CAPÍTULO 12

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Dicen que las personas cambian la expresión de su rostro cuando ven o hacen aquello que les llena el alma y el espíritu. Eso daba sentido a la frase que decía que «uno conseguía el éxito cuando lograba vivir de su vocación».

Allí, bajo aquellas carpas repletas de ilustradores, había mucho amor por el dibujo, y también mucho orgullo por vivir de lo que a uno le gustaba.

No tardé nada en detectar a Adrien. De algún modo, mis ojos tenían un radar con él, y lo divisaba a pesar de que allí hubiera cientos de personas contemplando los trazos y los dibujos de sus artistas favoritos.

Me di autorización de observarlo sin que él se diera cuenta. Estudié la pose de su cuerpo, la uve perfecta de su espalda que acababa en su cintura estrecha, sus hombros anchos y grandes producto del parkour. Su trasero marcado y duro, que parecía musculoso a través del pantalón Guess algo roto y bajo, estilo capoeira. En los bolsillos traseros abultaban la cartera y el iPhone 6 Plus blanco que sobresalía. La camiseta blanca de manga corta resaltaba más sus músculos.

Yendo plana como iba, me sacaba casi dos palmos. Para mí era casi como un avatar, y no porque yo fuera pequeña, sino porque él era... grande.

Y llevaba mi gorra. La gorra negra que me había quitado dos días antes cuando dio una voltereta por encima de mi cabeza como Assassin.

Le quedaba demasiado bien.

Adrien no contemplaba al ilustrador que tenía en frente con los brazos cruzados, como sí hacía la gran mayoría de la gente. Él tenía los brazos relajados a cada lado de sus caderas, señal de que quería absorber hasta el último detalle, y de que no quería cerrarse en banda. Estaba receptivo y quería aprender. Cruzar los brazos, en el lenguaje no verbal, significaba no ser accesible.

Él lo era, al menos en ese instante.

Su perfil masculino y terriblemente atractivo me cautivaba, tal y como a él le cautivaban los dibujos que veía.

Esos ojazos verdes, de héroe o villano según se mirase, irradiaban luz como el astro rey, porque, de algún modo, lo que presenciaba lo hacía dichoso. Se mordía el interior del labio inferior en un claro intento por memorizar cada movimiento y cada técnica.

Al parecer, Adrien era un gran fan de los cómics. De Jim Lee, en particular, que ahora delineaba los músculos del pectoral de Batman, como si estuviera dando una clase particular para él.

La postura de sus brazos me dejó vislumbrar de nuevo su tatuaje. Las tres puntas del tridente dorado y en relieve acababan sobre las líneas de su muñeca, y solo una punta del tridente estaba iluminada por una llama. Me moría de ganas de saber qué significaba.

En la plaza, la música de «Paradise» sonaba a todo volumen por los altavoces.

Cuanto más me acercaba a él, más sentía el corazón en la garganta, como si me dirigiera a él en cámara lenta. Era increíble la reacción física de mi cuerpo ante su presencia. Incluso la brisa veraniega trasladó el olor de su colonia hasta mi nariz.

Y en ese instante sentí como si me besara de nuevo y volviera a notar su contacto. Madre mía. Tenía un problema. Estaba muy mal. Adrien se dio la vuelta como un animal que se supiera vigilado, pero que no temiera en ningún momento por su seguridad.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, mis pestañas oscilaron y las suyas se entrecerraron para después regalarme una caída de ojos burlona que puso en duda mi capacidad de mantenerme en equilibrio con las dos piernas: su apoyo me parecía poco entonces. Inhalé con disimulo y espiré el aire entre los dientes.

—Hola, cachorrita. — De nuevo el apodo, pero esta vez no me hizo sentirme mal.

—Hola, asesino —le espeté sin pensarlo demasiado.

/ 01 / PROFUNDO DESAFÍO -(+18 ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora