✺Capítulo 18

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Llegó la noche, Remus comenzó a leerle a Sirius:

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Llegó la noche, Remus comenzó a leerle a Sirius:

-Capítulo siete, una merienda de locos. Había una mesa servida bajo un árbol, frente a la casa, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té. Sentado entre ambos un Lirón dormía
profundamente. La Liebre y el Sombrerero lo usaban de almohadón, para apoyar los codos, y conversaban por encima de su cabeza.

-Remus, ¿Qué es un lirón?

-Un lirón es un roedor. «¡Qué incómodo para el Lirón! —pensó Alicia—. Claro que, como está dormido, supongo que no le importa».
La mesa era grande pero los tres estaban apiñados en una punta.
—¡No hay lugar! ¡No hay lugar! —gritaron cuando la vieron llegar a Alicia.
—¡Hay muchísimo lugar! —dijo Alicia indignada, y se sentó en un gran sillón en un extremo de la mesa.
—Sírvete un poco de vino —dijo la Liebre de Marzo animándola.
Alicia recorrió la mesa con los ojos pero no vio más que té en ella.
—No veo que haya vino —señaló.
—No lo hay —dijo la Liebre de Marzo.
—Entonces fue sumamente incorrecto de su parte ofrecérmelo —dijo Alicia enojada.
—Tampoco fue muy correcto de tu parte sentarte sin que te invitaran —dijo la Liebre de Marzo.

Sirius comenzó a reír.

-—No creí que la mesa fuese solo de ustedes —dijo Alicia—; está servida para muchos más que tres.
—Te anda faltando un corte de pelo —dijo el Sombrerero.
Había estado un buen rato observándola, con gran curiosidad, y esas fueron sus primeras palabras.
—Debería aprender a no hacer observaciones personales —dijo Alicia con cierta severidad—. ¡Es muy grosero!
Al oír eso, el Sombrerero abrió muy grandes los ojos, pero todo lo que dijo fue:
—¿En qué se parecen un cuervo y un escritorio?
«¡Qué suerte! ¡Nos vamos a divertir! —pensó Alicia—. Me alegro de que hayan empezado con las adivinanzas».
—Creo que puedo adivinar eso —agregó en voz alta.
—¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la respuesta? —preguntó la Liebre de Marzo.
—Eso mismo —dijo Alicia.
—Entonces deberías decir lo que quieres decir —siguió la Liebre de Marzo.
—Eso hago —respondió apresuradamente Alicia—, al menos… al menos quiero decir lo que digo… es lo mismo ¿no sabía?
—¡De ningún modo es lo mismo! —dijo el Sombrerero—. ¡Si no también sería lo mismo decir «Veo lo que como» que «Como lo que veo»!
—Y sería lo mismo decir —agregó la Liebre de Marzo— «Me gusta lo que me dan» que «Me dan lo que me gusta».
—¡Y sería lo mismo decir —terció el Lirón, que parecía hablar en sueños— «Respiro cuando duermo» que «Duermo cuando respiro»!
—En realidad en tu caso sí es lo mismo —dijo el Sombrerero.
Y el grupo se quedó un minuto en silencio, mientras Alicia trataba de recordar todo lo que
sabía de cuervos y escritorios, que no era mucho.
El Sombrerero fue el primero en romper el silencio.
—¿En qué día del mes estamos? —preguntó volviéndose a Alicia.
Había sacado el reloj del bolsillo y estaba mirándolo inquieto, sacudiéndolo de vez en cuando y acercándoselo a la oreja.
Alicia pensó un poco y después dijo:
—Cuatro.
—¡Anda dos días equivocado! —suspiró el Sombrerero—. Te dije que la manteca no le iba a hacer bien a los engranajes —agregó mirando con enojo a la Liebre de Marzo.
—Era manteca de primera —respondió humildemente la Liebre de Marzo.
—Sí pero deben de haber entrado algunas miguitas también —gruñó el Sombrerero—. ¡No tendrías que habérsela untado con el cuchillo del pan!
La Liebre de Marzo tomó el reloj y lo miró con aire preocupado; después lo sumergió en su taza de té y volvió a mirarlo, pero no se le ocurrió nada mejor que repetir:
—Era manteca de primera, en serio.
Alicia había estado mirando por sobre su hombro con cierta curiosidad.
—¡Qué reloj más raro! —observó—. Dice el día del mes y no dice la hora.
—¿Por qué habría de decirla? —masculló el Sombrerero—. ¿Acaso tu reloj te dice en qué año estás?
—Claro que no —respondió Alicia sin inmutarse—, pero eso es porque pasa mucho tiempo sin que el año cambie.
—Lo mismo pasa con el mío —dijo el Sombrerero.
Alicia se sentía horriblemente desconcertada. La observación del Sombrerero no parecía tener ningún significado en absoluto y, sin embargo, estaba formulada decididamente en inglés.
—No lo entiendo bien —dijo lo más amablemente que pudo.
—El Lirón se quedó dormido de nuevo —dijo el Sombrerero y le vertió un poquito de té caliente en la nariz.
El Lirón sacudió la cabeza con impaciencia y dijo, sin abrir los ojos:
—Claro, claro; eso es justamente lo que yo iba a decir.
—¿Todavía no adivinaste el acertijo? —preguntó el Sombrerero volviéndose hacia Alicia.
—No, me rindo —dijo Alicia—. ¿Cuál es la respuesta?
—No tengo la menor idea —dijo el Sombrerero.
—Ni yo —dijo la Liebre de Marzo.
Alicia suspiró fastidiada.
—Me parece que podría emplear mejor el tiempo —dijo—, en vez de perderlo haciendo adivinanzas que no tienen respuesta.
—Si conocieses al Tiempo tan bien como yo —dijo el Sombrerero— lo tratarías con más respeto.
—No entiendo —dijo Alicia.
—Claro que no —dijo el Sombrerero sacudiendo la cabeza con desdén—. ¡Supongo que ni siquiera habrás hablado nunca con él!
—Tal vez no —replicó Alicia con prudencia—, pero lo marco con golpecitos cuando estudio música.
—¡Ahora sí que está claro! —dijo el Sombrerero—. El Tiempo no permite que lo marquen, y menos a golpes. Pero si uno se mantiene en buenas relaciones con él es capaz de hacer casi cualquier cosa con el reloj. Por ejemplo, supongamos que son las nueve de la mañana, la hora de empezar las clases. No tendrías más que susurrarle algo al Tiempo y, en un abrir y cerrar de ojos, él le daría unas cuantas vueltas al reloj y… ¡la una y media, hora de almorzar!

The Shinning Moon [Wolfstar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora