CAPÍTULO 17

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Ese chico se abalanzaba sobre mí con cara de salvaje e ido por completo. ¿De eso se trataba? ¿De pisotear a los demás?

De ganar costase lo que costase. No era nada ético.

—Aunque no haya reglas, yo prefiero seguir una ética y una moral. Jugar limpio —espeté, rabiosa por el dolor que sentía en el tobillo—. ¡No como tú, cerdo!

—Qué peleona eres. —Negó con la cabeza y se acuclilló frente a mí—. No será para tanto. Te quedarás inconsciente y dormirás unas horitas. Como una resaca. Ven aquí...

—¡No! —grité.

Y no me pasó nada.

Una silueta golpeó al X-Men feo y lo lanzó al suelo. Me recordó a las apariciones de Flash Gordon, el superhéroe: no lo veías venir.

—¡No la toques! —gritó dándole una patada en las costillas.

Me di cuenta de que el Assassin que me acababa de salvar no era más que otro que Adrien, el cual parecía ido por completo, hundido en la furia ciega que lo arrasaba de dentro hacia fuera.

Agarró al tipo por el pescuezo, lo ahogó por detrás y le arrebató el pañuelo lleno de cloroformo, para a continuación taparle la boca y la nariz con él.

—¿Qué te parece si te vas a dormir tú, miserable? —gruñó en su oído, mostrándole los dientes como un salvaje.

Fui incapaz de decirle que se detuviera. Quería que Adrien le hiciera lo que él me iba a hacer a mí sin ningún tipo de remordimientos.

Advertí que Adrien tampoco los tenía. La máscara de odio que reflejaba su cara hablaba por sí sola. Si hubiera podido, seguramente le habría dado una paliza. Él ya había pegado a Félix por lo que pretendía hacerme, no sería nada nuevo ni me dejaría demasiado impactada.

Me di cuenta de que Adrien aparecía siempre en el momento adecuado, para ayudarme, para salvarme de los problemas en los que me metía sin querer. Como si tuviera superpoderes y oyera mi grito interior de socorro.

Cuando el Lobezno con entradas y larguirucho se quedó inconsciente, Adrien lo dejó en el suelo y se apartó de él asqueado.

—Escoria —murmuró.

Después me miró.

Pensé que se iba a ir. Si no tenía ganas de verme ni de hablar conmigo, ¿para qué se iba a quedar?

Yo tenía parte de mi pelo en la cara y lo vigilaba a través de mis largos mechones azabache oscuro, como una chica de la selva.

—¿Te das cuenta de que eres un imán para meterte en problemas? — Me indigné. Repudié que me dijera algo así, como si yo le hubiera pedido ayuda cada una de las veces que él había dado la cara por mí.

—¡Eres tú el que tiene un imán conmigo! —protesté—. ¡Yo no te he pedido que me ayudes! —grité, enfadada con él por su poca delicadeza en todos los aspectos. Por cómo me trató en el hospital, sobre todo. Me daba vergüenza estar delante de él cuando sabía que no quería nada de mí, o cuando yo más bien le estorbaba. Era una carga para él.

—De nada —contestó, monótono y con la mirada teñida en una emoción que no sabía definir.

Parecía enfadado. ¿Conmigo? ¿Con él mismo? ¿Con el mundo en general? Intenté levantarme, pero el tobillo me dolía.

Adrien se acercó para ayudarme, pero no quería que me tocara.

—¡No! —aullé—. ¡Ya puedo yo sola!

—No puedes —negó condescendiente—. Si te has torcido el tobillo...

—¡Cállate! —Estaba perdiendo la paciencia—. ¡Eres un sabelotodo! ¡Sí puedo! —Me tragué el dolor, que hacía saltar mis lágrimas. Pero me levanté con mi orgullo como último impulso. Alcé la barbilla y lo miré de frente —. ¡¿Ves, sabiondo?, sí puedo!

/ 01 / PROFUNDO DESAFÍO -(+18 ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora