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1923.

Sus ojos grises observaban las llamas envolver los troncos ennegrecidos.

Desde hacía mucho tiempo que le fascinaba contemplar por largas horas la forma en la que el fuego ascendía desde la llama más diminuta hasta una bola ardiente que reducía a polvorosas cenizas los troncos que le daban vida. Las llamas anaranjadas danzaban enjauladas detrás de la rejilla de negro metal que separaba el interior de la chimenea del resto de la casa, algunos pequeños chispazos de vez en cuando saltaban contra los delegados barrotes entretejidos finamente y se ahogaban incluso antes de tocar su superficie.

Las largas tardes de invierno se pasaban en silencio y pereza. Desde el momento en que despertaba hasta que volvía a arroparse cómodamente en su extensa cama toda la casa permanecía callada, expectante y atenta dentro de su apariencia indiferente. A través de las ventanas se podía apreciar como la copiosa lluvia, típica del húmedo y gélido invierno, bañaba la limpia extensión de hierba que limitaba con el sotobosque. Las nubes se arremolinaban lentamente sobre sí mismas, formando túmulos enormes de un gris tan oscuro como el de esos iris que las observaban con admiración.
Adoraba ese clima, gris y melancólico. El olor de la tierra húmeda entraba a través de la ventana abierta mientras que el incesante golpeteo de la lluvia se colaba a la casa para formar un ambiente reconfortante. Había cierta calidez transmitida dentro de aquel clima apagado, un pequeño gesto que permitía romper el silencio absoluto y espeluznante dentro de la aislada residencia compartida por esas dos personas.

El niño envolvió sus hombros con la corta y mullida manta que el mayor le había traído de su último viaje. Sus pies descalzos se deslizaron desde el suave cojín sobre el que reposaban para posarse sobre la alfombra blanca que se extendía desde el sofá hasta el pequeño inicio escalonado de la chimenea. El fuego crepitaba indiferente, hermoso y raudo a ojos del pequeño.

De un saltito se levantó del sofá, dirigiéndose a la ventana abierta. Ninguna brisa recorría la tierra, dejando que la lluvia siguiera un camino tranquilo y sin pausa hasta fundirse con la tierra, por lo que el fresco del ambiente apenas era perceptible bajo la densa capa de humedad mezclada con la calidez que se mantenía en el interior de la casa. Solemne, avanzó con pasos cortos hasta que sus delgadas manos se posaron en el marco inferior de madera, ayudándolo a tomar impulso para poder trepar contra la pared y sentarse cómodamente en el alféizar de la ventana. Jubiloso por su pequeño logro, se acurrucó con su manta y soltó un gruñido de triunfo.

La fuerza de la lluvia le provocaba un profundo sentimiento de apego hacia aquél lugar. El techo le protegía de la inclemente cortina de agua que se derramaba sobre la región, llenando los caudales de los ríos y arroyos que corrían cerca, inundando las orillas de los lagos y sumideros de las calles que se encontraban ya muy lejos de su locación. El agua lo arrastraba todo a su paso, pero también chocaba con el hermoso y limpio verdor oscuro de la naturaleza que se yergue orgullosa entre la crudeza del invierno y el rigor de la lluvia. Los árboles de vivas hojas perennes  se alzaban majestuosos allí donde iniciaba el pequeño bosque hacia el interior de la región, protegiendo bajo sus copas las plantas y animales que habrían de esconderse de lo que pronto se convertiría en un aguazal temporal.

El joven pensó en lo divertido que sería poder hundir sus pies en los pequeños estanques que se formaban, correr hasta el cansancio salpicando agua y barro por todas partes mientras reía en su alegre inocencia infantil. Después de todo, eso no podría ser perjudicial para su salud; en el último año había logrado aumentar de peso hasta un nivel aceptable en relación con su altura, que también había aumentado unos pocos, poquísimos, centímetros. Su cuerpo ya no era tan enfermizamente delgado, frágil como una hoja, pero aún seguía viéndose bastante enjuto de carnes, sobre todo con la ropa holgada que solía usar. Las enormes camisetas que portaba orgulloso para cubrir la mayor parte de su cuerpo usualmente eran robadas del armario del adulto, su aroma ligero y característico del portador del radiante sol lograba opacar toda la soledad que se generaba dentro de la mente del jovencito quien, a veces inseguro por los tratos indiferentes, se solía dejar llevar por un vacío que le desgarraba las entrañas de forma tan dolorosa que resultaba insoportable. El poder sentirse rodeado por una fragancia tan cálida y tenue le hacía sentirse menos extraño, además de que la prenda le transmitía una sensación de protección que le reconfortaba enormemente. Una de sus manos se separó del frío marco de la ventana, una pequeña espina de melancolía se había clavado en su pecho y el tacto cálido de sus delgados dedos buscaba arrancarla de forma desesperada. Rascó un poco con las uñas por encima de la ropa, la tela emitió unos pequeños sonidos de rasguidos apenas perceptibles mientras se estiraba ligeramente hacia abajo, el borde del cuello dejó de proteger la fina y pálida piel del joven, exponiéndola a un fresco que le provocó un ligero escalofrío en la espalda.

REC🔴 [C.H. ARGENTINA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora