Volver

14 0 0
                                    

Paula sacó sus llaves del bolso y abrió la puerta. Por un momento pensó en picar el timbre pero de algún modo, sentía que aquello también era su hogar. El que semanas atrás abandonó por rabia y orgullo. Para demostrarle a Ángel que ella no era una conquista loca más en su lista de amoríos.

Ella era dueña y señora de su patria. Si esa casa tuviera bandera, sería sus tangas oteando al viento en el balcón que daba de lleno a Gran Vía. Porque eso era, la nota discordante del silencio. La que marcaba la diferencia en plena barriada de pijos. El olor azufre en plena plantación de lavanda.

Entró callada y fue extraño, siempre gritaba "Gordi, ¡Ya estoy aquí! " pero esta vez no pretendía alentarlo de su presencia. Quería pillarlo por sorpresa e ir directa a la yugular. Todo o nada pero sin unas décimas de segundo para preparar aunque fuere un breve discurso. Fue directa al despacho y allí estaba él, con la guitarra en sus regazo y un un cigarro entre las manos. En la casa un olor a nostalgia y nicotina, camisas sin planchar encima del escritorio y envases de comida rápida por el suelo.

-¿Desde cuándo eres cantautor? - Ángel salto cómo un resorte y por unos segundos, pensó que era un producto de su imaginación. De sus ganas. De tanto echarla de menos en el frente del orgullo y la culpabilidad.

-Ahora toco canciones por no poder decir  "Te quiero".
-Lo mismo Cassandra los aceptaría encantada.
- ¿Has venido a jugar a tiro al plato?
-Echaba de menos Madrid y bueno... Pues mi casa.
-Utilizas los pronombres como mejor te interesen.
-Ángel, no eres el mejor para usar el reproche. Fui yo la engañada y sin embargo vengo aquí. Dispuesta a hablar de qué cojones vamos a hacer.
-Pensé que lo decidiste el día que saliste por esa puerta.
-Ojalá haberte olvidado tan fácil. Pero cada noche he echado de menos hacerte el koala en la cama. Pero yo es que te amo con mi puta alma.

Ángel se levantó de su vieja butaca heredada de su padre y se puso frente a ella, desarmado y con el pecho encogido después de usar el tono de aquella declaración de amor. Sabía que en sus palabras no había ni siquiera rastro de rencor y supo, que algo de razón llevaba Coelho en eso de que el amor lo puede todo. Cuando uno ama dejándose la piel a cada roce con las yemas de los dedos, cuando duele de tanto sentir... Supo que mereció la pena y ese, fue el signo de rendición.

La agarró de la cara y la beso con fuerza, salvaje y con ganas. Tantas que le sentía que le desgastaba los labios. Apoyándola contra la pared mientras una de sus piernas la llevó a la altura de su cintura. Y las embestidas la sacudía de forma abrupta y seca. Mojando su tierra, mientras ella agarraba con fuerza su camiseta de algodón gris.

La folló como la primera vez. Mientras ella gemía con la boca medio abierta y el suspiraba "Te amos" en cada exhalación para devolverla a la vida de nuevo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 23, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

He visto cómo me mirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora