimas de forma inmediata, logró creer que era su mente la que le estaba jugando una broma de mal gusto, pero cuanto más se acercaba, más se convencía de que no podía ser una broma, lo que tenía frente a ella era real, era de carne y hueso, estaba pasando...

-Ahí está mi bebé-señaló el pequeño pero ya abultado vientre de Irina-es mi bebé.

Francisco observó a los lado sintiendo miedo de ser descubiertos, lo que más quería era que pasarán desapercibidos, pero dada la situación parecía que eso no iba a pasar, a Irina le resultaba imposible reaccionar, tenía a aquella mujer tan, pero tan cerca, que se pudo dar cuenta... era ella, a pesar de sus ojeras, de su cabello descuidado, de no traer ni una gota de maquillaje, de las arrugas en su rostro, era ella...

-¡Cayetana!-Andrea se giró al escuchar aquel nombre, observó a la mujer e intentó levantarse impulsivamente, pero Francisco no lo permitió, una enfermera se acercaba a la mujer.

Francisco: tenemos que irnos de inmediato-susurró a Andrea, quien se encontraba en una encrucijada, por una parte se moría por levantarse y abrazar a su amiga, pero también tenía miedo de que las descubrieran y se metieran en problemas, ahora con esto se daba cuenta que no solo ellas podrían estar en peligro.

Andrea: Irina...-susurró, le indicó a Francisco con una mirada que la acercará a ella, le tomó la mano con cariño, su amiga bajó la mirada-te juró que te voy a ayudar...-todo lo decía en susurro, con miedo de que alguien la pudiera escuchar-pero ahora tenemos que irnos, no podemos quedarnos...

Francisco: por favor esto es peligroso-Irina tragó saliva, observó con tristeza a la mujer y camino sintiendo que el corazón se le quería salir del pecho, ¿Qué demonios había sido eso? Se preguntaba con rabia. ¿Qué demonios hacía su madre en ese sitio?

Cuando por fin salieron del lugar y Andrea pudo levantarse de esa silla de ruedas, se quitó desesperada la camisa de fuerza, la tiró al suelo y abrazó a su amiga, Irina rompió en llanto al sentir los brazos de la salvaje rodeándola, no entendía absolutamente nada de lo que sus ojos acababan de ver, pero tenía mucho miedo, rabia, coraje, lo que ambas acaban de ver era demasiado, la situación las estaba sobre pasando.

Francisco: no sé qué es lo que pasa, pero deben irse, es peligroso que sigan aquí.

Irina: ¿cómo se llama esa mujer?-el hombre frunció el ceño-¡necesito saberlo! ¿Qué hace ahí?-se encontraba realmente alterada.

Francisco: te refieres a Cayetana del Junco-una vez más sollozó-no entiendo.

Andrea: tú ¿tienes mucho tiempo trabajando en ese hospital?-el sujeto asintió-necesitamos otro favor-el hombre frunció el ceño-sabes que somos muy dadivosas.

QUÉDATE CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora