VIEJOS AMIGOS

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Yo, Aika Kobayashi, en el poco tiempo que llevo en este mundo he vivido situaciones dignas de un thriller de terror. Me han perseguido, han intentado matarme y ahora soy objetivo de una mafia que domina Japón.

Estoy atrapada en Seúl, postrada en una cama reposando una herida muy seria en mi pecho, junto con mi padre y mi amante.

Sinceramente no sé cómo he sobrevivido hasta ahora. Hice cosas horribles si lo pienso bien. He robado, he pegado e incluso acabé matando a dos hombres y cubriendo sus cuerpos.

¿Cuán diferente soy yo de esos monstruos que me persiguen? ¿En qué momento me convertí en lo que soy?

Porqué me pasan a mí estas cosas tan terribles es algo que no comprendo. La mala fortuna vive en mí.

- Aika, ¿estás despierta? Tienes que tomarte las medicinas - Aida entró en mi habitación con una bandeja.

La miré. Si algo bueno que he sacado de esto es Aida. Pese a sus defectos y errores, la quiero. Ella tiene algo diferente. Es la primera vez que puedo decir que me he enamorado de verdad.

- ¿Me dejará hoy Nishikino san dar un paseo por el patio?

- No lo creo. Aún estás débil - Puso la bandeja en mi regazo y me dio agua.

Antes de meterme en la boca las pastillas bufé y dije:

- Llevo ya ocho días así y ni siquiera me deja levantarme para estirar las piernas.

- Es por tu bien, boba - Rió mientras se sentaba.

Nos quedamos en silencio un buen rato. El ambiente era relajado pero yo estaba alerta.

- ¿Se sabe algo de los que me secuestraron?

Aida miró a la mesita de noche.

- El hombre que te disparó apareció muerto en un descampado a unos kilómetros del almacén.

- ¡Bien, justicia! - Cerré el puño con fuerza - ¿Fue el jefe quien lo mató?

Me pareció ver que los ojos de Rikako temblaban pero insistí.

- ¿Lo mataron por no acabar su trabajo?

- Fue Arisha.

- Vaya... Y pensar que ella intentó matarme también una vez en la carretera... Supongo que le debo una.

- Ya no.

- ¿Eh? - Extrañada me giré hacia ella. Pude ver lágrimas caer a borbotones.

Se limpió con un pañuelo y sollozando me dijo:

- La mató. Ella se quedó allí para cubrirnos y... y... - Tomé su mano para que siguiera - No volvimos a saber nada. Se oyeron otros disparos y gritos, pero para aquel entonces tu padre nos sacó de allí.

Me quedé muda. No abrí la boca en toda la mañana, tan sólo contesté las preguntas sobre mi estado físico del doctor Nishikino, que seguía las instrucciones médicas que le daba su mujer por teléfono al no poder llevarme al hospital.

Mi padre me visitó varias veces para comer conmigo y que no me sintiera tan sola, pero cuanto más quería hacerme sentir en compañía más me hundía yo.

Arisha. La hija del jefe de la Yakuza. Ella dio su vida no sólo por mí, sino por mi padre y Aida.

De repente, mientras observaba el sol del atardecer filtrándose en el patio mi visión se nubló y lloré en silencio.

Rikako no volvió aquella mañana a verme. Supuse que tendría miedo de verme así y prefirió dejarme pasar el mal trago.

La noche llegó y pude oír el timbre de la entrada. Un murmullo lejano se escuchaba. Dos voces hablaban en el pasillo. Apenas era entendible lo que se decían la una a la otra, hasta que...

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