CAPÍTULO 05

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Adoraba estar con ellos.

Pasear por Lucca con mis dos mejores amigos, comportándonos como payasos, riéndonos de todo y haciéndonos fotos con toda la gente que iba caracterizada de sus personajes favoritos, me llenó de energía positiva.

Teníamos un acuerdo con nuestro hotel y habíamos alquilado tres bicis para toda la semana. Esa misma tarde iban a estar disponibles, pero, como entonces aún no podíamos hacer uso de ellas, dimos una vuelta a pie por el centro.

Teníamos hasta el sábado para visitar y observar con suma atención cada carpa e ir a las firmas de los autores que habían ido a mostrar sus trabajos.

En ese lugar íbamos a disfrutar y a pasarlo bien, porque nos sentíamos parte de algo enorme y especial. Para mí, Lucca era la antesala de la madurez. Un impasse obligado antes de aterrizar en Yale y centrarme solo, única y exclusivamente en mi carrera.

Me enamoré de esa ciudad. Caminamos por la Via Beccheria, apartándonos cada vez que oíamos el timbre de una bici. Las calles no eran demasiado anchas, y cada rincón estaba muy concurrido, así que cada avenida era una marabunta, convirtiéndose en un espectáculo que fotografiar y admirar.

En el recoveco emperifollado con hierbas y flores dedicado a esa ciudad independiente en la Piazza Napoleone, nos tumbamos en el césped al lado de la palabra «Lucca» hecha con flores de diferentes tonalidades y nos hicimos un montón de fotos.

No veríamos toda la ciudad ese día, así que nos fuimos a comer a la Pizzeria Dal Ciaccia. Pedimos bebidas y porciones de pizza diavola y carbonara, y nos sentamos bajo los árboles de la Piazza Napoleone para degustarlas. Allí muchos grupos comían igual que nosotros, tumbados en el césped, algunos con mantelitos de picnic y mejor preparados.

—Auténticas pizzas italianas —musitó Luka, sentado como un indio, con la boca llena y cerrando los ojos con gusto.

Yo también me perdía en el sabor de la masa crujiente y la salsa picante, y la acompañaba con sorbos de mi Pepsi Light, mi bebida favorita, necesaria para llenar mis depósitos de cafeína y aguantar el ritmo de los dos locos que venían conmigo y que no se iban a hartar de hacer cosas.

Mientras mordía una porción de la pizza y me reía de la cara de Chloé contando carbohidratos cada vez que tragaba —ponía nata en el café, pero contaba las calorías de todo lo demás—, advertimos que se hacía un silencio a nuestro alrededor.

Yo miré por encima del hombro para ver qué sucedía, y observé cómo la multitud se apartaba y hacía un pasillo para dejar pasar a alguien.

A continuación, un grupo de cuatro chicos disfrazados como los personajes de Assassin's Creed emergieron como una estampida, corriendo y saltando perfectamente coreografiados por encima de las cabezas de aquellos que estaban sentados y descansaban tranquilamente.

No era un cosplay perfecto, pero la indumentaria no dejaba lugar a dudas de que era la de un Assassin.

Se oían exclamaciones de admiración cada vez que un Assassin sobrevolaba una cabeza y caía al suelo con una agilidad y sincronía abrumadoras.

Era hermoso contemplarlos.

El primero de los Assassins era el líder. Todos vestían igual, aunque este se diferenciaba por el tono de la chaqueta abierta con capucha que usaban para ocultar su identidad. Los otros cuatro llevaban una fina chaqueta marrón claro, una camiseta beige con el logo de los Assassins en el pecho en un tono más oscuro; unos pantalones largos militares con una tira lateral que colgaba por su muslo derecho y las botas altas color tierra con la suela blanca, abiertas y ligeramente desabrochadas.

/ 01 / PROFUNDO DESAFÍO -(+18 ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora