✺Capítulo 19

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Remus continuó con la lectura;

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Remus continuó con la lectura;

—Capítulo 8, la cancha de croquet de la reina. Había un gran rosal cerca de la entrada al jardín; las rosas que crecían en él eran blancas, pero había jardineros trabajando, muy atareados, pintándolas de rojo. Alicia pensó que eso resultaba muy extraño y se acercó para observar mejor. En cuanto llegó adonde estaban los jardineros oyó que uno de ellos decía:
—¡Más cuidado, Cinco! ¡No me salpiques con la pintura!
—No fue culpa mía —dijo Cinco malhumorado—. Siete me empujó el codo.
A lo que Siete respondió levantando la vista:
—¡Muy bien, Cinco, te felicito! ¡Siempre echándole la culpa a otro!

—Cinco me hace acordar a James, siempre me echa la culpa de todo.

—¡Tú mejor no hables! —dijo Cinco—. Ayer mismo oí que la Reina decía que merecías que te cortaran la cabeza.

—Bien casual.

—¿Por qué? —dijo el que había hablado primero.
—¿Y a ti qué te importa, Dos? —dijo Siete.
—¡Sí que le importa! —dijo Cinco—. Y se lo voy a decir: fue por llevarle al cocinero bulbos de tulipán en lugar de cebollas.
Siete tiró el pincel al suelo y empezó a decir:
—¡Eso sí que está bueno! Es la cosa más injusta…
Pero de pronto sus ojos tropezaron con Alicia que estaba de pie mirándolos y se interrumpió bruscamente. Los otros también miraron y todos hicieron una gran reverencia.
—Por favor —dijo Alicia con cierta timidez—. ¿Podrían decirme por qué están pintando las rosas?
Cinco y Siete no dijeron nada, pero miraron a Dos. Dos empezó a decir en voz baja:

—Alicia bien de metiche.

—Bueno… ¿sabe lo que pasa, señorita?… este… acá este rosal tenía que ser un rosal de rosas rojas… y nos equivocamos y pusimos uno de rosas blancas, y… este… si la Reina se llega a dar cuenta nos cortan la cabeza ¿sabe, señorita? Así que, ya ve, señorita, estamos haciendo todo lo posible, antes de que ella venga…
En ese momento Cinco, que había estado mirando ansiosamente en dirección al otro extremo del jardín, gritó:
—¡La Reina! ¡La Reina!

Les cortarán la cabeza

Y los tres jardineros se arrojaron de inmediato al suelo boca abajo.
Se oyó un ruido de pasos y Alicia miró, ansiosa por ver a la Reina.
Primero llegaron diez soldados llevando bastos. Todos tenían la forma de los tres jardineros, rectangulares y chatos, con los pies y las manos en las esquinas. Luego seguían diez cortesanos; estaban adornados con diamantes y caminaban de dos en dos, como los soldados. Después venían los infantes, diez en total; las dulces criaturas venían saltando alegremente, de dos en dos, tomadas de la mano; estaban todas adornadas con corazones. Después venían los invitados, casi todos Reyes y Reinas y entre ellos reconoció Alicia al Conejo Blanco. Hablaba con voz agitada y nerviosa y pasó a su lado sin verla. Seguía la Sota de Corazones, llevando la corona del Rey en un almohadón de terciopelo color carmesí y, cerrando el largo cortejo, ¡el Rey y la Reina de Corazones!
Alicia no estaba muy segura de que no le correspondiese tirarse boca abajo contra el suelo, como los tres jardineros, pero no recordaba haber oído hablar de una regla así para casos de desfile de cortejos.
«Y además —pensó—, ¿de qué servirían los desfiles si la gente se tirase toda boca abajo sin poder ver nada?».
Así que se quedó donde estaba y esperó.
Cuando el cortejo se enfrentó con ella todos se detuvieron y la miraron y la Reina preguntó
con severidad:
—¿Quién es esta?
Se lo preguntó a la Sota de Corazones, que no hizo más que inclinarse respetuosamente y sonreír como toda respuesta.
—¡Idiota! —dijo la reina sacudiendo la cabeza con impaciencia, y, volviéndose a Alicia, le preguntó—: ¿Cómo te llamas, niña?
—Me llamo Alicia, para servir a Su Majestad —dijo Alicia con muy buenos modos, pero agregó para sus adentros:
«No son más que un mazo de cartas, después de todo. ¡No tengo por qué tenerles miedo!».
—¿Y quiénes son estos? —preguntó la Reina señalando hacia los tres jardineros que estaban tirados junto al rosal.
Y es que, como todos ustedes saben, yacían boca ahajo, y el dibujo de la espalda era idéntico al de todas las demás barajas del mazo, y la Reina no podía saber si eran jardineros, soldados, cortesanos o incluso tres de sus propios hijos.
—¿Cómo podría yo saberlo? —dijo Alicia, sorprendida de su propia audacia—. No es asunto mío.
La Reina se puso roja de rabia y, después de lanzarle una mirada furibunda de bestia salvaje, empezó a gritar:
—¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten…!

The Shinning Moon [Wolfstar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora