CAPÍTULO 20

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Y yo te busco, te miro y te enseño que... tengo una cosita para ti, una cosita para ti...

Escuchaba esa canción de Minna Singer con los cascos puestos y la mirada fija en las montañas americanas bajo mis pies, abstraída en mis pensamientos.

Alguien me dio con el dedo varias veces en el hombro, y me apartó de esos pensamientos.

Me descolgué el casco de la oreja.

—¿Sí?

—Por favor, señorita —dijo la azafata—, en cinco minutos iniciamos el descenso. Debería apagar el móvil.

Yo asentí con la cabeza, pero esperé a que la canción, que me ayudaba a visualizar mi futuro, finalizara.

Como el suspiro del recuerdo me llegó una cosita para ti, para ti.

Iba a aterrizar en mi nueva vida, mi nuevo hogar durante los cuatro años que duraría la carrera. Atrás había dejado a mi padre y a Gema, que se pasaron todo el domingo y parte del lunes despidiéndose de mí y llenándome de arrumacos que, por cierto, necesitaba como el aire para respirar.

Porque de Lucca había salido tocada y hundida. Tocada en cuerpo, mente y espíritu.

Pero, esa vez, no solo iba a estudiar en la facultad. Había modificado mis objetivos y mis prioridades; y, entre ellas, estaba licenciarme, por supuesto, pero también enfrentarme a Adrien y a Félix, y continuar con lo que Alya había iniciado, que seguía en coma, y a la que habían trasladado a Inglaterra.

Después de hablarlo con Luka y Chloé, coincidimos en que lo que tenía en mi poder era información muy gorda. Ellos me ayudarían en todo lo que pudieran para averiguar la realidad de lo que pasó.

Alya había descubierto cosas incómodas acerca de la hermandad, y yo estaba dispuesta a corroborarlas antes de sacarlas a la luz. Pero no podía llevar esa información encima: ni en USB, ni en el disco duro del ordenador ni en una cuenta Dropbox. Nada, porque tenía que cubrirme las espaldas.

Nadie debía sospechar jamás de mí. Nadie.

Por eso memoricé en mi mente cada página, y añadí imágenes asociativas en cada numeración, colocando en la parte superior de las páginas la imagen de una calavera. Ninguna igual, todas distintas. Cuando quisiera tirar de archivo y releer información, recordaría las calaveras y después podría visualizar la información de cada folio.

Indagaría hasta las entrañas de la logia, y descubriría la verdad sobre su accidente, desenmascararía al individuo que la empujó y, sobre todo, resolvería y ahondaría en el misterio que rodeaba a los integrantes de Huesos y Cenizas.

Y lo haría con la rabia de mi corazón destrozado. Seguiría adelante a pesar del peligro que suponía jugar en esa liga mayor de la que Adrien tanto alardeaba. Una liga en la que me podría meter con la mitad del dinero del Premio Turing. La otra mitad se la habíamos dado a los padres de Alya, para que pudieran encargarse de los cuidados de su hija.

Félix no me esperaba, y eso era lo extraño. Porque, cuando se despidió de mí en el hotel, no dijo nada sobre mi futura estancia en Yale. Pero Adrien sí lo sabía. ¿Por qué no le dijo nada?

Esas y más preguntas retumbaban en mi mente, y me encargaría de darles respuesta, contestaría a todas y cada una de ellas, a pesar de que lo que descubriera al final pudiera incriminar a mi kelpie traidor; al chico a quien, erróneamente y por una fatalidad del destino en el que yo aún creía, mi corazón había elegido.

Era una realidad para mí: a pesar de todo, me había enamorado de él hasta los huesos.

Y él, en cambio, había convertido mi sueño en cenizas.

/ 01 / PROFUNDO DESAFÍO -(+18 ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora