—Ahora voy a comenzar de nuevo, como lo prometí. Me pregunto qué voy a encontrar en la siguiente página —dijo Rosa, que bajaba en la mañana de Año Nuevo con un rostro serio y una gruesa carta en la mano. —¿Cansada de la frivolidad, querida? —preguntó su tío, haciendo una pausa en su ida y vuelta desde la sala, para observarla con una mirada rápida y brillante, que a ella le encantaba traer a sus ojos.
—No, señor, y esa es la parte triste de esto, pero he tomado mi decisión de
detenerlo mientras pueda, porque estoy segura de que no es bueno para mí. He tenido algunas ideas muy serias últimamente, ya que desde que mi Febe se fue no he tenido el corazón contento, por lo que es un buen momento para detenerse y empezar otra vez —respondió Rosa, cogiéndole del brazo y caminando con él.
—¡Un momento excelente! Ahora, ¿cómo vas a llenar el vacío de dolor? — preguntó, muy complacido.
—Intentando ser lo más generosa, valiente y buena como ella lo es —Y Rosa apretó la carta contra su pecho con un toque tierno, porque la fuerza de Febe la había inspirado con el deseo de ser lo más autosuficiente posible—. Voy a tomarme la vida en serio, como ella lo ha hecho, aunque creo que será más difícil para mí que para ella, porque está sola y tiene una marcada carrera, yo no soy más que una especie común de chica, con un sin fin de relaciones que han de ser consultadas cada vez que un guiño y una fortuna terrible cuelguen como una piedra de molino alrededor de mi cuello, que me pesarán si trato de volar. Es un caso difícil, tío, y me deprimo cuando pienso en ello —suspiró Rosa, oprimida con sus bendiciones.
—¡Niña afligida! ¿Cómo te puedo aliviar? —Y allí estaba la diversión, así como la simpatía en el rostro del Dr. Alec mientras palmeaba la mano sobre su brazo.
—Por favor, no te rías, porque realmente estoy tratando de ser buena. En primer lugar, ayúdame a dejar de depender de placeres tontos y muéstrame cómo ocupar mis pensamientos y tiempo, para que yo no me duerma en los laureles, en lugar de hacer grandes cosas.
—¡Bien! Vamos a comenzar de una vez. Anda a la ciudad esta mañana y ve tus casas. Todos ellas están listas, y la señora Gardner tiene media docena de pobres almas que esperan entrar tan pronto como se dé la orden —respondió el médico de inmediato, alegrándose de tener a su hija de nuevo, aunque no sorprendido de que todavía luciera con los lamentables ojos de la «feria de vanidades», siempre tan atractiva cuando somos jóvenes.
—Se las daré hoy, y por lo menos, haré que el nuevo año sea muy feliz con esas pobres almas. Siento que es imposible para mí ir contigo, pero sabes que debo ayudar a la tía Abundancia. Nosotras no hemos estado aquí por todo el tiempo en que ella ha puesto su corazón en desocuparse hoy, y particularmente, quiero complacerla, porque
no he sido tan amable como últimamente debía ser. Realmente, no podía perdonarla por estar en contra de Febe.
—Hizo lo que creía que estaba bien, así que no debemos echarle la culpa. Voy a hacer mis visitas de Año Nuevo, por lo pronto y, como mis amigos viven por ese
camino, le daré la lista de nombres a la señora G. y les contaré a las pobres señoras, con elogios de la señorita Campbell, que su nuevo hogar está listo, ¿de acuerdo?
—Sí, tío, pero todo el mérito es para ti, ya que nunca habría pensado en ello si no hubieses propuesto el plan.
—¡Bendito tu corazón! Yo sólo soy tu agente, que te hace sugerencias de vez en cuando. No tengo nada que ofrecer, excepto consejos, que prodigaré en todas las
ocasiones.
—No tienes nada, porque has dado toda tu sustancia tan generosamente como
aconsejas.
Despreocúpate, nunca vas a necesitar nada mientras yo viva. Voy a ahorrar lo suficiente para nosotros dos, mientras haga «los patos y patas de mi fortuna».
El doctor Alec se echó a reír con movimiento de cabeza con el que citó las
palabras ofensivas de Charlie y a continuación, se ofreció a llevar la carta, diciendo mientras miraba el reloj:
—Voy a enviar esto por ti, a tiempo, en el correo matutino. Me gustaría correr antes del desayuno. Sin embargo, Rosa apretó su carta rápido, formando hoyuelos con repentinas
sonrisas, medio alegres y medio tímidas.
—No, gracias, señor. A Archie le gusta hacer eso, y nunca deja de llamar para todo lo que escribo. Echa un vistazo a Febe a cambio y lo animo un poco, porque, aunque él no dice nada, pasa por una época difícil, pobre hombre.
—¿Cuántas cartas en cinco días?
—Cuatro, señor, para mí. Ella no le escribe, tío.
—Hasta el momento. Bueno, enséñaselas, por lo que está bien, ya que son un conjunto de jóvenes sentimentales —Y el médico se marchó, observando como si
disfrutara el sentimiento tanto como cualquiera de ellos.
La vieja señorita Campbell se encontraba cerca como un favor hacia la joven señorita Campbell, mientras que una sucesión de capas negras y guantes blancos fluía dentro y fuera de la mansión hospitalaria de manera constante durante todo el día. El
clan estaba en una gran fuerza, y pasó para pagar las cuotas con su deber hacia tía Abundancia y deseando los cumplidos de la temporada a «nuestra prima».
Archie apareció de los primeros, con cara de tristeza, pero firme, y se marchó con la carta de
Febe contra su pecho en el bolsillo izquierdo con la sensación de que la vida seguía siendo soportable, aunque su amor fuera arrancado de él. Rosa tenía muchas cosas cómodas que decir y le leyó fragmentos deliciosos de la voluminosa correspondencia
comenzada recientemente.
Apenas se había ido cuando Will y Geordie llegaron marchando, luciendo muy finos con su uniforme gris grana con ribetes, que los hacía hacer y sentir,
particularmente, muy importantes, ya que este era su primer ensayo en el Año Nuevo. Breve fue su estancia, ya que tenían previsto visitar a todos los amigos que tenían, y
Rosa no pudo dejar de reírse de la mezcla cómica de dignidad viril y alegría juvenil
con la que se marcharon en su propio coche, tan erguidos como baquetas, con los brazos cruzados, y las gorras pegada exactamente en el mismo ángulo en cada cabeza
rubia.
—Aquí viene la otra pareja; Esteban, emperifollado, con un gran ramo para Kitty y
el pobre Mac, luciendo como un caballero y sintiéndose como un mártir, estoy segura
—dijo Rosa, observando un carruaje doblando mientras el otro, giraba hacia la gran puerta, con su arco de acebo, hiedra y hoja perenne.
—Aquí está él. Lo tengo en el remolque para el día y queremos levantarle el ánimo con una palabra de aliento, ya que ha venido sin luchar, aunque planeó salir corriendo a alguna parte con el tío —gritó Esteban, volviendo a observar a su hermano,
que llegó muy bien en su estado y descendió alegre, porque su pulimento había
empezado a contar.
—Le deseo un feliz Año Nuevo, tía, lo mismo para ti, prima y los mejores deseos y muchos otros más, que ustedes se merecen —dijo Mac, atendiendo a Esteban como si se tratara de una mosca, mientras le daba a la anciana un beso cordial y a Rosa le
ofrecía un ramillete pequeño y pintoresco de pensamientos.
—¿Con cuanto sentimiento crees que lo necesito? —preguntó ella, mirando hacia arriba, repentinamente, seria.
—Todos lo hacemos. ¿Puedo darle algo mejor en un día como este?
—No, muchas gracias. —Y el rocío pronto llegó a los ojos de Rosa, ya que,
aunque a menudo contundente en el discurso, cuando Mac hacía una cosa tierna,
siempre la había tocado porque parecía entender sus estados de ánimo demasiado bien.
—¿Ha estado aquí Archie? Dijo que no debía ir a otro sitio, pero espero que hablaras de esas tonterías de su mente —dijo Esteban, arreglándose la corbata ante el espejo.
—Sí, querido, vino, pero lucía tan alejado de los espíritus que realmente me sentí reprochable. Rosa le animó un poco, pero no creo que él se sienta bien como para ir
de visitas y espero que no lo haga, pues su rostro dice toda la historia muy claramente —respondió la tía Abundancia, susurrando sobre su bien servida mesa en su más rica seda negra con todos sus antiguos encajes.
—Oh, se le pasará en un mes o dos, y Febe pronto encontrará otro amor, así que no se preocupe por él, tía —dijo Esteban, con el aire de un hombre que sabía todo acerca de ese tipo de cosas.
—Si Archie la olvida, le voy a despreciar, y sé que Febe no intentará encontrar otro amor, a pesar de que probablemente los tenga, ya que ¡ella es tan dulce y buena! exclamó Rosa indignada, porque al haber tomado al par bajo su protección, los
defendía valientemente.
—Entonces, tienes la esperanza de Archie contra toda esperanza, y nunca te rendirás, ¿verdad? —preguntó Mac, poniéndose los lentes para examinar las botas finas que eran su abominación especial.
—Sí, me gustaría, porque un amor no es digno de tenerse si no es en serio.
—Exactamente. Así que, ¿te agradaría esperar y trabajar y seguir amando hasta que los hagas ceder o se haya demostrado claramente que no sirvió de nada.
—Si son buenos, así como constantes, creo que debemos dejárselo al tiempo.
—Voy a mencionárselo a Pemberton, ya que parecía ser el más afectado, y un rayo de esperanza le hará bien, que es igual a esperar los diez años de prisión o no — soltó Esteban, al que le gustaba molestar a Rosa acerca de sus amores.
—Nunca te perdonaré si dices una palabra a nadie. Es solo la forma extraña de Mac de hacer preguntas, y no debes responder a ellas. Vas a hablar de esas cosas y no
podré detenerlas, pero no me gustan —dijo Rosa, muy molesta.
—¡Pobre Penélope! No será objeto de burlas por sus pretendientes, pero hay que dejarla en paz hasta que su Ulises vuelva a casa —dijo Mac, y se sentó a leer los
lemas que salían en algunos bombones sobre la mesa.
—Este es el alboroto acerca de Archie, que nos ha desmoralizado a todos
nosotros. Incluso el búho ha despertado y sin embargo, no ha superado el entusiasmo, verás. Él no tiene ninguna experiencia, el pobre, por lo que no sabe cómo
comportarse —observó Esteban, jugando con su ramo de flores con un tierno interés.
—Eso es cierto, y pido información porque puede que esté enamorado algún día,
y todo esto va a serme útil, ¿no lo ves?
—¡Tú enamorado! —Y Esteban no pudo contener una carcajada ante la idea de la polilla esclavo de una tierna pasión.
Muy sereno, Mac apoyó la barbilla en ambas manos, regalándoles una mirada meditativa mientras respondía a su manera caprichosa:
—¿Por qué no? Tengo la intención de estudiar el amor, así como la medicina, ya que es una de las enfermedades más misteriosas y extrañas que afligen a la
humanidad, y la mejor manera de entenderlo es tenerlo. Puedo cogerlo algún día, y entonces, me gustaría saber cómo tratarlo y curarlo.
—Si lo tomas tan mal como lo hiciste contra el sarampión y la tos ferina, será terrible contigo, viejo —dijo Esteban, muy divertido con la fantasía.
—Lo deseo así. Una gran experiencia no viene y se va con facilidad, y esto es lo más grande que podemos conocer, creo yo, exceptuando la muerte.
Algo en el tono tranquilo de Mac y en sus ojos atentos, hicieron que Rosa lo mirara con sorpresa, ya que ella nunca lo había oído hablar de esa manera antes.
Esteban también se quedó por un instante, igualmente sorprendido, y luego, dijo respirando, con un aire de ansiedad:
—Él ha atrapado algo en el hospital, la fiebre tifoidea, probablemente, y está empezando a caminar. Lo llevaré tranquilamente antes que reciba algo más salvaje.
Ven, viejo loco, que debes estar apagado.
—No te alarmes. Estoy bien y muy agradecido por tus consejos, porque me imagino que seré un amante desesperado cuando llegue mi hora, si es que lo hace. No
crees que es imposible, ¿verdad? —Y Mac planteó la cuestión con seriedad, lo que provocó una sonrisa general.
—Por supuesto que no vas a ser un habitual Douglas, tierno y verdadero — respondió Rosa, meditando acerca de qué pregunta extraña vendría después.
—Gracias. El hecho es que he estado con Archie tanto en sus problemas
últimamente, que me he interesado en esta materia y muy naturalmente, quiero
investigar el tema, como todo hombre racional debería hacer tarde o temprano, eso es todo. Ahora, Esteban, estoy listo. —Y Mac se levantó como si la lección hubiera terminado.
—Querida, ese chico es un tonto o un genio, y estoy segura de que debería estar contenta de saberlo —dijo tía Abundancia, poniendo sus bombones derechos con un movimiento de asombro en su mejor gorra.
—El tiempo lo dirá, pero me inclino a pensar que no es un tonto, por cualquier medio —respondió la joven, tirando de un ramo de rosas blancas de su regazo para dar cabida a los pensamientos, a pesar de que no se ajustaban al vestido azul ni la mitad de bien.
Justo en ese momento la tía Jessie entró para ayudarles a recibir, con Jamie para hacerse útil en general, quién procedió a situarse alrededor de la mesa como una mosca sobre un tarro de miel cuando no aplanaba la nariz contra los vidrios de la
ventana para anunciar con entusiasmo:
—Aquí está otro hombre que se acerca conduciendo.
Charlie llegó con su humor más soleado, porque todo lo social y festivo era su delicia, y en este estado de ánimo, el príncipe era bastante irresistible. Llevó un lindo brazalete para Rosa y le permitió graciosamente ponerlo, en cuánto ella le reprendía con suavidad por su extravagancia.
—Sólo estoy siguiendo tu ejemplo, para que sepas que «nada es demasiado bueno para los que amamos, y regalar es lo mejor que se puede hacer» —replicó él, citando las palabras de ella.
—Me gustaría que siguieras mi ejemplo, en algunas otras cosas, así como lo haces en esto —dijo Rosa con seriedad, mientras la tía Abundancia lo llamaba para ver si el ponche estaba bien.
—Debe ajustarse a las costumbres de la sociedad. El corazón de mi tía se rompería si no bebiera a su salud al viejo buen estilo. Pero no te alarmes, tengo una
cabeza fuerte, y eso es suerte, porque voy a necesitarla antes de llegar —se rió Charlie, enseñando una larga lista y a la vez, se daba la vuelta para satisfacer a la
anciana con todo tipo de elogios alegres y cariñosos, mientras las copas se tocaban.
Rosa se sentía bastante alarmada, ya que si bebía a la salud de todos los
propietarios de esos nombres, estaba segura de que Charlie necesitaría una cabeza
muy fuerte. Era difícil decir algo allí mismo sin que pareciera faltarle el respeto a tía Abundancia, sin embargo, anhelaba recordarle a su primo el ejemplo que ella trató de
establecer al respecto, porque Rosa nunca probaba el vino, y los chicos lo sabían.
Estaba pensativa, girando la pulsera, con su dispositivo bonito de color turquesa no-
me-olvides, cuando el donante volvió a ella, todavía rebosante de buen humor.
—Queridita santa, miras como si quisieras romper todos los platos de ponche en la ciudad, y salvarnos, compañeros alegres jóvenes, del dolor de cabeza de mañana.
—Debería, porque esos dolores de cabeza a veces terminan en penas, me temo. Estimado Charlie, no te enfades, pero sabes mejor que yo que este es un día peligroso para ti, así que ten cuidado por mí bien —añadió, con un toque de ternura
desacostumbrada en su voz, porque mirando a la gallarda figura ante ella, era imposible reprimir el deseo de mujer para mantenerlo siempre tan valiente y tan alegre como ahora.
Charlie vio una nueva suavidad en los ojos que nunca lo veían amables, le pareció que eso significaba más de lo que era, y con un fervor repentino en su propia voz, respondió rápidamente:
—Cariño, lo haré.
El brillo que subió a su rostro se reflejaba en ella, porque en ese momento parecía que sería posible amar a su prima, que estaba tan dispuesto a ser dirigido por ella y por lo tanto, necesitaba una cierta influencia útil para hacer de él un hombre noble. La idea vino y se fue como un flash, pero le dio un leve palpitar, como si el viejo afecto
estuviera temblando al borde de un sentimiento más cálido, y la dejó con un sentido de responsabilidad que nunca antes había sentido. Obedeciendo al impulso, dijo, con una mezcla de seriedad y aire juguetón:
—Si me pongo el brazalete para recordarte, debes usar esto para recordar tu
promesa.
—Y tú —le susurró Charlie, inclinando la cabeza para besar las manos, poniéndose una rosa blanca en el ojal.
Justo en ese momento más interesante, se dieron cuenta de una llegada en la sala
principal, dónde la tía Abundancia se había retirado discretamente. Rosa se sentía
agradecida por la interrupción, porque, al no estar por el momento del todo segura del
estado de su corazón, tenía miedo de dejar que la ventaja de un impulso repentino fuera demasiado lejos. Pero Charlie, consciente de que un instante muy propicio había sido echado a perder, consideró al recién llegado con algo más que una expresión del rostro contenido y, susurrando: —Adiós, mi rosa, voy a mirar en esta noche para ver cómo estás después de las fatigas del día —se fue a casa con una
inclinación de cabeza fría para el pobre Fun See, que el amable asiático pensó que debía haberlo ofendido mortalmente.
Rosa tuvo poco tiempo para analizar las nuevas emociones de las cuales era consciente, porque el señor de Hong Kong subió a la vez para hacer sus saludos con una mezcla cómica de la cortesía china y la torpeza de América, y antes de que él hubiera conseguido su sombrero, Jamie gritó con admirable energía:
—¡Aquí hay otro! ¿Oh, como un mar de fondo?
Ellos estuvieron más acongojados y apresurados durante muchas horas, y las
damas se pusieron valientemente en sus puestos hasta altas horas de la noche. Entonces, la tía Jessie fue a su casa, escoltada por un hijo pequeño con mucho sueño, y tía Abundancia se retiró a la cama, agotada. El Dr. Alec había vuelto en buena
temporada, porque sus amigos no eran los de moda, pero la tía Myra había enviado por él a toda prisa y con buen humor obedeció a la citación. De hecho, él estaba muy acostumbrado a ellas ahora, pues la señora Myra, después de haber probado una gran
variedad de enfermedades peligrosas, había decidido finalmente por denunciar al corazón como el más propenso a mantener a sus amigos en un estado crónico de ansiedad y era una constante el envío de la palabra de que se estaba muriendo. Uno se
acostumbra a las palpitaciones, así como a todo lo demás, por lo que el médico no sentía ninguna alarma, aunque siempre iba y le recetaba un remedio inofensivo con la sobriedad más amable y paciente.
Rosa estaba cansada, pero no con sueño y quería pensar en varias cosas, así que en vez de ir a la cama, se sentó ante el fuego abierto en el estudio a esperar a su tío y tal vez, a Charlie, aunque ella no lo esperaría hasta tan tarde.
Las palpitaciones de la tía Myra debían haber sido inusualmente severas, el reloj dio las doce antes que el Dr. Alec llegara, y Rosa se preparaba para poner fin a su ensueño cuando el sonido de alguien buscando a tientas en la puerta de la sala le hizo dar un salto, diciendo para sus adentros:
—«¡Pobre hombre! Sus manos están tan frías que no puede conseguir su llave», ¿eres tú, tío? —añadió, corriendo a admitirlo, porque Jane iba lento y la noche era tan amarga como brillante.
Una voz respondió: «Sí» y mientras la puerta se abría, entró y no era el doctor Alec, sino Charlie, quien de inmediato tomó una de las sillas del salón y se sentó allí con el sombrero puesto, frotándose las manos sin guantes y parpadeando como si la luz lo deslumbrara, mientras decía en una especie de tuno brusco:
—Yo te dije que había ido donde los becarios a mantenerme en el día, gloriosamente, para ver el año viejo, ya sabes. Pero prometí que nunca faltaría a mi palabra y aquí estoy. Ángel en
azul, ¿te matan tus miles?
—¡Silencio! Los camareros están todavía alrededor. Ven al fuego y abrígate en el estudio, debes estar congelado —dijo Rosa, antes de ir a rodar al sillón.
—No, en absoluto, nunca me abrigo, aunque se ve muy cómodo, sin embargo. ¿Dónde está el tío? —preguntó Charlie, siguiendo con su sombrero puesto, las manos en los bolsillos, y el ojo fijo en la cabeza brillante delante de él.
—La tía Myra envió por él, y yo estaba esperando para ver cómo ella está —
respondió Rosa, muy ocupada arreglando el fuego.
Charlie se rió y se sentó en una esquina de la mesa de la biblioteca.
—¡Pobre vieja alma! Qué lástima que ella no muera antes de que él esté muy desgastado. Un poco de éter en estos tiempos sería su despedida con bastante
comodidad, ¿sabes?
—No hables de esa manera. Tío dice que los problemas imaginarios son a menudo tan difíciles de soportar como los verdaderos —dijo Rosa, dándose la vuelta disgustada.
Hasta ahora, ella no lo había observado bien, porque los recuerdos de la mañana la pusieron algo tímida.
Su actitud y la apariencia la sorprendieron tanto como sus palabras, y el rápido cambio en su rostro le pareció recordar sus modales. Se levantó
y se apresuró a quitarse el sombrero y se quedó viéndola con una fija mirada curiosa, pero ausente, mientras decía, en la misma forma rápida y abrupta, como si, una vez comenzado, le resultara difícil parar.
—Pido perdón, fue una broma de muy mal gusto, lo sé, y no lo volveré a hacer. El calor de la habitación me pone un poco mareado, y creo que tengo frío. Es el hielo,
me congelé, me atrevo a decir que yo conducía como el diablo.
—No en esos malos caballo tuyos, ¿verdad? Sé que es peligroso, tan tarde y solitario —dijo Rosa, reduciéndose detrás de la silla grande, mientras Charlie se
acercaba al fuego, evitando cuidadosamente un taburete en su camino.
—El peligro es emocionante, por eso me gusta. Al hombre que me llame cobarde, lo reto a que lo intente una vez. Nunca me rindo y el caballo no me conquista. Le rompería el cuello, si me rompe el espíritu de hacerlo. No, no quiero decir que no importe que todo esté bien —y Charlie se echó a reír de una manera que le preocupó,
porque no había alegría en ella.
—¿Has tenido un buen día? —le preguntó Rosa, mirándolo fijamente mientras él tomaba un cigarro y lo encendía, sin duda, para herir y fumar.
—¿Día? Oh, sí, capital. Cerca de dos mil visitas, y una cena poco agradable en el Club. Randal no puede cantar más que un cuervo, pero lo dejé con una copa de champán al revés, intentado darle mi viejo favorito: «Es mejor reír que suspirar» —y
Charlie estalló en esa melodía bacanal en la parte superior de su voz, agitando un titular de Allumette sobre su cabeza para representar la copa invertida de Randal.
—¡Silencio! Vas a despertar a la tía —exclamó Rosa en un tono tan dominante que se interrumpió en medio de un Rollo para contemplarla con una mirada en blanco, mientras él decía en tono de disculpa:
—Yo simplemente te estaba mostrando la forma en que se debe hacer. No te enojes, querida, mírame como lo hiciste esta mañana, y yo te juro no volver a cantar
otra nota, si lo pides. Sólo estuve un poco alegre, mientras bebimos a tu salud generosamente, y todos me felicitaron. Les dije que no había salido todavía. Pero, no tenía intención de hablar de ello. No importa, todas las veces estoy en un lío, pero siempre me perdonas de la manera más dulce. Hazlo ahora, y no estés enojada,
queridita. —Y, dejando caer el vaso, se dirigió hacia ella con un repentino entusiasmo
que le hizo encogerse detrás de la silla.
Ella no estaba enojada, sino sorprendida y asustada, pues sabía ya de qué se trataba y se puso tan pálida, que él lo vio y le pidió perdón antes de que pudiera
pronunciar una reprimenda.
—Vamos a hablar por la mañana. Es muy tarde. Vete a casa ahora, por favor, antes de que el tío llegue —dijo ella, tratando de hablar con naturalidad; sin embargo, traicionando su angustia por el temblor de su voz y la ansiedad en sus ojos tristes.
—Sí, sí, me iré, tú estás cansada, voy a estar bien mañana. —Y como si el sonido del nombre de su tío, lo sujetara por un instante, Charlie se dirigió a la puerta con un
desnivel en la marcha que habría resultado en verdad vergonzoso, si sus palabras no lo hubieran hecho. Sin embargo, antes de que él llegara, el sonido de las ruedas lo
arrestaron y, apoyado en la pared, escuchó con una mirada de disgusto mezclado con diversión que se arrastraba sobre su cara.
—Bruto se ha escapado, ahora estoy en un aprieto. No puedo caminar a casa con
este mareo horrible en mi cabeza. Es el frío, Rosa, nada más, te lo aseguro, y un escalofrío sí, un escalofrío. ¡Ve aquí! Dejemos que uno de esos tipos me preste un brazo que no use para perseguir a esa bestia. ¿No se asustará la madre cuando llegue a casa? —Y con esa risa vacía, de nuevo, él buscó a tientas el pomo de la puerta.
—No, no, ¡no dejes que te vean! ¡No dejes que nadie lo sepa! Quédate aquí hasta que el tío venga, y él se ocupará de ti. ¡Oh, Charlie! ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste, cuando lo prometiste? —Y olvidando el miedo en la súbita sensación de
vergüenza y angustia que se apoderó de ella, Rosa corrió hacia él, le cogió la mano de la cerradura, y giró la llave, y luego, como si ella no pudiera soportar verlo allí de pie
con la vacante sonrisa en los labios, se dejó caer en una silla y se cubrió la cara. El grito, el acto, y, más que todo, la visión de la cabeza inclinada habrían serenado al pobre Charlie, si no hubiera sido demasiado tarde. Observó por la
habitación con una mirada vaga, desesperado, como si fuera a encontrar rápidamente que la razón escapaba de su control, pero el calor y el frío, la emoción y temeraria,
pignoración de muchas saludes habían hecho su trabajo demasiado bien como si en un instante hiciera que la sobriedad fuera posible, y siendo dueño de su derrota con
un gruñido, se dio la vuelta y se tiró boca abajo en el sofá, dando uno de los espectáculos más tristes del año nuevo, apenas este llegaba.
Mientras estaba allí sentada con los ojos ocultos, Rosa sintió que algo querido para ella había muerto para siempre. El ideal, que todas las mujeres aprecian buscar, y muy a menudo piensan que han encontrado que el amor glorifica a un hombre
mortal, era difícil de abandonar, especialmente cuando llegaba el primer amor,
tocando el corazón de una niña. Rosa había comenzado a sentir que, tal vez, este primo, a pesar de sus defectos, sin embargo, podría convertirse en el héroe que a veces parecía, y la idea de que ella podría ser su inspiración crecía dulce para ella, aunque no lo hubiera entretenido hasta hace muy poco. ¡Ay, qué corto había sido el
sueño, que grosero el despertar! ¡Cómo sería imposible nunca más rendirse a caer con todo el romanticismo de un capricho o un regalo inocente, con los altos atributos amados por una naturaleza tan noble!
Respirando con dificultad en el sueño repentino que amablemente trajo un breve olvido de sí mismo, él se acostó con las mejillas encendidas, el pelo desordenado, y en sus pies la pequeña rosa que nunca volvería a estar fresca y justa, un contraste lastimoso ahora para el hombre valiente, joven dichoso que había estado tan alegre por la mañana para ser tan ignominiosamente derrotado por la noche. Muchas chicas habrían hecho luz de una transgresión tan fácilmente perdonada
por el mundo, pero Rosa aún no había aprendido a ofrecer a la tentación una sonrisa y cerró los ojos a la debilidad que hace que un hombre sea una bestia. Siempre le había afligido o disgustado verlo en los demás, y ahora era muy terrible tenerlo tan cerca de la peor forma, por cualquier medio, pero lo suficientemente fuerte para arrancarle el corazón con la vergüenza y el dolor y llenar su mente con oscuros presagios para el futuro. Así que ella sólo podía sentir el duelo por el Charlie que podría haber sido, mientras observaba a Charlie con un dolor en su corazón que no encontró ninguna ayuda hasta que, poniendo sus manos en ella como para aliviar el dolor, tocó los pensamientos, desvanecidos, pero aún mostrando oro entre la púrpura sombría; a continuación, dos grandes lágrimas cayeron sobre ellos, mientras ella suspiró:
—¡Ah, me hacen falta los sentimientos antes de lo que pensaba! Su tío la hizo levantarse y abriendo la puerta, le mostró un rostro tan alterado que se detuvo en seco, diciendo en la consternación:
—¡Dios mío, hija! ¿Qué te pasa? —añadiendo, mientras señalaba el sofá en patético silencio—: ¿Está herido? ¿Enfermo? ¿Muerto?
—No, tío, él está… —Ella no podía pronunciar la palabra fea, pero susurró con un sollozo en la garganta—: Sé amable con él —y huyó a su habitación, sintiendo como si una gran desgracia hubiera caído sobre la casa.
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Rosa en flor
Roman pour AdolescentsSecuela de 'Ocho primos' Rosa Campbell es una joven muy adinerada, gracias a la gran fortuna que le dejaron sus padres de herencia. Fue acogida por su tío Alec, quien la crió con la ayuda de tía Abundancia y todo el resto de la familia Campbell. Era...