Val-sur-Vert

68 10 12
                                    

- ¿Estás nerviosa?

- No, ya sabes que no me da miedo volar.

- Ya lo sé, me refiero a tu nueva vida.

- No estoy nerviosa por eso. Estoy acojonada. ¿Y si esa gente es antipática? ¿Y si no soy bien recibida? ¿Y si..?

- Y si nada. Victoria, eres un trozo de pan. Seguro que en dos días esa gente te adora.

- Eso espero amiga.

- ¿Cuándo sale el vuelo?

- En una hora.

- Victoria, cariño, ya están diciendo tu vuelo. - Oí la voz de mi madre a un par de metros.

- ¡Voy mamá! Bueno Sara, te dejo que ya voy a embarcar, te llamo esta noche o cuando pueda.

- Vale. Te quiero hermana.

- Y yo a ti. - Corté la llamada con mi mejor amiga de la universidad, cogí la maleta y nos fuimos hacia la puerta de embarque.

La despedida fue horrible, nunca había llorado tanto en mi vida, ni con el final de Antes de ti.

- En la maleta te hemos puesto una sorpresa, ya la verás cuando llegues. - Me dijo mi padre.

- ¿Una sorpresa? Miedo tengo.

- Última llamada para el vuelo dirección Valencia-Ginebra. Puerta 5-D. - Anunció una voz por los altavoces.

- Bueno, me voy. - Nos dimos un último abrazo, y después de todas las advertencias de mi madre, por septuagésima vez en ese día, entregué mi billete a la azafata y me dirigí al avión.

El vuelo, que debía ser corto, se me hizo larguísimo. Todo por culpa de un niño toca cojones que tenía en el asiento de detrás, el cual se pensaba que mi asiento era el bombo de una batería. Pero ya habíamos llegado, Suiza por fin.

Bajé del avión super emocionada con mi maleta de cabina y...QUE PUTO FRÍO.
¿Pero estamos locos o qué? ¡Qué estamos en septiembre, no en enero! ¿Cómo puedo pasar de ir en manga corta y short a querer ir con anorak en 2 horas?

Me puse el jersey que llevaba fuera de la maleta, por si acaso, pero no hacía nada. Así que lo mas veloz que pude, entré dentro del aeropuerto. Eso era otra cosa, la calefacción estaba encendida, y ya no corría el riesgo de pillar una hipotermia.
Recogí la maleta de la cinta (os confieso que es lo que más miedo me da de volar, que me pierdan la maleta. Más miedo que qué se estrelle el avión) y salí fuera, donde se supone que había alguien del pueblo esperándome para acompañarme.
Salí por la puerta y entre todo el barullo de gente, visualicé mi nombre en un papel: Victoria Martínez. En ese momento me hizo mucha gracia lo del papel, porque solo lo había visto en películas. Me acerqué al hombre que sostenía el papel y con un francés con mucho acento español le saludé:

- Buenos días señor, soy Victoria Martínez.

- Buenos días señorita, vamos, no hay tiempo que perder. - O eso creo que dijo, había estudiado francés 12 años pero ese hombre tenía un acento muy cerrado, en ningún listening había oído algo parecido.

Cuando salimos, volví a tener riesgo de hipotermia, y seguramente el señor oyó mis dientes castañetear, porqué se giró y me dijo:

- ¿No llevas chaqueta?

- S....si. Eeen la malettta...

- Madre mía niña, te vas a congelar. Vamos, el coche está ahí y llevo una manta.

Cuando llegamos al coche, el hombre me dio una manta y me dijo que subiera, mientras él guardaba la maleta en el maletero, y así lo hice.

- Bueno, ya está, vámonos, que aún tenemos más de una hora de viaje. - Y con una alegría contagiosa arrancó el coche y enchufó la calefacción. Pero de repente se giró hacia mí, y me tendió la mano - Por Dios, donde están mis modales. Discúlpeme señorita Martínez, soy Albert Andersson, pero puedes llamarme Albert, soy el alcalde de Val-sur-Vert.

- Encantada. - Sonreí mientras le estrechaba la mano en un cordial saludo.

Durante todo el recorrido hacia la pequeña villa, el alcalde me fue contando que la última enfermera que había llegado al pueblo se había marchado por que su doctor era un poco difícil de tratar y ella no lo había podido soportar. Me deseó la más sincera de las suertes, además de pedirme que no renunciara al trabajo y que si aguantaba un par de meses seguro que el doctor Holm y yo acabaríamos entendiéndonos. En ese momento me empecé a asustar, porqué la paciencia no era una de mis virtudes, pero ya se vería.
Mientras él hablaba, me di cuenta que era más viejo de lo que me había parecido de primeras. Albert debería tener unos 50 años, pero como se conservaba en buena forma, la alegría que había mostrado, y sobre todo, la gran cantidad de pelo que abundaba en su cabeza, había pensado que acababa de cumplir los 40.

De repente se le volvió a formar una sonrisa en el rostro y con una mano me señaló delante:

- Et voilà! Ya hemos llegado.

Yo no veía nada, a no ser que el pueblo estuviera encallado dentro de una montaña, pero cuando dimos una última curva., un hermoso valle apareció delante de mí, y en medio de él, una aldea, que enseguida la reconocí por las miles de veces que la había buscado en Google Maps. Sin ninguna duda se trataba de Val-sur-Vert.

Chocolate suizo (Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora