Mi primer mes en Suiza había sido superado con éxito.
Había ido algunos días a casa Lena a cenar y a ver los partidos con Pierre.
Me había acabado toda la saga de Harry Potter y había empezado con Los Juegos Del Hambre. Y aunque tres días tuvimos más trabajo de lo normal, uno por una caída, otro por un resfriado y el último por una indigestión, el resto de los días seguían siendo iguales al primero.
Además, había empezado a pasar algunas tardes en casa de Elsa. La mujer era muy simpática, me encantaba oír sus historias de cuando era abogada en París, antes de dejarlo todo para irse a vivir al campo. Algunas tardes también me acompañaba Elías. Entre esa pareja mayor ocurría algo demasiado obvio, pero ninguno de los dos parecía dar el paso, no sé si no se daban cuenta o no querían darse cuenta.Esa rutina cambió un día a mitad de octubre. Me levanté y me arreglé medio dormida para ir al trabajo, pero cuando abrí la puerta, no había nada delante de mí. Las vistas al valle y a las dos granjas que habían un poco más abajo habían desaparecido. Una espesa y pesada niebla estaba haciendo que no pudiera ver ni lo que había dos pasos por delante de mi.
- ¿Y ahora qué coño hago?
Saqué el móvil, enchufé la linterna y poco a poco fui bajando hasta llegar al camino que me lleva al centro del pueblo. Pero cuando había caminado un par de metros por el camino, dos luces de un coche aparecieron delante de mi. Yo cerré los ojos de forma involuntaria, porque pensaba que me iban a atropellar y adiós mundo, pero el sonido de un frenazo y un chillido hicieron que los volviera a abrir:
- ¡Mira por donde vas gilipollas!
- ¡¿Cómo, inútil, si no se ve nada?! - Chillé, en castellano. Había tenido tanto miedo en un momento que no podía pensar en otro idioma.
El propietario de la voz se fue acercando a mí, pero hasta que no lo tuve justo delante no pude reconocer quién era.
- La próxima vez quédese en casa hasta que la niebla pase. - Me contestó con un tono cortante y en el mismo idioma que yo había gritado.
- Pero debo ir a trabajar.
- Nadie sale de casa con una niebla así. En un par de horas se habrá disipado y ya podrá ir a trabajar.
- ¿Y usted a dónde va?
- A mi granja.
- Pero me ha dicho que nadie va a trabajar con una niebla así.
- Debo controlar que todos los animales estén bien. Además tengo que darle de comer a Seth. Será mejor que vuelva a casa.
Me giré hacia la nada, no podía ubicar mi casa, ni el camino que llevaba a ella. No podía ver nada excepto a Johan parado delante de mi y las luces de su coche detrás.
- Bueno...
- Bueno, ¿qué? - Contestó él en voz baja. He de decir que ese hombre me imponía más de lo que yo quería reconocer.
- No se volver a mi casa, no se donde está.
El propietario del bar se giró y se alejó de mí.
- ¿En serio, se va a ir así? - Contesté indignada.
- Suba.
- ¿Eh?
- Que subas al coche.
Con un poco de vergüenza fui hasta su coche y me senté en el asiento del copiloto. Johan subió después y arrancó el coche. "Ahora con las luces del coche, me ayudará a buscar donde está mi casa" pensé, pero cuando siguió recto por el camino supe que no iba a ser así.
- ¿Dónde vamos?
- A la granja.
- Pensé que me iba a ayudar a volver a casa.
- Mira bonita, no puedo perder mi tiempo por culpa de una niñata que no sabe volver a su casa por un poco de niebla.
- ¿Perdona?
- Vendrás conmigo a la granja y cuando esto pase y baje a abrir el bar, te llevaré al consultorio. Si es que sabes llegar.
- Eres un gilipollas.
- ¿Prefieres bajarte? - Preguntó retóricamente parando el coche de una forma brusca en medio de la carretera.
Con el coche parado y él mirándome fijamente, me limité a cruzar los brazos y mirar al frente. La verdad era que sí, prefería bajarme, pero no sabía donde estaba, ni que podía haber a mi alrededor, así que por el bien de mi salud, y solo por el bien de mi salud y por no morir cayendo por un barranco que podía haber a mi derecha, me quedaría en ese coche con El Grinch.
- Veo que no. - Contestó él después de un minuto de silencio, y volvió a retomar la marcha.
No puedo soportar los silencios incómodos y en ese momento la tensión se podía cortar con un cuchillo así que, sin dejar de mirar al frente, en un tono serio pregunté:
- ¿Esto pasa muy a menudo?
- ¿Llevar a una desconocida a mi granja? Sí, todos los días. - Contestó el rubio de manera sarcástica.
Parecía que entablar una conversación con ese hombre iba a ser más complicado de lo que creía.
- No. La niebla.
- Ah, te refieres a eso. Tres o cuatro veces al año.
- Bien.
Un silencio volvió a formarse, pero de pronto caí en una cosa que él había dicho.
- Eh, no soy una desconocida. - Comenté girándome hacia él. - Hace un mes que vivo aquí y me conoces.
- Sólo sé que te llamas Victoria, que eres española y enfermera.
- Wow, sabes mi nombre. Pensé que creías que me llamaba niñata.
Vi como ponía los ojos en blanco pero no volvió a hablar hasta un par de minutos después.
- Ya hemos llegado. - Dijo bajando del coche y dirigiéndose hacia una casa, que podía distinguir más o menos, por las luces de la camioneta, que era una casa de montaña bastante grande.
- ¡Vamos, entra! - Gritó desde la puerta de la vivienda. Salí del coche y entré seguida de él.
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Chocolate suizo (Edición)
Romance¡Hola! Me llamo Victoria, soy enfermera, y esta es mi historia. Al no encontrar trabajo en España decidí mudarme a un pueblecito de Suiza dónde me habían ofrecido un trabajo para dos años. En esos dos años reí, lloré, hice nuevas amistades, e inclus...