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Harry estaba asustado. Los gruñidos se escuchaban más cerca, sin importar qué tan rápido corriera. El pecho retumbaba con fuerza por la adrenalina. Él solo quería estar un tiempo a solas, nadie quería decirle nada, pero lo veían con pena, como si fuera una obligación suya saberlo. Hasta Malfoy había sido más comunicativo que todos sus conocidos; ya era decir mucho.

Era su culpa, y lo sabía, pero no estaba pensando con claridad. No sabía que en uno de esos momentos de desahogo emocional terminaría siendo perseguido por un hombre lobo.

¿Cómo es que había un hombre lobo cerca de Hogwarts?

Escuchó más aullidos y gruñidos cerca de donde se encontraba. ¿Había más de esas criaturas? Estaba perdido, lejos del castillo; nadie escucharía sus gritos. Desenvainó su varita para tratar de defenderse. Se maldecía por no hacerle caso a Hermione y estudiar más sobre los temas de las clases. Este debía ser su castigo por bajar la guardia. Como diría el profesor Snape, se había comportado como un niñito mimado e insufrible. ¿Cómo desearía que estuviera con él? Su profesor sabría qué hacer. Luego pensó en Remus, pero él estaba demasiado enfermo y no creía que pudiera salir de sus aposentos para salvarlo. Incluso pensó que se desmayaría de la impresión en ese mismo momento.

De repente, apareció un gran perro negro, pero flaco, de ojos grises brillantes. Respiró más tranquilo; seguro fue su imaginación, y solo eran perros grandes. Ahora solo debía ir rápido a su sala común antes de que la Dama Gorda desapareciera por segunda vez en la noche. El perro lo rodeó y lo empujó con el hocico hacia adelante. Estuvieron unos minutos así hasta que, de nuevo, los gruñidos se escucharon cerca. El perro volteó y se adentró en el bosque, dejándolo solo. Quiso gritar que no se fuera, pero no quería llamar la atención de alguna otra criatura que viviera en el Bosque Prohibido. Aún no se podía dividir el castillo en el horizonte. No sabía cómo guiarse y tampoco conocía algún hechizo que lo ayudara a orientarse. Una vez más, juró hacerle caso a Hermione y estudiar con ella en la biblioteca.

Caminó solo lo más rápido que su desorientada mente le permitía. No quería volver a adentrarse en el bosque y encontrarse con lo que sea que lo había cazado. Ya tenía suficiente con Voldemort y sus simpatizantes como para sumar algo más a la lista. Un proyecto lo derribó sobre la tierra, gruñendo. Alzó la mirada, y las grandes fauces de un lobo de pelaje castaño lo tenían apresado. Miró hacia los lados y no vio al can que lo había guiado antes.

Lágrimas se formaron en sus ojos, sudando frío por el miedo. Miró una última vez a los ojos ámbar de la criatura, cerró los ojos resignado y giró la cabeza en dirección contraria. Si Voldemort no pudo matarlo hasta ahora, esa criatura sí lo haría. La nariz húmeda del animal olisqueó su cuello desprotegido con ímpetu, prolongadamente. Sería decapitado de un mordisco; Más trágico no podría ser su final. Se despidió de todos sus amigos y de los señores Weasley, pero, aunque parezca extraño, no lo hizo Dumbledore.

Los gruñidos pararon, y una especie de ronroneo se sintió en el gran tórax del lobo. Desconcertado, trató de mirar qué sucedía, y sintió los dientes filosos enterrarse en su hombro.

Al parecer, el lobo estaba feliz de tener comida.

Sintió un inmenso dolor expandiéndose por todo su cuerpo, gritó con fuerza, retorciéndose del agarre. Sabía que dolería, pero no pensé que fuera así de insoportable. No se comparaba con nada de lo que los Dursley le habían hecho. Convulsionando por el dolor, se sumergió en la oscuridad que lo arrullaba. Era distinto a los efectos de los dementores; la inconsciencia que lo envolvía fue hasta cálida, como el abrazo de una madre.

A la mañana siguiente, despertó en la enfermería, custodiado por Madam Pomfrey y la subdirectora, que lo miraban con preocupación. La luz le dañaba los ojos y los oídos le retumbaban, sin mencionar su cuerpo, que lo sentía pulverizado. Se fijó a su alrededor, cerciorándose de no estar alucinando, y le sonriendo tranquilo a sus acompañantes. La mirada de su profesora de Transformaciones se rompió, y cortó todo contacto visual con él. Por otro lado, la enfermera tenía una mueca pronunciada de preocupación, lo que acentuaba aún más sus líneas de expresión.

Estaba vivo, se había salvado... ¿Por qué estaban tan taciturnos? No comprendía. El profesor Albus Dumbledore ingresó al lugar, seguido de su profesor de Pociones, Severus Snape, y casi sonriendo al recordar cómo lo había encontrado cuando estaba perdido, pero se contuvo; no quería que se burlaran de él.

— Buenos días, mi muchacho —habló con voz suave el profesor, pidiendo su atención—. Minerva, señora Pomfrey, ¿se pudo hacer algo?

— Lo siento, director, pero sabe que esto es incurable. Quizás si fuera como le sucedió a William Weasley, se salvaría, pero esto... —lo dijo por completo con una mirada dura en dirección al director y voz tensa— es incurable e irreversible.

— Entiendo —suspiró el anciano, aún mirándolo—. Solo enseñarle a vivir con su nueva condición.

— ¿Nueva condición? —preguntó con voz ronca y quebrada—. ¿De qué están hablando?

— Señor, si me permite, no creo que eso sea suficiente —ignoró sus preguntas, su profesor de Pociones, algo dentro de él hervía en rabia por el evidente desplante—. Ya no podrás volver con sus familiares. Podría ser peligroso que vivirá con muggles. Es peligroso.

¿Peligroso? ¿Él? Quiso reírse por la ironía. Esas personas que formaban su familia eran el peor tipo de ser humano que existía. Ellos eran el peligro, no al revés. Bufó molesto por la situación. La mirada fría y dura que le dio lo hizo erizarse y esconderse.

Se sentía desprotegido y asustado. Gimoteos salieron de su garganta. Algo dentro de sí mismo le exigía que buscara protección. Miró frenético por el lugar y olió algo que lo reconfortó. Cuando lo halló, saltó apresurado de su camilla y se acurrucó en busca de calor y seguridad. Seguía gimoteando, pero el ronroneo y los brazos fuertes que lo apretaban lo calmaron al punto de quedarse dormido. El gruñido de advertencia que se escuchó por la enfermería no hizo más que alegrarlo, y se apretó contra los brazos que lo envolvían. El suave ronroneo que volvió a escuchar lo arrulló.

—Severus, muchacho, calma. Aún hay tiempo para buscar una solución a todo esto. Ahora hay que centrarnos en ayudar a Harry con su nueva vida como hombre lobo.

Se tensó recordando lo que había sucedido. No lo iba a comer, lo había convertido, condenando su vida a ser un hombre lobo, una criatura muy peligrosa. Sintió frío y tembló por el miedo. Ya no podría seguir con sus amigos. El mundo mágico aborrecía a esas criaturas por su ferocidad; no quería ser así ni que lo expulsaran.

Era su culpa. No debió salir y quedarse en la comodidad de su cama en los dormitorios de Gryffindor. Se lo merecía por descuidado. Los brazos ajenos lo envolvieron aún más, y un aroma extraño, pero delicioso lo tranquilizó.

No servía de nada lamentarse o arrepentirse de sus decisiones; ya estaba hecho, y debería tratar de sobrellevar su situación. Aprendería todo lo que conllevaba ser una criatura, pero ahora era momento de dormir. Escuchó más gruñidos antes de que Morfeo lo arrastrara al mundo de los sueños.

Por Circe y Morgana, era una criatura oscura.

Se había convertido en un hombre lobo.

Luna Llena [HP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora